Hay un pueblito en Navarra que alberga un observatorio astronómico aficionado... la mar de profesional. Fuimos de visita hace unos días con el Club de Amigos de la Ciencia.
Aparte del mal tiempo que nos dejó observar poco me resultaron interesantes unas cuantas cosas, a saber:
(i) Hay personas apasionadas por una afición a la que dedican su vida de una forma espectacular.
(ii) Qué difícil es conseguir que grupos humanos funcionen de forma cohesionada y por el interés colectivo. La historia de lo que hay allí, lo que funciona y lo que nunca llegó a funcionar, lo muestra con crudeza.
(iii) Las tecnologías digitales y el software libre han elevado las capacidades de la astronomía aficionada a límites impresionantes, permitiendo incluso descubrimientos profesionales de vez en cuando.
(iv) Hay que mantener el romanticismo. El telescopio ya superado ("Sultán") que estuvo años en desuso es hoy la pieza estrella del visitante: un sitio donde poner el ojo. Porque mirar una pantalla de ordenador, quieras que no, es una sensación completamente distinta.
(v) Las experiencias completas son mucho mejores. Además de mirar el cosmos se puede disfrutar de jardines cuidados, charcas con una diversidad biológica admirable o artísticos rebosaderos del aljibe.
(vi) La dimensión social de la experiencia no es menor. La cena es mucho más que la necesaria parada para reponer fuerzas.
Que sea el disfrute con la realidad y su conocimiento científico lo que haya motivado en última instancia algo tan espectacular es maravilloso.
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