viernes, 22 de enero de 2021

Una foto de "platonismos"


Con eso de que es viernes y he tenido una semana muy dura, y a pesar de que estoy intentando deshacerme de los kilos extra navideños, me he permitido tomarme un vino de media tarde. Al acabar he enjuagado el vaso y lo he dejado junto a la taza del café, lo anterior que había tomado. Las he visto ahí, transparentes, juntas, y he tomado conciencia de que uso esos recipientes para esas bebidas no ya de forma regular, sino casi obsesiva. De alguna forma tengo asumido que esos son “la taza de café” y “el vaso de vino”. Son los objetos que compré en su día porque en mi cabeza materializaban bien mi idea de taza de café y vaso de vino, “idea” en un sentido estrictamente platónico… Bueno, no tan estricto, un platonismo posmoderno mejor. No creo que haya una idea universal de taza de café, ni siquiera creo que cada persona deba tener una taza ideal, sin embargo yo sí he construido la mía.

En algún momento de la juventud empecé a fumar en pipa, en parte por esnobismo y en parte por ir probando cosas de mayores. Esa manera de fumar tiene muchísima más parafernalia que los cigarrillos (especialmente si no has de liarlos, que entonces no se llevaba nada). La pipa permite rituales, variantes, colecciones, juegos estético-culturales a fin de cuentas, lo que uno realmente buscaba en esa desagradable nicotina, supongo. Un día coincidí con mi tío Carlos y le enseñé la pipa nueva que me había comprado y me echó una bronca espantosa. No porque fumar fuera malo o algo parecido, sino porque aquello no era una pipa, sino una cachimba, y además era horrorosa, una horterada incluso. Mi tío Carlos Sevilla Corella, que murió hace casi 7 años ya, era mi padrino y teníamos una relación muy cercana. Arquitecto de formación e intelectual de vocación tenía una conversación que a mi me resultaba siempre apasionante. Tras el estallido inicial sobre la horterada de aquella pipa de boquilla curvada me estuvo contando durante mucho tiempo su aproximación a la estética de lo cotidiano. Acabó dedicándose muy en serio al diseño, como profesor, y director algunos años, de la Escuela Superior de Diseño de Valencia.

Nunca llegué a leer lo que escribió después sobre el tema (igual debería hacerlo ahora), pero de aquella conversación me quedó esa aproximación platónica a los objetos: ¿tu cuando piensas en una pipa, en qué pipa piensas? Quizá la presión de la historia del arte nos lleve a pensar en la pipa que no lo es, la de René Magritte (con el lema “Ceci n’est pas une pipe”). No sólo es que el cuadro no es una pipa sino un cuadro, sino que no representa “la pipa”, al menos no la mía, la mía debería tener al brazo recto, igual que mi taza de café ha de ser transparente y mi vaso de vino tener esas marcas como de dedos. Cuando me convencí de que fumar en pipa esta algo que no iba a hacer más, me deshice de aquella pequeña colección que había hecho salvo una, la que más se parecía a mi idea de pipa. Esa ha vivido en mi bote de lápices, como elemento de adorno, desde entonces.

Tras todas estas explicaciones se entiende que cuando he visto mi taza de café y mi vaso de vino y los he reconocido como mis ideas de esos objetos, he tenido que ir a por la pipa y fotografiarlos juntos. Debería ser menos atolondrado y haber hecho un esfuerzo mayor por la calidad de la fotografía. Un poco más de cariño en el fondo, la composición y la iluminación le habrían ido muy bien al producto final, a su potencial disfrute sensual. Mi hijo Guillermo dice que el arte se mueve en un equilibrio entre el elemento intelectual y el sensual (él lo dice mucho mejor, claro, que para eso ha estudiado filosofía). 

Lo mismo me pasa con este texto, que lo estoy escribiendo atolondradamente, minutos después de poner la foto en Instagram, y lo publicaré aún necesitados de varias vueltas. Bueno, ese desequilibrio hará que no sean arte ni la foto ni el texto, es otra forma (un poco cínica, quizá) de ajustarse al ideal platónico, cambiarle el título al objeto.

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