Hoy debería estar en Sevilla, disfrutando de una espléndida jornada de divulgación científica auspiciada por la revista Jot Down. Sin embargo estoy en casa ayudando a estudiar a varios niños inteligentes con significativas dificultades escolares. La maquinaria cuartelaria y mediocre del instituto les ha pasado por encima y necesitan apoyo, un pequeño punto de poyo con el que apalancar sus capacidades e impulsarse por encima de la basura que empezaba a ahogarles. Profesores que se reincorporan de una larga baja a menos de 20 días de acabar el curso y suspenden a tutiplén, castigando a su predecesor en las notas de los alumnos. Profesores que no solo necesitan que los problemas estén bien hechos, sino que estén hechos a su manera, al menos en esta evaluación por que "si fuera septiembre con que el problema esté bien hecho ya me vale". Profesores que cambian fechas de exámenes sin suficiente aviso... Me parece alucinante que a estas alturas no haya una página web con, al menos, las fechas de los exámenes. En fin, un montón de pequeñas miserias que, sin que ninguna sea de inspección, conforman un paisaje deplorable.
Este cambio de planes obligado me permite reflexionar sobre el colectivo completo de profesores, el dinosaurio entero de la figura adjunta. Es un dinosaurio muy grande, y su cabeza despunta realmente arriba; con profesores verdaderamente excelentes, como muchos de los reunidos hoy en Sevilla. Son embargo su cuerpo y su cola representan un colectivo muchísimo mayor del que no se puede decir lo mismo.
Me siento muerto de envidia (tanto que prefiero no mirar tuiter #CienciaJD), sin poder disfrutar de la cabeza del dinosaurio, abrumado por el peso de su cola en mi entorno.
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