sábado, 9 de marzo de 2024

Impulso de rebeldía científica

Dan ganas de dejar la ciencia y pasarse directamente a la revolución, o cuando menos al activismo. Hace unos días, en una tesis sobre energía solar y hablando distendidamente con el tribunal, la recién doctora y otros colegas, todos coincidimos en los despropósitos del lado de la demanda. Cuando la demanda es irracional, lobista y avariciosa, cuesta dedicar esfuerzos racionales y fríos a entender intrincados detalles de la naturaleza que permitan exprimir procesos y sacar unos vatios más.

¿Por qué no hay catenarias en la carreteras (autopistas al menos), una red de trenes más porosa, transporte público urbano más fluido, pequeño vehículo eléctrico (patinetes y similares) para la última milla? Se puede descarbonizar el transporte con tecnologías existentes, solo hay que querer y entonces introducir cambios sociales que no son más costosos que los alternativos: baterías, electrolineras, grandes infraestructuras (AVE, nucleares,...).

Largas conversaciones sobre unos y otros temas, disponibilidad de recursos, tecnologías, equilibrios territoriales en investigación, industria o minería; interlocutores ilustrados, que apoyan la argumentación con datos concretos y referencias a trabajos científicos (publicados en grandes revistas). Conversaciones de sobremesa que no buscan una conclusión y, a pesar de ello, de forma quizá inevitable, conducen a una amarga sensación de pérdida de tiempo, de dirección equivocada de los esfuerzos si de verdad queremos un mundo mejor como decimos en la introducción de todos nuestros trabajos científicos.

Por otro lado, desde un punto de vista más racional, tengo claro que la actitud científica (por no llamarle "método") consiste en buscar verdades lo más independientes posible de subjetividades. Y para ello los apasionamientos y los conflictos de intereses son de lo peor. Por eso he defendido en el pasado, en diversos foros, la necesidad de separar la actividad científica de la militancia política para que la primera se preserve genuinamente valiosa.

En el aula hago el teatrillo de hablar desde la tarima cuando digo cosas "científicas" (respaldadas por conocimiento certificado, etc.) y me bajo de la tarima para hacer consideraciones más personales, más de opinión. Pero esa frontera es muy difusa y el aula es un entorno demasiado artificioso. En la calle vivo el dilema de una forma mucho más problemática... aunque cada vez milito más fuerte, serán cosas de la edad.

viernes, 8 de marzo de 2024

Plan 75


En el ciclo de Ciencia y Cine (DIPC & Filmoteca Vasca) la película de hace unos días fue "Plan 75", una distopía en la que el gobierno japonés instaura un plan de incitación a la eutanasia a partir de los 75 años. La película es preciosa a pesar de la dureza del tema. Pasa por un montón de aspectos de la cuestión de forma sutil, solo sugiriendo los sufrimientos, sin recrearse en ellos, huyendo de toda tentación morbosa.

Hay muchas personas que tienen una relación con ese plan: usuarios que llegan hasta el final, usuarios arrepentidos, potenciales usuarios que no se animan, familiares de usuarios, gestores del plan o trabajadores del sistema. Todos ellos, aunque comenzaran con ilusión, bien por liberarse de sufrimientos, por ganar un dinero muy necesitado o por lo que fuere, acaban mal. Parece desprenderse la conclusión de que una cosa es tener una relación natural con la muerte y otra que sea una relación industrial.

La película termina con una anciana cantando mientras mira una puesta de sol (no entro ne más detalles para evitar destripes/spoilers). Y todo esto me viene a la cabeza porque al día siguiente de la peli, a la hora de venir a la universidad, me crucé con un anciano, bien entrado en los 80, andando apoyado en un bastón que iba cantando con alegría. Hoy me lo he vuelto a cruzar y me ha dado los buenos días con una energía envidiable. Como diría el castizo, hasta el rabo todo es toro.

jueves, 7 de marzo de 2024

Sin techo

 

Desde hace un par de semanas tenemos una persona viviendo en su coche en uno de los aparcamientos de la universidad. Lo descubrí casualmente al aparcar a su lado. Y es que los primeros días era muy esquivo, no estaba casi nunca cerca del coche, que tampoco tenía un aspecto desastrado. Esta mañana le he visto terminando de limpiar el coche, brillante, repasándolo con un paño mientras fumaba un cigarrillo.
 
