viernes, 25 de abril de 2025

Lo que dicen que dice la ciencia

Ayer dio una conferencia Alan Sokal en la Fundación Areces, coorganizada por la RSEF. Siendo Sokal un personaje mítico y el tema de las injerencias ideológicas en la ciencia algo tan actual parecía necesario asistir a esa conferencia aunque fuera on line (por cierto quedó grabada, claro).

En tiempos en los que las injerencias ideológicas de la ultraderecha trumpista en todos los organismos científicos estadounidenses está siendo demoledora, el conferenciante consideró que eso es más o menos obvio y no requiere más comentario. El rechazo a la teoría de la evolución, cuya enseñanza está entre prohibida y limitada en multitud de estados fue despachado con que es un asunto casi folclórico, que los científicos serios no caen en eso y que no afecta al desarrollo de la ciencia real. El asunto de su conferencia era “el dogma”, políticamente instaurado, de que el sexo es algo declarado en vez de la obviedad biológica de que sólo hay dos sexos y que son evidentes, siendo cualquier otra cosa muy minoritaria y patológica. Le presentaron como “de izquierdas” y, aunque no de forma explícita, asumió ese papel. Insistía en que hay que respetar a las personas trans completamente, pero que eso no debería interferir con las consideraciones epistemológicas de la ciencia. Que cualquier causa legítima debe ser defendida, pero sin nublar la evidencia. Demasiados “peros”.

Me voy a permitir criticar su discurso también en nombre de la ciencia y la epistemología. Sin duda la naturaleza es como es y pretender torcer esa visión es un error por muy noble que sea la motivación que te empuje a intentarlo. Pero las categorías en que colocamos nuestras observaciones no son naturales. La observación muestra personas con una gran variedad de situaciones sexuales. También muestra que dos situaciones (los sexos masculino y femenino, cis, hetero) son bastante mayoritarias y encajan bien con el discurso evolutivo. A partir de ahí “la ciencia” no dice nada. Elegir esos dos sexos como “lo normal” y todo lo demás como “patológico” es una decisión humana, política. Análogamente, decidir que todas las personas que experimentan una situación sexual de la que disfrutan razonablemente y que no les hace sentir mal son sanas y su condición es “normal” también es una decisión política.

Decía Sokal en la conferencia que el apropiamiento ideológico de “la ciencia” de forma partisana socava la imagen social de esa forma de conocimiento tan extraordinaria que es la ciencia, y coincido plenamente con ello. Solo que justo a continuación hizo exactamente eso, apropiarse de “lo que dice la ciencia” para defender una postura política que, en realidad, no la ha dicho la ciencia.

Criticaba Sokal lo que llama “cancelación”, el hecho de que se critiquen posturas como la que defendió. Lo que le parecería correcto es que se discutieran en un contexto científico, no que se critiquen políticamente. Como he intentado mostrar antes, yo creo que su postura es profundamente política y, además, toma el nombre de la ciencia en vano. Por tanto, considero más que razonable criticarla en ese contexto. Por esa razón dejé de ver la conferencia y no volveré a leer nada de este señor. Aunque le llamen “cancelación” yo reclamo mi derecho a elegir lo que leo, y solo el año pasado se publicaron en España 90.000 libros; que entre mis 30 o 40 no haya nada suyo tampoco debería resultar tan extraño.

miércoles, 2 de abril de 2025

De un pueblo maduro para la democracia a una democracia podrida para el pueblo


Veo un titular sobre la pérdida de confianza en la democracia de parte de la juventud, estamos en 2025. Cerca de 50 años atrás, en algún momento de finales de los 1970, yo era un joven a punto de tener edad para votar y también el país estrenaba la posibilidad de votar. Se oían entonces discusiones sobre si éramos o no “un pueblo maduro para la democracia”. Mi tío Carlos me explicó que el pueblo maduro para la democracia es el que vota lo que hay que votar, el que no necesita que le apunten con pistolas, le “basta con que le apunten con El País dominical”. Se me quedó grabada esa frase que ahora adquiere nueva validez. Hay quien dice que esos jóvenes descreídos de la democracia están abducidos por influencers a través de las redes sociales. Quizá el medio por el que nos llega la información sea algo importante, no digo que no, pero la información que nos llega también puede tener su importancia.

