viernes, 31 de diciembre de 2021

Ahí va otro año

Este momento no tiene nada de especial. La tierra sigue en órbita elíptica alrededor del Sol, y ni siquiera está en un punto singular de esa órbita. Sin embargo lo tiene todo de especial, es el momento arbitrariamente elegido por una ingente cantidad de personas para significar un cambio. Obviamente nos importa mucho más armonizarnos con nuestros congéneres que con eventos naturales que no sentimos de forma inmediata. Respecto de ese punto arbitrario hemos dado una vuelta completa al Sol, una más en la larga lista de casi 4000 millones que lleva orbitando la Tierra. De nuevo un dato que no nos importa frente al hecho personal de acabar con uno más de los pocos que viviremos, algo menos del centenar de ellos.


 El punto final, de un año en este caso, es un momento perfecto para recordar, para seleccionar lo memorable del período que termina. También para mirar hacia adelante desde un punto singular, como fuera del tiempo, que incita a proponer enmiendas al devenir diario que no nos convence. Decía John Dewey que  no aprendemos de la experiencia, sino de reflexionar sobre nuestra experiencia. Por eso son especialmente importantes estos momentos de balance y prospectiva tan típicos del cambio de año. Esa misma frase de Dewey me ha servido a mi para justificar la escritura de un diario (del blog en realidad, que no es sino un diario público). Cada vez que escribes, movido por algo que ha sucedido, reflexionas sobre lo experimentado.

Hoy día los blogs no los lee nadie. Me ha hecho gracia ver que mi amigo Iñako también escribe hoy su reflexión de fin de año y también comenta lo que cuesta mantener el habito de la escritura bloguera en tiempos de lectres fugados a otros medios. Encuentra él justificación suficiente con un único lector. En realidad sin siquiera lectores ya merecería la pena, creo, por aquello de obligarse a repasar lo vivido y aprender con ello.

Este fin de año es especialmente simbólico, como no, por la pandemia. Por ser el segundo que celebramos en una situación extremadamente anómala. Eso nos permite pensar, por ejemplo, que van dos años sin sanfermines y no ha pasado nada, quizá incluso esa sobredosis de desenfreno se reparta entre todos los días haciéndolos menos acartonados. Dos años de teletrabajo sin perder productividad. Parece que muchos estadounidenses han renunciado a su trabajo tras mirarlo en perspectiva desde el parón pandémico. No se trata de decir la tontería motivacional de que lo que no te mata te hace más fuerte ni nada parecido, pero sí que podemos aprovechar para aprender lo que se pueda desde este momento privilegiado (el fin de año) dentro de un momento singular (la pandemia).  

¡¡Feliz 2022 para todos!!

No es una predicción (aunque ojalá) sino un deseo  ;-)

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La foto es del anochecer de este 31 de diciembre de 2021 desde Mutilva, Navarra. Hecha con el móvil.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Paella con chorizo y estímulos supernormales

Hace un par de días me escandalizaba al ver una videoreceta de paella en un canal extranjero en la que se cometían todo tipo de atrocidades contra la tradición. Mi sensación de repulsión fue genuina, pero yo no soy en absoluto defensor de las tradiciones per sé, de hecho me encanta el concepto de “anarcopaella” de @_Quimi_ . Así que me he quedado dándole vueltas a la cosa. 

No es que poner chorizo en un arroz esté mal, o cebolla en el sofrito. Se pueden hacer arroces muy buenos así. Pero mezclar chorizo con gambas y mejillones, haber puesto pimienta en las gambas, añadir extra de pimentón y ajo (no contentos con el chorizo), terminar añadiéndole guisantes y perejil fresco… me parece un montón de incoherencias.

Y es que no hace falta que la receta sea canónica respecto de alguna tradición ancestral (salvo que quieras honrar esa tradición, cosa que también vale, claro). Pero sí que hace falta que sea coherente. Y mezclar sabores muy diferentes, que se tapan unos a otros, no entra en mis estándares, me disgusta, me repugna incluso.

Entiendo que esa coherencia que le pido tiene un fuerte componente subjetivo y cultural; pero cuando veo esas recetas inglesas o estadounidenses llenas de ingredientes de sabores intensos pienso que hay algo más. Es como si hubiera que generar la máxima intensidad de sabor. Una intensidad que, al menos para mi, mata todos los matices y la delicadeza de muchos ingredientes. Saturados de pimentón, pimienta, ajo y azafrán ¿qué se puede apreciar del sabor original de una gamba? Del pobre bicho solo quedará apreciable la textura (que no es poco, pero es una lástima reducirla a eso).

Me viene a la cabeza el asunto de los estímulos supernormales de las psicología evolutiva. Se trata de la creación de estímulos artificiales exagerando una característica buscada en la naturaleza por un organismo. Animales que han evolucionado con una tendencia hacia un estímulo encuentran una versión exagerada del mismo y van a por él. Se ha probado en multitud de animales y, como no, en humanos. De alguna manera toda preparación cocinada en un estímulo supernormal, ya que se preparan sabores y texturas que no existen directamente en la naturaleza ¿no?. Por otra parte hace más de un millón de años que los homínidos usan el fuego. Cocinar es parte ya de la evolución de un buen montón de generaciones, todas las de sapiens de hecho. Así que podríamos decir que si noes "natural" es algo ya naturalizado. Y la incorporación de sabores fuertes, como el picante, no es tampoco reciente.

Se me han acabado los argumentos racionales, así que no me va a quedar más remedio que conformarme con la subjetividad: Opino que no hace falta echarle kétchup a todo, no es necesario atiborrarse de pimienta o picantes. Los sabores intensos de continuo tapan todo un universo de sutilezas y matices que merecen mucho la pena y que quedan ahí aplastados por las apisonadoras del gusto.