A partir de dos detalles, que además son impresiones subjetivas, toda historia que se cree no deja de ser pura ficción, pero el caso es que me la imagino. Imagino la inquietud de la persona en su primer día en la nueva ubicación, probablemente el primero de calle (o de coche si queremos). Un coche mucho mejor, nuevo y cuidado de lo que corresponde al estereotipo "sin techo", claro. El aparcamiento de un sitio grande por el que pasa mucha gente y en el que es fácil pasar desapercibido ¡y hacer uso de cuartos de baño! Pero es un sitio vigilado, donde quizá sea localizado y animado (con más o menos energía) a abandonar el emplazamiento.
 
Cuesta pocas repeticiones crear rutinas, y las rutinas dan seguridad. La ausencia de incidentes, o contactos no desagradables con las "autoridades" (mee extrañaría que desde atención social o desde seguridad o desde ambos, no le hayan contactado ya) dan seguridad también. Perdido el miedo inicial ya se puede vivir con un poco más de naturalidad y gastar parte del (seguramente demasiado) tiempo libre en dejar brillante ese coche que es el hogar.
 
Todos estamos a dos sueldos de vivir en la calle. Quizá 8 o 10, vale, pero no mucho más. Especialmente si no tienes una red familiar que de cobertura a momentos de desempleo, ruptura de pareja, transitorio descoloque psíquico o lo que sea. Me gustaría pensar que esa persona del aparcamiento es un actor de una intervención artístico educativa organizada para los alumnos del centro (no lo es).
 
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Imagen tomada de un periódico que da como crédito Dall-E2 

martes, 6 de febrero de 2024

Diferir la recompensa o anticipar el castigo

 La capacidad de diferir la recompensa, de esperar sin comerte el caramelo porque si lo haces te darán más, es un predictor de éxito en la vida. Desde los años 1960 se vienen haciendo experimentos a para ver si los niños se aguantan las ganas de comerse la gominola. Ahora estamos ante la versión inversa, la capacidad de anticipar el castigo. ¿te animas a un empaste hoy o prefieres perder la muela en un año? Es mucho más sórdido, y aunque lógicamente sea la misma cuestión, psicológicamente es muy distinta. La ensoñación de futuros dulces o amargos es radicalmente distinta.

Esa es la situación que enfrentamos todos con el calentamiento global y estos días se inflama en el mundo agrario. Las medidas ambientales contra las que se están levantando agricultores de toda Europa nacen del deseo de mitigar ese calentamiento que ya nos achicharra los veranos. Hay mucha gente que piensa que son insuficientes, muy insuficientes si queremos de verdad evitar una catástrofe climática. Pero esa catástrofe la vemos en el futuro, y las medidas que nos dificultan la vida (o nos empobrecen un poco) se aplican ahora.

Luego está el aprovechamiento por parte de partidos políticos de esa situación para apalancar su guerra cultural. A la sensación de tensión entre el mal inmediato y el horror diferido es fácil darle alivio pintando de malvados y enloquecidos a los que defienden las políticas ecologistas y climáticamente responsables. Unos flowerpower abrazaárboles que no saben lo que cuesta ganarse el pan. Es un relato tan sencillo como malvado y, lo que es peor, suicida. Estamos jodidos, porque casi todos los niños se comen la gominola.



domingo, 4 de febrero de 2024

Burbujas para abajo

 Una observación de bar: en la sombra de la cerveza las burbujas caen en vez de subir


Tras un rato dándole vueltas y hacer algunas comprobaciones parece claro que la copa, como lente casi esférica que es, invierte la imagen, lo que en la realidad está arriba en la imagen está abajo (también izquierda y derecha, por cierto, pero aquí da igual).


