En esta época del año, entre el solsticio de invierno y el comienzo de un nuevo año del calendario juliano, es tradicional repartir buenos deseos a los congéneres. Pero el deseo de agradar a todos se está haciendo cada vez más complejo de conseguir.
En tiempos menos multiculturales, abiertamente dominados por el cristianismo, lo que se celebra y felicita en estas fechas es la navidad, la natividad de Jesús. Pero hoy somos mucho más multiculturales, y judíos, musulmanes o induistas no tienen navidad. Bueno, los judíos tienen la hanukkah que convenientemente coincide en fechas aproximadamente.
Si eliminamos el motivo central de celebración tradicional, toda la simbología que se ha ido generando con los años se queda en el aire, ni papá Noel, ni estrellas de belén, ni árboles de navidad. Y lo mismo ocurre con la versión sonora: tamborileros, peces que vuelven a beber o white chrismas.
Nos vemos en la paradójica situación de tener que cumplir con la tradición de felicitar, pero no podemos felicitar lo que se felicitaba tradicionalmente, la hemos fastidiado.
Una posibilidad sería romper realmente con la tradición y no felicitar nada. Nos vamos de vacaciones y ya está, igual que en verano o semana santa (que pronto habrá también que redenominar "vacaciones de primavera", como ya hacen en EEUU con su spring break). A esa nos podemos acoger como personas físicas pero las personas jurídicas, a la sazón representantes institucionales ¿qué hacen? Pues no renuncian a la felicitación, pero la intentan descafeinar de simbología potencialmente hiriente para alguien. Eliminando referencias religiosas y consumistas ¿qué queda? Probablemente solo el invierno, la nieve que es blanca, símbolo de nacimiento y de pureza, pero también referencia inequívoca al invierno recién estrenado. Vale, hecho, pero ¿y de texto? Pues no va a quedar más que "el año nuevo". El año nuevo es un evento civil, estatal, administrativo, lo más neutro imaginable.
En estos momentos históricos de titubeo en la redefinición multicultural de las tradiciones, algunos aprovechan para mostrar firmeza y hacer ostentación de su postura, por ejemplo sacando al balcón pendones con un jesusito recién nacido (que se va a coger una pulmonía el pobre tan desnudito y aireado al frío invierno). Cuando el puesto institucional es ocupado por una personas de este tipo, sin duda no dejará pasar la ocasión de distribuir entre sus representados una tarjeta de felicitación bien ostentórea (que diría "el poeta").
Me ha hecho gracia comprobar como varios Magníficos Rectores de universidades públicas españolas han coincidido en felicitar el venidero 2014, con estampas invernales, emitidas además el mismo día. Me los imaginaba en una reunión de la CRUE, entre el punto del orden del día sobre la LOMCE y el de posicionamiento sobre la miniaturización de las becas Erasmus, cuchicheando sobre como afrontar un año más el difícil momento de la felicitación navideña, perdón, quiero decir solsticial. Eso si, en la UPNA tenemos capilla y cura, porque una cosa son los símbolos y otra las realidades.
En fin, todos los posicionamientos sobre símbolos (y símbolas) demasiado serios y crispados resultan un poco ridículos. En cualquier caso no envidio a Rectores y otros jefes: es mucho más placentero pasar este rato despellejando la felicitación navideña que el que habrán pasado diseñándola.
Por cierto, a mi me gusta la expresión tradicional: "Felices fiestas y próspero año nuevo", porque ese "fiestas" yo lo emito con un ladino trasfondo sindical, significando solamente día de no labor, y luego que cada uno entienda lo que quiera.
Pues eso, feliz... lo que sea
(La foto es de un árbol de navidad friki hecho con material de vidrio de laboratorio de química y liquiditos de colores, ha circulado mucho por internet estos días, yo la he tomado de aquí)
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