Los seres humanos traemos al mundo unas crías muy desvalidas que necesitan casi dos décadas para llegar a un nivel de maduración con el que afrontar su vida independiente. Como individuos sociales hemos desarrollado estructuras cada vez más complejas, y en los últimos dos siglos se ha extendido la costumbre de proporcionar un entorno artificial de maduración de las crías, entre complementario y sustitutivo del entorno familiar, que se llama escuela.
El entorno artificial de maduración está organizado alrededor de una excusa que son los conocimientos (también llamados contenidos, currículo, etc.). Un niño de un pueblo español en 1940, o de Sierra Leona ayer, se desarrolla y se convierte en un adulto adaptado a su entorno sin saber enunciar la ley de la inercia, el teorema de Pitágoras o la capital de Uruguay. Sin embargo, ese tipo de enunciados constituyen la esencia de la escuela, y cuando una sociedad ya ha adoptado esa institución de forma generalizada se convierten en cuestiones inexcusables del proceso de maduración. Esto tiene una explicación histórica muy razonable, las sociedades más complejas van estando cada vez más basadas en el conocimiento y menos en la actividad física, el joven que puede ser independiente hoy no es tanto el que es capaz de arar y luchar como el que es capaz de leer y desarrollar una actividad con un significativo componente intelectual.
Pero muchas veces se pierde el norte y los conocimientos, que eran la excusa de la institucionalización de la maduración, se convierten en el objetivo esencial y acaban perjudicando la propia maduración. ¿Alguien se imagina a un niño de 20 meses examinándose de andar? No, claro, o anda o no anda. Pues un poco más adelante si que hacemos esas cosas, puedes manejarte perfectamente en un idioma (propio o extranjero) y ser examinado y suspender. Nos quedamos mirando al dedo que señala la luna.
Para traer de nuevo el foco a lo fundamental se inventó el término "competencia", para diferenciarlo de "contenido", i.e. no es tan importante que sepas el pretérito imperfecto de subjuntivo como que seas un lector y un hablante competente... y poca gente lo ha entendido así. Y además, cuando intentas explicar estas cosas te tachan de apologeta de la incultura: ¿quién puede defender que no es importante conocer el teorema de Pitágoras o la capital de Uruguay?
Sobre esta cuestión de las "competencias" se defendió hace un mes un Trabajo Fin de Máster (del máster de formación del profesorado de secundaria de la UPNA) en el que se encuestó a algo más de 150 profesores y profesoras de secundaria. El análisis de todos los datos es largo y tedioso para entretenernos aquí, pero la conclusión es demoledora: básicamente a nadie le parece un asunto relevante, se ve como una moda terminológica de los políticos (quizá influidos por pedagogos de torre de marfil) que tiene poco que ver con su auténtica labor. Para muestra un botón: preguntados sobre la valoración que hacen de competencias frente a contenidos, el 38% no sabe que contestar.
(copio literalmente el trozo del TFM, con el permiso de su autora, pero sin reescribirlo por mi cuenta, a pesar de lo que odio la representación gráfica elegida, como ya le hice notar)
En mi opinión la inclusión en la reglamentación legal educativa de "las competencias" fue un acierto, era la manera de recupera sensatez, a veces perdida, relativizando el valor de los contenidos, que no podría dificultar el auténtico objetivo de la educación. Sin embargo, con carácter general este proceso no ha sido asumido ni aplicado por los profesores implicados. Una pena.