Parece ser que el sueldo al que accede un egresado universitario es un 47% del que se obtiene con el graduado escolar, y que esa ventaja viene bajando drásticamente con los años.
No es que el dinero sea un fin en si mismo, pero el dato refleja claramente que algo no está bien, y que va a peor.
Parece que la explicación inmediata es, como apunta el propio titular, la sobreoferta: en una situación de mercado el producto muy abundante baja de precio. Crece la oferta, pues baja aún más el precio.
Puede ser. Durante unos años el título universitario tenía un valor social: todos los padres querían que sus hijos fueran universitarios, bien para no ser menos que ellos, bien para que fueran lo que ellos no consiguieron. Además el aumento del paro en los años 80 derivó legiones de jóvenes a la universidad para retrasar su incorporación al paro. Ahora ya somos primer mundo, sin complejos, y nadie tiene que demostrar nada. Ni los padres superan frustraciones a través de la educación de sus hijos, ni los hijos ven en la formación un valor en si mismo. Se impone pues una valoración más económica de la cuestión, no hay razón para no optimizar la relación coste beneficio.
Así pues parece que más jóvenes van eligiendo la formación profesional (ciclos formativos) frente a la universidad: la una sube del 15 al 21% y la otra baja del 45 al 43% (supongo que son datos de porcentaje de cada cohorte de edad que elige una u otra opción).
A mi me parece que la formación es un valor en si mismo, y que una sociedad compuesta por ciudadanos formados es mejor. Pero si ese incremento de formación genérica (abstracta, teórica) no lleva incluída una cierta ventaja económica, no se sostiene. ¿Dónde se situará el equilibrio? y desde un punto de vista utilitarista ¿cómo vamos a encajar toda esta reconversión desde las universidades?
Parece que la explicación inmediata es, como apunta el propio titular, la sobreoferta: en una situación de mercado el producto muy abundante baja de precio. Crece la oferta, pues baja aún más el precio.
Puede ser. Durante unos años el título universitario tenía un valor social: todos los padres querían que sus hijos fueran universitarios, bien para no ser menos que ellos, bien para que fueran lo que ellos no consiguieron. Además el aumento del paro en los años 80 derivó legiones de jóvenes a la universidad para retrasar su incorporación al paro. Ahora ya somos primer mundo, sin complejos, y nadie tiene que demostrar nada. Ni los padres superan frustraciones a través de la educación de sus hijos, ni los hijos ven en la formación un valor en si mismo. Se impone pues una valoración más económica de la cuestión, no hay razón para no optimizar la relación coste beneficio.
Así pues parece que más jóvenes van eligiendo la formación profesional (ciclos formativos) frente a la universidad: la una sube del 15 al 21% y la otra baja del 45 al 43% (supongo que son datos de porcentaje de cada cohorte de edad que elige una u otra opción).
A mi me parece que la formación es un valor en si mismo, y que una sociedad compuesta por ciudadanos formados es mejor. Pero si ese incremento de formación genérica (abstracta, teórica) no lleva incluída una cierta ventaja económica, no se sostiene. ¿Dónde se situará el equilibrio? y desde un punto de vista utilitarista ¿cómo vamos a encajar toda esta reconversión desde las universidades?
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