El Consejo Social de la UPNA tiene una serie de “clubes” en los que se fomentan encuentros sectoriales de la universidad con la sociedad. Uno de ellos es el Club Cultural que tuvo una reunión hace unos días. Tomé unas notas de la conversación, no un acta con pretensión imparcial, unas notas centradas en mis intereses, que voy a intentar ordenar en lo que sigue. Eso sí, sin nombrar a nadie, en plan “Chatham House Rule”.
Tras una introducción en la que se comentó si hay una segmentación de la cultura por edades, estudiantes universitarios escogidos por su vinculación intensa con diferentes prácticas culturales se presentaron e introdujeron sus estrategias para atraer a hermanos y compañeros hacia el consumo cultural. Enseguida surgió el tema de la ausencia de artes en la educación reglada, y menos de aproximaciones realmente efectivas (que no supongan “pasar de Harry Potter a Pérez Galdós”).
A partir de ahí se me ocurren dos comentarios, el primero es que toda la discusión se complica cuando no disponemos de una definición operativa mínimamente consensuada de lo que entendemos por cultura y el segundo, que (en definiciones que me convencen) se participa de eventos culturales para disfrutar de ellos.
Esta cuestión del disfrute, que salió en la conversación, generó cierta polémica ya que a algunas personas les rechinaba un poco. Parece, para algunos, que hay que acceder a la cultura como una especie de deber moral. En mi opinión, para profundizar en esto hace falta la definición operativa de cultura (o aclarar términos, si preferimos decirlo así). Ya escribí sobre esto aquí, me convence la definición antropológica, el conjunto de prácticas de un grupo. En ese marco siempre hablaremos de cultura con apellido (cultura popular, joven, navarra, urbana, etc.) para especificar el conjunto de personas que comparten esas prácticas. Y cuando usamos la palabra sin apellido, nos referimos a la “alta cultura”, la prácticas antropológicas del adulto europeo de clase media alta, de tradición grecolatina (la música clásica, ópera, teatro, literatura, etc.).
Hay muchas personas que utilizan “cultura” a secas para referirse a lo que yo he llamado “alta cultura”. No les gusta la altura, dado que sugiere un clasismo del que pretenden huir, aunque, en mi opinión, está presente de forma inevitable.
Cuando se dice que la cultura es algo más serio que entretenimiento, algo a lo que no hace justicia el concepto de “disfrute”, se está pensando en la “alta cultura”. Y como es la cultura canónica, la de las personas de bien, parece que hay un deber moral de atraer a ella a cuantas más personas mejor.
Dice Mauro Entrialgo en su libro “Malismo” (una referencia de cultura no muy alta seguramente) refiriéndose a las “subculturas juveniles” de principios de este siglo” que “La impotencia ante un futuro desesperanzador se mitiga con diversión despendolada, intenso consumo cultural de características muy específicas, la asunción de una estética distintiva, …”. Este párrafo me ha llamado la atención lo del intenso consumo cultural específico. Ahí se está asumiendo una definición de cultura inclusiva, no limitada a la “alta cultura”. De hecho muchas de esas tribus urbanas se identifican especialmente por el tipo de música que escuchan, y lo hacen con intensidad, aunque ninguno de esos tipos es la ópera o la música barroca.
Este ejemplo entronca con otra cosa que se comentó en la reunión del Club como es la casi necesidad de asistir a eventos culturales en grupo, con amigos. Hay quien los relacionó con falta de madurez, pero si lo pensamos desde la definición antropológica, las prácticas culturales cohesionan el grupo, es inevitable disfrutarlas en cuadrilla. Y se disfruta más por la sensación de pertenencia al grupo, con independencia de la calidad del espectáculo.
La reunión se fue diluyendo sin llegar a conclusiones operativas. Las autoridades universitarias intentaron destilar información sobre la conveniencia de incluir asignaturas en la oferta académica y de qué tipo deberían ser. Seguro que optativas y probablemente con metodologías que “escondan” que se trata de asignaturas, mejor llamarles talleres o algo así. Un formato que intente evitar la contradicción entre una actividad obligatoria (como una asignatura que hay que aprobar) y algo de lo que hay que disfrutar (la cultura). Por que no se puede obligar a pasarlo bien.
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