Las burbujas que en la realidad suben, en la imagen, la sombra de las burbujas van en sentido contrario.

El vídeo en extwitter

viernes, 26 de enero de 2024

¿Sale agua de las aceras?

Ayer me preguntaba un amigo por qué sale agua de las aceras los días de niebla. Es curioso que la aparición de esa película de agua que vemos en el suelo nos resulte fácil atribuirla a una especie de sudor de la acera. Mi respuesta es que, lo más probable, es que ese agua provenga de condensación del agua disuelta en el aire, bien cuando el aire está sobresaturado (y hay niebla), bien cuando no llega a tanto, pero sigue bastante saturado aunque ya no haya niebla.

Me comentaba dos cosas más del fenómeno: (i) que las aceras de las zonas umbrías permanecían húmedas todo el día, mucho después de que la niebla se hubiera disipado y (ii) que esa película resultaba resbaladiza, grasienta.

Esta mañana, viniendo a la universidad he pasado por una zona umbría y ahí estaba la superficie mojada. En la foto se ve el final de la zona húmeda, la frontera con la zona donde da el sol y corre el aire, y unas marcas de las ruedas de bicicleta que estiran el agua por lo seco.

El que la humedad permanezca el día entero, supongo que se debe a que las condiciones en la superficie de la acera siguen siendo de sobresaturacion todo el día. Con la humedad relativa del aire por encima del suelo, a la temperatura del cemento, se sobrepasa el límite de saturación y precipita parte del agua que estaba disuelta. Quizá no haga falta que se deposite mucho si la evaporación no es efectiva porque el aire está cerca del 100% de humedad todo el tiempo.

Más interesante, si cabe, es lo de que esa humedad "esté grasienta". Y es que es muy distinto que el agua que cubre una acera provenga de lluvia (o riego) o que provenga de condensación; es distinto a escala microscópica. Pensemos que la superficie del cemento (del material las baldosas de la acera) tendrá una cierta rugosidad en la que ha poros microscópicos. Poros suficientemente pequeños como para que no penetre en ellos el agua de lluvia. La tensión superficial crea una película que hace de tapón al poro. Esos poros en los que nunca entra el agua acumularán polvo (fino) y cualquier porquería que quepa. Cuando lo que se produce es condensación, el inicio del proceso ocurre en la zona más fría, dónde mejor se evacue el calor, en el fondo del poro, es desde allí desde donde se va llenando la superficie de agua. En esa situación, esas porquerías (polvo seguro, no sé si grasa realmente) que hubiera allí tienen la pueden ser empujadas hacia arriba y salir a zonas menos intrincadas, zonas pisables en las que contribuir a los resbalones. Esa característica del proceso de condensación, su inicio en el fondo de los poros es el que hace que la escarcha en los parabrisas de los coches los días de fío esté tan firmemente adherida.

No he encontrado información sobre este fenómeno del "sudor" de las aceras y que resulte "grasiento", toda la explicación que he escrito más arriba es una hipótesis que requeriría alguna evidencia extra para darla por cierta, pero plausible sí me parece.

viernes, 19 de enero de 2024

Una mañana fría

 Hace frío esta mañana, me lloraban los ojos de camino al despacho, y lo he disfrutado. Seguramente aún en modo nocturno, con sueño y apenas empezando a amanecer, pensaba en que quizá me quedaban pocas veces de sentir ese frío en la cara. Este invierno está siendo templado, la semana pasada una mañana estábamos a 13 grados en vez de los 2 de hoy. El verano pasado fue el segundo más caluroso de la historia en esta ciudad (y en el mundo, creo).


Imaginaba la reacción de un pariente cercano, militante de ese partido de la barbarie; me diría que soy un sensiblero y que no hay pruebas de que esto vaya a ser así, que el miedo climático es un invento ideológico para imponer determinadas políticas.

