De joven leí las novelas de Vázquez Montalbán, del detective Carvallo, y me impresionó su costumbre de encender la chimenea con un libro de su biblioteca. Ahora, de mayor, no solo la entiendo, sino que no puedo evitar copiarle de alguna manera.
Cuando tenías más tiempo para leer que dinero para comprar libros, no podías dejar pasar mercadillos, ofertas o regalos. Algunos años después no hay baldas para tanto papel, y algunos más tarde lo que no hay es tiempo para leer todo lo que compraste y aún espera. Ahora lo escaso es el tiempo, y no vas a gastarlo con ediciones malas, de esas que te hacen estornudar, o con obras menores.
Paseas la vista por la librería y ves ese tomo viejo, quizá lo trajiste de casa de tus padres, recuerdas las sensaciones que te produjo leerlo, o no leerlo y colocarlo en todas las mudanzas de tu vida, quitarle el polvo alguna vez. Hace muchísimo que no lo echas de menos, si es que alguna vez ocurrió, solo has reparado en él porque estaba ahí, ocupando un espacio físico cerca de tí, formando parte del atrezo de tu vida. Deshacerse de él con todos los honores es el mejor destino que puede tener. Supongo que con un razonamiento parecido quemaba Carvallo sus libros, siempre hojeándolo antes de lanzarlo a la chimenea y recordando lo que supuso su lectura. No se trata de recuperar espacio en la librería (preocupación miserable), sino espacio mental.
El atrezo de tu vida pasada condiciona la obra que se representa y, si no renuevas la escenografía, vas a estar demasiado anclado a las mismas historias. Evolucionar requiere enajenar de alguna forma el pasado. Los artistas lo saben muy bien, o llega finalmente esa exposición y venden (regalan, almacenan, queman,...) la obra de una etapa o cuesta muchísimo pasar a la siguiente.
Hace poco más de 10 años, más o menos con este blog, comencé a habitar el mundo digital, ese que se empezaba a poblar entonces y que se ha convertido en una parte esencial de nuestras vidas. Tanto que en los días de confinamiento pandémico es donde hemos mantenido nuestra vida real. En este tiempo he acumulado ahí montones cosas que, como los libros de Carvallo, empiezan a ser una carga. Dado que esos e-trastos tienen menos hsitoria y menos corporeidad, la vinculación emocional es menor, en realidad es mucho más fácil "quemar" cuentas de internet que libros de verdad. De hecho el que quemaba libros era Carvallo (un personaje), dudo que lo hiciera Vázquez Montalbán.
Toda esta introducción es la declaración de principios de la limpieza digital que me propongo hacer, sin prisa pero sin pausa. Cosas que, por otra parte, hay que hacer antes de que las hagan por ti. Por ejemplo Delicious, un servicio del que fui muy asiduo y que desapareció sin dejar rastro (leo que en agosto de 2019). Allí se quedaron cientos de enlaces a páginas web que me habían interesado en algún momento. Cosas en su mayoría que no encajaban en mis intereses más profesionales o continuados y que, por tanto, no tenían un lugar mejor. Allí quedó una introducción al reconocimiento de constelaciones, la historia de una familia argentina que publicaba cada año una foto de carnet de cada uno de sus miembros (al menos dejé de visitarla antes de que discontinuaran alguna serie, me habría dado pena a pesar de no conocerlos de nada ni saber nada de ellos más que esas fotos). En realidad solo queda el recuerdo de aquello, porque si recuperara la cuenta igual no sabía encontrar esos enlaces entre todos los demás que no recuerdo. Ese humo digital no huele como las de verdad, pero produce una nostalgia parecida. Estuvo bien mientras duró.
2 comentarios:
Hay que tratar de superar el síndrome de Diógenes digital.
En eso andamos, claro que sí. Pero ya puestos, con elegancia y sacando provecho de esa superación ;-)
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