Recuperando un chiste antiguo, la democracia no es ni buena ni mala, es mentira. Es mentira por que la democracia es una aspiración, pero no es algo definido que se tiene o no se tiene. La democracia que se conquistó tras la muerte de Franco permitió un montón de libertades antes inexistentes, fue un avance indudable. Además marcó una tendencia y, poco a poco, se fueron democratizando diferentes entornos de poder. Quizá el más llamativo fue las fuerzas armadas, fuente secular del golpismo. Pero otros poderes reales no transitaron nunca esos procesos, siguieron en manos de grupos cerrados sin control efectivo del pueblo, al margen pues de la democracia. El poder judicial, por ejemplo, es uno de esos, como estamos viendo de forma descarnada en los últimos tiempos. Pero no deja de ser un elemento instrumental, el verdadero poder que no cede es el poder económico. Aunque una inmensa mayoría de personas quiera que la vivienda sea más barata, que no haya una deslocalización industrial tan excesiva o una sanidad mucho mejor dotada, el sistema democrático actual no es capaz de convertir esos deseos en políticas reales y efectivas. Los intereses de los propietarios, los empresarios industriales o las rentas que deberían tributar como para financiar esa sanidad consiguen imponer su voluntad a la de una mayoría muy amplia.

La generación que hemos vivido esta democracia ma non troppo llegamos a la jubilación sin que haya habido avances significativos en la democratización del poder económico. De hecho la riqueza lleva lustros concentrándose y los servicios públicos deteriorándose. Nunca hay tiempo de verlo así por que la actualidad nos lleva como la muleta al toro, guiando nuestro enfado a muy corta distancia. Muletazos que se llaman crisis de las subprime, prima de riesgo o rotura de la cadena de suministros, cosas que parece que podemos entender, pero que realmente no. Muletazos que animan un parlamentarismo inflamado que parece vivir en un mundo paralelo.

A los hijos de esta generación, los “jóvenes de hoy día”, no les vale el recuerdo de una democracia peor para conformarse con esta, ni la vivieron ni la pueden imaginar. La sensación de que este no es el camino les resulta inexcusable y en la búsqueda de alternativas no hay una oferta ilusionante. La insistencia en asaltar los poderes con una nueva transición pacífica generó una burbuja de ilusión en el 15M, pero el estatus quo (campañas mediáticas y judiciales mediante) se ha encargado de ridiculizarla haciéndola parecer o bien más de lo mismo (a Sumar) o bien la protesta rabiosa irracional (a Podemos).

Solo queda el camino de los iluminados. Una propuesta que te anima a olvidar la desesperanza inventando un pasado maravilloso y culpando de los males del momento a todo hecho social reciente: la llegada de personas inmigrantes, el empoderamiento de las mujeres, el respeto a los colectivos minoritarios tradicionalmente marginados o la ciencia que nos augura catástrofes (climáticas, sin ir más lejos). Una propuesta tan llena de falsedades que necesita impugnar el mismo concepto de verdad para hacerse digerible. A cambio resulta psicológicamente irresistible dado que se apoya en todos los sesgos cognitivos, el de autoridad, anclaje, tribalismo… Y los sesgos cognitivos afectan aunque los conozcas, no son producto de la ignorancia, es la forma atávica de enfrentar la realidad cuya superación requiere de mucho esfuerzo cognitivo racional. Un relato inventado que apele a nuestros sesgos entra inmediatamente, y vencerlo con datos y razonamientos requiere al menos 10 veces más esfuerzo (a esto se le ha llamado “ley de Brandolini”). Por eso “dato no mata relato”.

Un pueblo maduro para la democracia posfranquista se desespera ante una democracia que, más que madura, está podrida. El camino no debería ser dejarse vencer por la pseudopolítica reaccionaria que se apoya en lo peor del ser humano. En mi opinión, solo una democracia saneada, más profunda, que se tome en serio los derechos humanos, es un buen camino.