Aún no habrá terminado la sesión a la que nos ha invitado esta tarde el Vicerrector de Enseñanzas para contarnos al profesorado los planes de la universidad respecto a la implantación del Espacio Europeo de Enseñanza Superior. Y no puedo evitar opinar, ahora que prefiero hacerlo con un poco más de extensión, reflexión y privacidad que en el turno de preguntas y discusión en la sala (donde ha habido una sorprendente asistencia superior a los 100 profesores, aunque con muy notables ausencias).
Lo primero lo positivo: es de agradecer la información, y es de agradecer encontrarse con un procedimiento bien trabajado, estructurado y posibilista, que seguro que se desarrollará en plazos y nos llevará a cumplir con lo obligatorio. Nos ha presentado un buen proyecto de buen ingeniero , como es él.
Pero políticamente (en el sentido de política universitaria, no de partidos) está bastante alejado de mis posturas, y de lo que yo hubiera propuesto. Tres elementos concretos en los que explicitar esta discrepancia:
- Se da por supuesto que hay titulaciones que sólo se van a transformar formalmente, pero no en su misión social ni en su organización de fondo (seguiremos teniendo magisterios diferentes desde primero)
- La participación social se establece a través de un "parlamento" de 100 personas del que se esperan estudios técnicos (demanda de titulaciones, evolución histórica, etc.), que podrá utilizar a título consultivo el Consjo de Gobierno para decidir las titulaciones.
- El auténtico comité de gobierno del proceso lo forman el equipo rectoral y los directores de centro.
Entre los tres se evidencia un proceso de dentro a fuera: nosotros sabemos lo que hay que hacer, y nosotros lo pilotamos, y además eso que vamos a hacer no va a diferenciarse mucho de lo que ya hacemos, y no tanto por ajuste de los recursos como porque nos gustamos así. En este párrafo "nosotros" significa la comunidad universitaria (más o menos ponderada en sus diferentes sectores).
El punto primero del programa electoral no vencedor en las últimas elecciones a rector en lo relativo a enseñanzas empezaba por el lado contrario: crear una comisión pilotada por el Consejo Social para estudiar el mapa de titulaciones. Además de ganar un año, cosa no baladí cuando se dispone de dos, esto hubiera supuesto darle la vuelta al proceso, comenzar por preguntarse qué es lo que la sociedad en la que se enmarca la universidad espera de ella. Sin presupuestos ni decisiones ya tomadas porque "es obvio que va a ser así de todas formas" o motivadas por la urgencia.
En este asunto hay dos posiciones extremas, por un lado la mercantilista pura de ofrecer lo que el mercado "compra" porque es quien paga y lo demás es perder eficiencia y la academicista pura: la academia sabe lo que hace y si a nadie le interesan los estudios de caza de dragones peor para ellos que se pierden esa disciplina tan apasionante. Y no es fácil encontrar el punto de equilibrio razonable. El mercantilismo lleva a cambios demasiado rápidos y poco motivados, desperdicia el poder transformador de la Universidad y, lo que probablemente es peor, impide el avance de la ciencia en su sentido más amplio y completo. El academicismo puro desperdicia los recursos públicos de forma flagrante, amenazando la viabilidad de la institución a medio plazo.
Tras el planteamiento general, y reconociendo la dificultad de trazar el camino, en el caso que nos ocupa, a mi me hubiera gustado una visión más ambiciosa, estratégica e incardinada en la sociedad.
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