domingo, 8 de junio de 2014

Lo que me gusta y lo que es verdad

Oía esta mañana a Juan Carlos Ortega en RNE reclamar la capacidad de considerar equivocadas cosas que nos gustan y que hacemos a menudo, como por ejemplo fumar. De hecho la tertulia trataba sobre el hábito de fumar. Me ha recordado las clases de ética de COU (hace 33 años nada menos) que es como se llamaba entonces la incipiente alternativa a la religión en secundaria. Durante muchas clases mantuve la postura, en parte por pedantería, pero también por convencimiento, de que “para mí, soy perfecto, ya que si detecto alguna imperfección la corrijo”. Justo el tabaco fue el contraejemplo que me sacó de aquella boutade. Más que corregir las imperfecciones, lo que parece que tendemos a hacer es cambiar nuestra definición de lo bueno para que las incluya.

Lo habitual es buscar narrativas que nos justifiquen lo que nos apetece hacer; siendo esas apetencias de orígenes realmente inconfesables. Nos gusta bajarnos cosas de internet gratis porque es cómodo (y es gratis), y sobre ello construimos toda una narrativa que incluye la libertad de expresión y malísimas corporaciones internacionales. Ese es uno de los ejemplos que pone Dan Ariely en su estudio sobre la deshonestidad (ver vídeo). Si el calentamiento global u otros problemas medioambientales me exigen perder calidad de vida va a ser que esas cosas no están demostradas y que probablemente sean mentira. Si no alcanzo las uvas para comérmelas va a ser que estaban verdes.

Se mezcla lo que me gusta con lo que es verdad. O sea que deseos y apetencias interfieren con juicios y razonamientos. Claro. Enunciado así en términos abstractos parece una trivialidad, seguro que los psicólogos saben eso desde hace años y le han dado un nombre técnico. Pero también parece que a nosotros no nos afecta, y menos actuando profesionalmente, especialmente como científicos. Pero no es cierto, la sensación de inmunidad es parte de propio sesgo. 

Parece claro que uno no puede librarse completamente de sesgos cognitivos como este, pero si que se pueden hacer esfuerzos para minimizarlos, y en esa línea la propuesta de Juan Carlos Ortega me parece un muy buen punto de partida: reconozcamos las cosas que nos gustan y que no están bien.

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