Claro, ¿y si cuidamos el planeta (y a nosotros mismo) y no era necesario? ¿De verdad hace falta una sentencia de desastre totalmente confirmada para hacer las cosas bien? Es más bien al contrario, hace falta un velo ideológico para pensar que el crecimiento puede ser infinito, que el planeta lo aguanta todo y que lo bueno es seguir compitiendo con la naturaleza (y con nosotros mismos). Compitiendo por quién construye una torre más alta o tiene el coche más rápido. Disfrutando de ir a por y aparcar en la puerta, de tener reuniones remotas a las que ir en avión, privado si puede ser. Extasiarse con la libertad de tomarse una cerveza en un entorno de aire insalubre.

La opción ideológica de construir de forma que se pueda hacer vida andando, que se interactúe con las personas que viven cerca, que disponga de áreas vegetales, arbolado que, cuando menos, de sombra, esa opción ideológica es peligrosa. La opción de evitar competiciones para que lo habitual sea la colaboración, la de ocuparnos entre todos (todes mejor dicho) de los que peor lo tienen, de mutualizar riesgos, todo eso es peligroso.

Y para evitar esos peligros hay que insistir en que el modo de vida agresivo, competitivo y consumista es el que da la verdadera felicidad y, por supuesto, es seguro. Y si para mantener ese convencimiento hay que negar evidencias científicas, se niegan. Y si para ello hay que deslegitimar la ciencia en general, se deslegitima. ¿O es que me van a hacer creer a mi que la tierra no es plana si lo estoy viendo con mis propios ojos?

Sabiendo que a elles les parecerá tan absurda mi elección como a mi la suya, aquí me quedo, disfrutando de la mariconada de añorar el fresquito mañanero en un planeta esférico.

viernes, 12 de enero de 2024

Los espacios de la UPNA

Paseando alrededor del campus de Arrosadía me di cuenta de que desde la ciudad no se ve. El edificio del Aulario está un poco hundido respecto del nivel de la calle y en los dos extremos, los que de verdad lindan con la ciudad, lo que tenemos son dos ruinas. Por el oeste, frente al Sadar, unas naves de alguna fábrica que están semiderruidas desde antes de instalarse la universidad. En el este las cocheras de una empresa de transportes que dejó hace unos años esas instalaciones.

Desde el gobierno de la universidad se lleva décadas reclamando que esas parcelas se expropien y se incorporen al campus. Lo mismo que se viene reclamando un espacio en el centro de la ciudad que permita acercar la actividad cultural universitaria a la ciudadanía. No son reclamaciones abstractas “a quien pueda interesar”, se trata de solicitudes al Gobierno de Navarra y al Ayuntamiento de Pamplona. En los 30 años que estas demandas se vienen reiterando por las dos instituciones han pasado gobiernos de muy diverso color político, pero la respuesta siempre ha sido la misma, a los hechos nos remitimos.

Es triste que Navarra y Pamplona sigan sin tenerle cariño a su universidad. Porque no hay otra forma de entender esta inacción urbanística que dura décadas. Encima, cuando empieza a moverse, en los últimos años es en una dirección que acentúa esa sensación de desprecio. El espacio en la ciudad pudo ser el edificio de Salesas (después de haber pasado por muy distintos planes que nunca fueron). Pero cuando empezó a tomar forma la idea, se adjudicó realmente a la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona. Pero algo había que hacer con estos pesados de la UPNA. La negociación fue avanzando y cada vez nos tocaba menos. Al final, podemos usar la capilla unos días al año (y no el centro y no cualquier día) y hay una oficina de 30m2, pero sin salida a la calle y sin posibilidad de anunciar nada en el exterior. Ojalá me equivoque, pero ese acuerdo no va a dar satisfacción a la demanda de servicio ciudadano de la universidad.

