lunes, 4 de diciembre de 2023

Colonos digitales


Hace unos años hizo fortuna la expresión "nativos digitales" para hacer referencia a los jóvenes que habían nacido ya en un mundo digital. Se les suponía una habilidad innata para el manejo de esos dispositivos. Aunque aún se escucha esa expresión, es indudable que no existen conocimientos digitales innatos, y que si hay un uso temprano de dispositivos, lejos de conducir a un uso más fluido, genera vicios y malas costumbres. La realidad es que todos somos colones digitales. Como un carromato de personas enfilando hacia el sol poniente en los estados unidos del siglo XIX, adentrándose en lo desconocido.

Se ha creado un entorno digital, un conjunto de servicios interconectados a través de internet al que accedemos a través e nuestro ordenador o nuestro móvil. En ese entorno hay espacios de ocio (juegos), de relación (redes de amigos, conocidos o incluso enemigos), de negocio (videorreuniones, teletrabajo) o de comercio. Es un entorno interconectado también con los preexistentes, no es un mundo al margen de la realidad, las personas con las que te relaciones o el trabajo que realizas existen en el mundo real.  Es como si en la ciudad que habitamos se hubiera construido un nuevo lugar, solo que este es digital en vez de físico, accedemos con la mediación de un dispositivo.

Nuestros padres y abuelos nos enseñaron a habitar los espacios físicos: a mirar a los dos lados de la calle antes de cruzar o a no aceptar caramelos de desconocidos, por ejemplo. Nos acompañaron a excursiones, restaurantes, cines o supermercados. Con ellos, de manera natural, aprendimos qué se hace en esos lugares, cómo se trata con las demás personas que hay allí, la forma en que se espera que vayamos vestidos o las actitudes que resultan convenientes. La socialización en el espacio físico es tan obvia, tan natural, que ni reparamos en ella. Sin embargo, en ese nuevo "barrio" que es el entorno digital entramos todos juntos por vez primera, sin experiencia previa. Abuelos, padres e hijes, como los colonos en su carromato.

Nos dieron "tierras gratis" en el nuevo espacio: correos electrónicos, blogs y servicios varios, y los pioneros que fueron más hábiles les sacaron partido y se convirtieron blogueros o youtubers de éxito. También hubo quienes, ante la ausencia de unas fuerzas del orden bien establecidas, hicieron del crimen (el cibrcrimen) su forma de vida. Pero aquel oeste era un sitio físico distinto, o estabas allí o estabas en "la civilización", mientras que el nuevo espacio digital vive entreverado con el físico, compartimos lugar y tiempo. Además, ese nuevo "barrio" no es opcional, unos lo disfrutaremos más y otros menos, pero está ahí para quedarse y todos tenemos que pasar por él para hacer algunos recados.

Pocas veces en la historia nos enfrentamos intergeneracionalmente a un entorno desconocido que hay que colonizar. Todes tenemos que aprender, generar usos y costumbres, etiqueta y buenas maneras. A nivel individual, pero también colectivamente, estatalmente. Hacen falta más y mejores regulaciones legales y, sobre todo, formas de hacerlas valer. Como en todos los entornos, los poderosos tienen una irrefrenable tendencia a convertirse en abusones, y para evitarlo (al menos en lo más extremo) esas regulaciones no deberían centrarse especialmente en esas actividades y no limitarse a los robagallinas. En los espacios físicos eso no se ha conseguido mucho, no confío mucho en que en los digitales vaya a cambiar. Pero por lo menos deberíamos tener claro dónde están los verdaderos problemas (que no es ni un dispositivo de acceso concreto ni una generación particular).

 

sábado, 2 de diciembre de 2023

Móviles y lápices que prohibir

Estos días se multiplican las noticias sobre serias iniciativas para prohibir por ley que los jóvenes utilicen teléfonos móviles en determinadas edades y lugares: prohibido hasta los 16 años y fuera de escuelas e institutos. Me parece, no solo una mala idea, sino algo contraproducente.

Es verdad que los teléfonos móviles tienen muchos usos negativos y peligros derivados de ellos. El acceso al porno a edades inadecuadas, el ciberbulling y especialmente el control de la pareja, la insoportable tentación de distraerse cuando se requiere atención, por poner algunos ejemplos. Pero también tienen unos usos maravillosos como la disponibilidad de cualquier información en la palma de la mano, un diccionario, una enciclopedia, una brújula, un mapa o un medio para pedir auxilio en caso de emergencia.

Un uso inteligente, que le saque el mayor partido a lo positivo y minimice los riesgos, sería fundamental para enfrentarse a estos dispositivos, parece obvio, pero no es fácil conseguir esos patrones de uso. Esos microordenadores conectados a internet (que llamamos teléfonos por razones históricas) llevan muy poco tiempo entre nosotros, todavía no ha habido tiempo para generar una cultura a su alrededor.

Del teléfono propiamente dicho sí se han generado unos buenos usos bastante generalizados. Hace dos décadas los teléfonos sonaban en cualquier restaurante, cine o teatro y además se atendían muchas llamadas. Hoy ya es anecdótico el sonido de una llamada (y casi exclusivo de personas bastante mayores). En parte porque la mensajería ha sustituido a la llamada, es verdad, pero también porque hemos aprendido a poner el teléfono en silencia y a buscar momentos y lugares adecuados para hablar (salvo en los trenes, por alguna extraña razón).

Esa carne de prohibición, los jóvenes menores de 16 en la escuela, usan el móvil como ven hacerlo a sus mayores: en cualquier momento y de cualquier forma para cualquier cosa. No han recibido educación ni formal ni mucho menos ejemplar sobre los usos adecuados de esa nueva tecnología. Por otro lado, las autoridades no han acertado a controlar los sitios web de juego o de pornografía, por ejemplo. No me parece razonable intentar resolver con una legislación prohibitiva sobre jóvenes los problemas que generamos sus mayores. Aparte de que ese tipo de “puertas al campo” raras veces funcionan, es que es injusto.

Cuando escucho los argumentarios favorables a la prohibición me sorprende la identificación de la herramienta con su uso, como si quisiéramos prohibir los lápices porque se pueden escribir insultos con ellos y hasta clavárselos a otras personas. También me parece muy cínico pedir que el peso de la ley caiga sobre el eslabón más débil en vez de atacar los verdaderos problemas. Los malos usos se hacen a través de sitios web concretos (de juego o de pornografía, por ejemplo) ¿por qué no se prohíben esos sitios? O al menos que se regulen.

Como le leía a un amigo en una red social hace un par de días, no deja de ser fascinante que tengamos un movimiento de personas reclamando que la ley le prohíba a sus hijas e hijos usar los dispositivos que ellos les han comprado y no son capaces de enseñarles a utilizar.