Para celebrar el día del trabajo he estado leyendo sobre la medida (en concreto dos preciosos libros que compramos en Amazon, 1 y 2). Pensaba retocar el primer tema de la asignatura de Instrumentación (5º, Ing. Industrial) confiando en seguirla dando el próximo curso, que a estas alturas aún no sabemos nada (¡la boloñesa tarda en cocerse!).
Medir, cuantificar, asignar números a las cosas resulta una herramienta poderosísima. Probablemente por eso resulta, a su vez, tan repugnante en multitud de ocasiones: No queremos que se mida nuestra presencia en el puesto de trabajo, no queremos que se mida nuestra producción científica, la calidad de nuestra universidad. "Even among the physical scientists, the profession most susceptible to measurement (in both senses of the adjective), it is widely understood that quantification must not be allowed to dominate over insight and imagination" (en 1)
Oía esta mañana en la radio que desde que se ha impuesto el sistema de medida de asistentes a las manifestaciones (que ya comentamos aquí en su día) los organizadores y detractores son mucho más prudentes en sus estimaciones. Ahí está la pista. En ausencia de medidas (se entiende de medidas buenas, precisas, fiables) estamos en el reino del convencimiento, de la persuasión, de la sugestión. Y mucha gente se siente más capaz de persuadir a los demás de algo irreal que de comprender la realidad y actuar en consecuencia.
Incorporar la medida a un proceso supone un aumento de complejidad significativo, porque hay que entender las medidas, interpretarlas en su justa medida, contextualizarlas, como decía la cita anterior, incorporarlas en un modelo con imaginación e "insight" (que no se ahora traducir con precisión). Antes cualquiera halaba de un millón de manifestantes, ahora sabemos que 30.000 pueden ser muchísimos, y un millón algo casi imposible. Pero aún estamos en el proceso de digerir esos números.
¿Qué se teme de que una máquina compute nuestras horas de presencia laboral? Que otros sepan que no cumplo, que yo mismo me dé cuenta de que no cumplo... Pero bien mirado quizá exceda las horas. Esos datos bien gestionados permiten una flexibilidad magnífica. Pueden hacer que el trabajo se adapte mucho mejor a las necesidades del servicio y a las de la persona que lo realiza. Pero ese paso desde el comienzo de las medidas hasta la asunción de un modelo de uso y gestión de esa información adecuado da miedo (y con razón).
Está claro que una cosa es medir y otra muy distinta utilizar el resultado de las medidas. Lo primero es difícil, pero de una dificultad técnica, lo segundo requiere de imaginación y profundización en el análisis, y es más complicado aún. En todo caso es un esfuerzo ineludible. No se me ocurre situación en la que algo que se pueda medir sea mejor dejarlo sin hacer.
La figura es de aquí
Medir, cuantificar, asignar números a las cosas resulta una herramienta poderosísima. Probablemente por eso resulta, a su vez, tan repugnante en multitud de ocasiones: No queremos que se mida nuestra presencia en el puesto de trabajo, no queremos que se mida nuestra producción científica, la calidad de nuestra universidad. "Even among the physical scientists, the profession most susceptible to measurement (in both senses of the adjective), it is widely understood that quantification must not be allowed to dominate over insight and imagination" (en 1)
Oía esta mañana en la radio que desde que se ha impuesto el sistema de medida de asistentes a las manifestaciones (que ya comentamos aquí en su día) los organizadores y detractores son mucho más prudentes en sus estimaciones. Ahí está la pista. En ausencia de medidas (se entiende de medidas buenas, precisas, fiables) estamos en el reino del convencimiento, de la persuasión, de la sugestión. Y mucha gente se siente más capaz de persuadir a los demás de algo irreal que de comprender la realidad y actuar en consecuencia.
Incorporar la medida a un proceso supone un aumento de complejidad significativo, porque hay que entender las medidas, interpretarlas en su justa medida, contextualizarlas, como decía la cita anterior, incorporarlas en un modelo con imaginación e "insight" (que no se ahora traducir con precisión). Antes cualquiera halaba de un millón de manifestantes, ahora sabemos que 30.000 pueden ser muchísimos, y un millón algo casi imposible. Pero aún estamos en el proceso de digerir esos números.
¿Qué se teme de que una máquina compute nuestras horas de presencia laboral? Que otros sepan que no cumplo, que yo mismo me dé cuenta de que no cumplo... Pero bien mirado quizá exceda las horas. Esos datos bien gestionados permiten una flexibilidad magnífica. Pueden hacer que el trabajo se adapte mucho mejor a las necesidades del servicio y a las de la persona que lo realiza. Pero ese paso desde el comienzo de las medidas hasta la asunción de un modelo de uso y gestión de esa información adecuado da miedo (y con razón).
Está claro que una cosa es medir y otra muy distinta utilizar el resultado de las medidas. Lo primero es difícil, pero de una dificultad técnica, lo segundo requiere de imaginación y profundización en el análisis, y es más complicado aún. En todo caso es un esfuerzo ineludible. No se me ocurre situación en la que algo que se pueda medir sea mejor dejarlo sin hacer.
La figura es de aquí
2 comentarios:
Esto de las medidas, Joaquín, es un tema muy delicado; siempre hay alguno que termina cogiendo complejos... Je je
Un saludo
Como decía Krahe, los éxitos )que también hubo un montón) hay que atribuirlos a su rendimiento, no a su volumen. En cualquier caso ambas magnitudes son susceptibles de medirse, y es en la interpretación de las medidas dónde está la inteligencia superior ;)
Gracias por el comentario!
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