En el barrio de Hispanoamérica de Madrid alguien ha colocado bicicletas, completamente pintadas de color, candadas en diversas esquinas. Ignoro si se trata de un acto conmemorativo, reivindicativo o si es una intervención artística. En calquier caso es bastante curioso. Además si se observan a distintas horas resultan la mar de sorprendentes. Estas primeras fotos están tomadas por la noche, con la iluminación de las farolas, que en esas zonas es de lámparas de vapor de sodio, esas que dan una luz anaranjada. ¿De qué color se ven esas bicicletas? Cuando las vi por primea vez me pareció que, sin duda, eran de color blanco. Lo sorprendente es que a la mañana siguiente, observadas a la luz del día son claramente amarillas.
Y más sorprendente aún, si cabe, después de haberlas visto amarillas, la siguiente noche ya no las veía tan claramente blancas, sino amarillo claro.
El color es una sensación, una experiencia subjetiva estimulada por la luz que nos llega a los ojos. A la hora de explicarse lo ocurrido al mirar las bicis, la primera parte es un fenómeno físico. La pintura absorbe algunas de las longitudes de onda de la luz que recibe y absorbe otras. Si iluminamos con luz blanca (es decir, con la que tiene de todos los colores -longitudes de inda- más o menos por igual), absorbe todos los colores menos el amarillo, que es el que refleja, llega al ojo y percibimos como tantas otras veces que hemos visto cosas amarillas, por eso le asignamos ese nombre. Con la luz del día eso es lo que ocurre, y también se aprecia que la farola es verde y que hay unos baldosines rojizos en el suelo. En cambio cuando se ilumina con una luz como la de las fasrolas anaranjadas todo cambia. Esa luz es casi toda naranja, con muy poquitas componentes de otros colores. Así que la pintura devuelve lo que puede de lo que había, un tono parduzco claro o blanco roto (ver la figura de más abajo). También bajo esa iluminación no podemos decir si la fatola es verde y las baldosas rojizas, todo es gris más o menos intenso. Esa luz que es casi de un solo color nos genera en realidad una imagen que es (casi) en blanco y negro, donde todo es gris.
Podemos tomar una herramienta de imagen (el MS Paint en este caso) y tomar el color de algún punto de la foto u hacer un rectángulo de ese color, para poderlo apreciar con menos interferencias. Al realizar eso con seis puntos más o menos al azar se obtiene la figura adjunta. Los seis paneles superiores corresponden a las bicis de noche y los inferiores de día. Como se puede ver, en los nocturnos no hay ningún matiz amarillento; lo contrario ocurre en los diurnos.
El segundo efecto es psicológico. ¿Si realmente no llega a nuestros ojos tonos amarillos por qué la segunda noche creía verlos? Nuestro sistema de percepción ha evolucionado de forma que obtiene representaciones del mundo muy eficientes para operar en él. Para conseguirlo, en ocasiones ha de realizar operaciones complejas. Un ejemplo clásico es la ilusión del tablero de ajedrez en sombra, en la que dos escaques que realmente tienen el mismo tono de gris aparentan ser muy diferentes por que asumimos que la diferencia se debe a la sombra que proyecta un cilindro.
En un tablero de ajedrez sabemos que todos los escaques claros son iguales y diferentes a todos los oscuros. Suponemos que lo que representa la figura lo es y ese conocimiento se sobrepone a lo que realmente vemos. Del mismo modo, el conocimiento de que las bicicletas son amarillas se sobrepone a la sensación directa del ojo y en la construcción de la percepción ya no podemos evitar el amarillo.
Después de estas reflexiones entiendo mejor lo que ví y por qué lo ví de esa forma. Lo que todavía me resulta un enigma es por qué alguien se ha entretenido en pintar bicicletas de amarillo y ponerlas por las esquinas.
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