Algo equivalente se ha propuesto para el solar de la esquina este, cederlo no a la UPNA sino a un centro de investigación. La contrapartida es que en el patronato del centro la universidad tenga cierto peso. Lo mismo con la parte del edifico del Sario donde antiguamente estuvieron los “ITGs” y Tracasa, se desalojaron para la UPNA pero luego se pararon las obras y solo se han retomado cuando el uso ya no será de la universidad sino de otro tipo de centros (con cierta participación universitaria).

Parece que sólo cuando una porción de la universidad se convierte en reclamación política por la razón que sea se actúa de forma clara en lo urbanístico, pero ni siquiera de forma generosa. Un magnífico campus en Tudela, en las afueras, dónde no afecta a la vida cultural de la ciudad, y un edificio para medicina en la zona de hospitales.

Lo de la mala ubicación del campus de Tudela no es una sensación, esta semana acabamos un curso de extensión universitaria en la UNED de Tudela (en el centro de la ciudad) que ha tenido más de 60 estudiantes. La versión equivalente en el campus de la UPNA el curso pasado no llegó a los 15.
Una vez me dijo un responsable del Gobierno de Navarra, hace muchos años, “la universidad es un pájaro mu gordo pa echarle alpiste”. La economía siempre es una parte de cualquier problema, pero sin duda el pecado original de esta institución es otro.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Colonos digitales


Hace unos años hizo fortuna la expresión "nativos digitales" para hacer referencia a los jóvenes que habían nacido ya en un mundo digital. Se les suponía una habilidad innata para el manejo de esos dispositivos. Aunque aún se escucha esa expresión, es indudable que no existen conocimientos digitales innatos, y que si hay un uso temprano de dispositivos, lejos de conducir a un uso más fluido, genera vicios y malas costumbres. La realidad es que todos somos colones digitales. Como un carromato de personas enfilando hacia el sol poniente en los estados unidos del siglo XIX, adentrándose en lo desconocido.

Se ha creado un entorno digital, un conjunto de servicios interconectados a través de internet al que accedemos a través e nuestro ordenador o nuestro móvil. En ese entorno hay espacios de ocio (juegos), de relación (redes de amigos, conocidos o incluso enemigos), de negocio (videorreuniones, teletrabajo) o de comercio. Es un entorno interconectado también con los preexistentes, no es un mundo al margen de la realidad, las personas con las que te relaciones o el trabajo que realizas existen en el mundo real.  Es como si en la ciudad que habitamos se hubiera construido un nuevo lugar, solo que este es digital en vez de físico, accedemos con la mediación de un dispositivo.

Nuestros padres y abuelos nos enseñaron a habitar los espacios físicos: a mirar a los dos lados de la calle antes de cruzar o a no aceptar caramelos de desconocidos, por ejemplo. Nos acompañaron a excursiones, restaurantes, cines o supermercados. Con ellos, de manera natural, aprendimos qué se hace en esos lugares, cómo se trata con las demás personas que hay allí, la forma en que se espera que vayamos vestidos o las actitudes que resultan convenientes. La socialización en el espacio físico es tan obvia, tan natural, que ni reparamos en ella. Sin embargo, en ese nuevo "barrio" que es el entorno digital entramos todos juntos por vez primera, sin experiencia previa. Abuelos, padres e hijes, como los colonos en su carromato.

Nos dieron "tierras gratis" en el nuevo espacio: correos electrónicos, blogs y servicios varios, y los pioneros que fueron más hábiles les sacaron partido y se convirtieron blogueros o youtubers de éxito. También hubo quienes, ante la ausencia de unas fuerzas del orden bien establecidas, hicieron del crimen (el cibrcrimen) su forma de vida. Pero aquel oeste era un sitio físico distinto, o estabas allí o estabas en "la civilización", mientras que el nuevo espacio digital vive entreverado con el físico, compartimos lugar y tiempo. Además, ese nuevo "barrio" no es opcional, unos lo disfrutaremos más y otros menos, pero está ahí para quedarse y todos tenemos que pasar por él para hacer algunos recados.

