Hace unas semanas pasé el fin de semana en un pueblito de la provincia de Zaragoza invitado por un amigo originario de allí. Originario quiere decir que alguno de sus progenitores era de allí, porque el ya nació y vivió en una gran ciudad. Dice la página de la Wikipedia que le quedan 99 habitantes, aunque en verano puede llegar a los 350 (y que tiene bar y tienda que abren a diario). Esos 99 eran casi 800 en 1950, que es cuando empieza la despoblarse, lentamente, irremediablemente.
Parece que los mozos del 91 recuperaron fuerza y añadieron su año a una pintada que llevaba 7 años decolorándose, una pintada típica de exaltación del orgullo "quinto" (y ya hace 13 de esto). Lo raro es que aún queden quintos allí, jóvenes que al adentrarse en la mayoría de edad no emigran y deciden quedarse. Aún con coche, las experiencias vitales, incluyendo las formativas, que ofrece el entorno son verdaderamente escasas. Las posibilidades de empleo se limitan, casi en exclusiva, a la agricultura y la ganadería. Cuesta imaginar a una persona saliendo de la adolescencia, a esa edad de comerse el mundo, mirando hacia el futuro con aceptación indefinida de un territorio tan limitado. ¿Quién podría sentirse feliz con un plan de vida por delante consistente en pastorear ovejas por el campo? No se, pero quien lo está haciendo en ese pueblo son inmigrantes Magrebíes. Las ovejas serán de los del pueblo de toda la vida, pero los que las pastorean ya no.
Este pueblo vale como ejemplo de muchos cientos que están en situaciones análogas. Por un lado pierden población autóctona y por otro incorporan población inmigrante. De alguna forma, mientras los propietarios envejecen la juventud es sustituida, sus hijos se marchan y vienen otros jóvenes de fuera. A medio plazo esta situación es problemática, de hecho la inmigración no deja de ser un parche de última hora en la tendencia hacia la despoblación. Y la despoblación absoluta no es buena ni para los pueblos ni para las ciudades a las que va a parar todo el mundo. Una de las vías de solución que han propuesto algunas personas para este problema de ordenación del territorio es poner universidades. No en pueblos de 100 habitantes, pero si en cabeceras de comarcas en las que aún se consideraba reversible el proceso de despoblación. La idea es que si los jóvenes se quedan en la comarca a esa edad de echarse pareja y hay algunos empleos (en los polígonos industriales con que se intentó el desarrollo rural décadas atrás y en el campo) quizá no se marchen.
Solo desde esta perspectiva de desarrollo local tienen sentido esos microcampus que han proliferado por España en los últimos 15 años, porque desde el punto de vista universitario son un desastre. Resultan unas plazas extremadamente caras, y por mas que se intente, difícilmente llegan a constituirse en verdaderas universidades, con investigación y peso intelectual relevantes. A estas alturas ya hay experiencia suficiente como para saber si estas iniciativas han tenido algún éxito en su propósito. A mi me da la impresión de que no. Para que la Universidad tenga incidencia en el desarrollo socioeconómico de una zona hace falta una masa crítica mínima. La mayoría de estos centros (si no todos) no han alcanzado ese mínimo, resultando un lastre para sus universidades matrices y no aportando apenas nada al desarrollo local. Una pena por partida doble.
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