Ayer pasé dos horas pegado a las pantallas viendo el asalto al Congreso de los Estados Unidos de América. Twitter y cadenas de televisión locales por internet permitían un seguimiento en directo de un acontecimiento sorprendente, inimaginable (aunque hoy todos creamos que lo veíamos venir) y terrible.
La primera vez que me sentí verdaderamente conmovido por un acontecimiento de la actualidad fue, con 18 años, en “nuestro” 23 F. Mi padre era senador entonces (de UCD por Cuenca) y llegó a casa muy preocupado. Tanto que me evacuó, me mandó a coger un autobús inmediatamente camino de la casa del pueblo, en Cuenca. Quería que todos los que quedaban en casa cupieran en un coche por si había que salir corriendo, y con mi abuelo y mis hermanos sobraba uno. Pasé la noche escuchando la radio en aquella casa fría.
Me recuerdo pegado a la tele en otros momentos: en el intento de golpe a Erdogan en Turquía (estaba en casa de mis suegros), la caída de las torres gemelas (con mi hijo menor, muy bebé, en un capacho), el comienzo de la guerra del golfo, con aquellas imágenes en verde (en el piso de estudiantes). Esos momentos se te quedan grabados y recuerdas dónde estabas y que hacías de una forma más vívida de lo habitual.
Esto de ver la historia en directo tiene un morbo especial. No es que puedas hacer nada por cambiar las cosas en un sentido u otro, o quizá sí, al menos simbólicamente, de la misma forma que hay gente que anima desde casa a su equipo de futbol en partidos importantes. Te sientes parte de la tribu, de alguna tribu, de la tuya. Y con twitter, además, puedes reclamar esa pertenencia, no puedes evitar mostrarla, incluso.
Todo el interés irrefrenable que me producía el hecho en directo se convierte en rechazo visceral a los análisis de hoy. Todos los análisis, “sorprendentemente”, van a servir para que cada analista vea refrendadas y fortalecidas las ideas que ya tenía antes. Yo también, por eso no voy a perder el tiempo en insistir mucho en ello, como resumen: qué miedo me dan los nazis y que poco le dan a los policías (de cualquier sitio).
A ver si hay suerte y tardamos mucho en vivir otro “momento histórico” pegado a las pantallas.
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