(Texto que se publica a la vez en Naukas)
Temprano por la mañana pasas frente a la ventana del salón. ¿Y eso? Cada una de las hojas muestra un color distinto: la de la derecha anaranjado, la de la izquierda azul.
A la derecha llega luz directa, los fotones que aterrizan en los visillos han viajado desde el Sol sin interaccionar con nada por el camino. Vienen todos paralelos, por eso generan sombras nítidas como la de la manivela de la contraventana. En cambio en la izquierda tenemos luz difusa, llega a la ventana desde todas partes del cielo. Fotones que salieron del Sol y no iban dirigidos a la ventana sí acabaron en ella tras chocar con el aire o partículas de la atmósfera que los desviaron hacia aquí. Como vienen de todas partes no pueden producir sombras nítidas.
No todos los fotones que venían del sol interaccionan con la atmósfera de la misma manera. Los correspondientes a los colores violeta y azul chocan con el aire con más facilidad; corresponden a longitudes de onda más pequeñas, más parecidas a las de las moléculas con las que chocan. Los colores amarillos y rojos, de longitudes de onda mayores, necesitan atravesar más atmósfera para que lleguen a chocar.
Por eso la luz dispersa, la que ha chocado por todas partes del cielo es azul, mientras que la que llega directa atravesando toda la atmósfera rasante tiene tonos anaranjados. La luz blanca que salió del sol llega a la ventana por dos caminos y con diferentes concentraciones de color en cada uno. Por una bonita casualidad esa mañana cada camino incidía en una hoja distinta de la ventana del salón.
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Por cierto, sobre esto va mi capítulo en "Destellos de Luz", el libro colectivo editado por la UPNA para celebrar el año internacional de la luz. Ver en la UPNA o en Amazon
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