Pocas veces en la historia nos enfrentamos intergeneracionalmente a un entorno desconocido que hay que colonizar. Todes tenemos que aprender, generar usos y costumbres, etiqueta y buenas maneras. A nivel individual, pero también colectivamente, estatalmente. Hacen falta más y mejores regulaciones legales y, sobre todo, formas de hacerlas valer. Como en todos los entornos, los poderosos tienen una irrefrenable tendencia a convertirse en abusones, y para evitarlo (al menos en lo más extremo) esas regulaciones no deberían centrarse especialmente en esas actividades y no limitarse a los robagallinas. En los espacios físicos eso no se ha conseguido mucho, no confío mucho en que en los digitales vaya a cambiar. Pero por lo menos deberíamos tener claro dónde están los verdaderos problemas (que no es ni un dispositivo de acceso concreto ni una generación particular).

 

sábado, 2 de diciembre de 2023

Móviles y lápices que prohibir

Estos días se multiplican las noticias sobre serias iniciativas para prohibir por ley que los jóvenes utilicen teléfonos móviles en determinadas edades y lugares: prohibido hasta los 16 años y fuera de escuelas e institutos. Me parece, no solo una mala idea, sino algo contraproducente.

Es verdad que los teléfonos móviles tienen muchos usos negativos y peligros derivados de ellos. El acceso al porno a edades inadecuadas, el ciberbulling y especialmente el control de la pareja, la insoportable tentación de distraerse cuando se requiere atención, por poner algunos ejemplos. Pero también tienen unos usos maravillosos como la disponibilidad de cualquier información en la palma de la mano, un diccionario, una enciclopedia, una brújula, un mapa o un medio para pedir auxilio en caso de emergencia.

Un uso inteligente, que le saque el mayor partido a lo positivo y minimice los riesgos, sería fundamental para enfrentarse a estos dispositivos, parece obvio, pero no es fácil conseguir esos patrones de uso. Esos microordenadores conectados a internet (que llamamos teléfonos por razones históricas) llevan muy poco tiempo entre nosotros, todavía no ha habido tiempo para generar una cultura a su alrededor.

Del teléfono propiamente dicho sí se han generado unos buenos usos bastante generalizados. Hace dos décadas los teléfonos sonaban en cualquier restaurante, cine o teatro y además se atendían muchas llamadas. Hoy ya es anecdótico el sonido de una llamada (y casi exclusivo de personas bastante mayores). En parte porque la mensajería ha sustituido a la llamada, es verdad, pero también porque hemos aprendido a poner el teléfono en silencia y a buscar momentos y lugares adecuados para hablar (salvo en los trenes, por alguna extraña razón).

Esa carne de prohibición, los jóvenes menores de 16 en la escuela, usan el móvil como ven hacerlo a sus mayores: en cualquier momento y de cualquier forma para cualquier cosa. No han recibido educación ni formal ni mucho menos ejemplar sobre los usos adecuados de esa nueva tecnología. Por otro lado, las autoridades no han acertado a controlar los sitios web de juego o de pornografía, por ejemplo. No me parece razonable intentar resolver con una legislación prohibitiva sobre jóvenes los problemas que generamos sus mayores. Aparte de que ese tipo de “puertas al campo” raras veces funcionan, es que es injusto.

Cuando escucho los argumentarios favorables a la prohibición me sorprende la identificación de la herramienta con su uso, como si quisiéramos prohibir los lápices porque se pueden escribir insultos con ellos y hasta clavárselos a otras personas. También me parece muy cínico pedir que el peso de la ley caiga sobre el eslabón más débil en vez de atacar los verdaderos problemas. Los malos usos se hacen a través de sitios web concretos (de juego o de pornografía, por ejemplo) ¿por qué no se prohíben esos sitios? O al menos que se regulen.

Como le leía a un amigo en una red social hace un par de días, no deja de ser fascinante que tengamos un movimiento de personas reclamando que la ley le prohíba a sus hijas e hijos usar los dispositivos que ellos les han comprado y no son capaces de enseñarles a utilizar.