Conoces a una persona, quizá una pareja potencial, quizá un colega, no importa, y vas sabiendo de su vida fraccionariamente. Todo lo que aún ignoras es un terreno fértil para la imaginación en el que sembrar las más maravillosas historias.
Aquella novia del instituto me contaba detalles del pueblo al que le llevaban sus padres los fines de semana y yo imaginaba un grupo de personas guapas e interesantes manteniendo unas conversaciones extraordinarias, como los que vemos en las películas. Nunca fui allí, pero seguro que era un grupo tan anodino como el que me acogía a mí en la ciudad esos mismos fines de semana.
Aquel amigo que te empezaba a hablar de libros y músicas que desconocías. Lo imaginabas en su casa como un sabio en una biblioteca antigua, sentado en su sillón de orejas devorando un volumen tras otro tomando notas con pluma. Tampoco fui a su casa, pero probablemente era muy parecida a la mía y leía desordenadamente tantos libros como yo, solo que otros.
Mientras ignoras una cuestión puedes imaginarla de mil maneras, y en ese ejercicio de imaginación puedes volcar tus deseos, crear imágenes poéticas, excitantes, originales… pero siempre imaginarias, claro. Conocer colapsa todas las opciones de la imaginación y deja una única posibilidad. Además el sujeto que conoce deja de tener control de las características de esa realidad como sí tenía cuando era algo imaginado. El resultado es mucho menos emocionante, o no, pero lo que es seguro es que es cierto.
A quién le importa el número de Avogadro, el efecto placebo o los ensayos doble ciego. A mi prima le ha funcionado, mi tío habla de unas energías mágicas que proporcionan memoria al agua. Además es una memoria como la nuestra, que tiende a recordar lo bueno e ir olvidando lo malo. Por eso cuando la agitas va haciéndose más potente, más exclusiva. Todo este relato es mucho más interesante, dónde va a parar. Quizá, pero lo que es seguro es que es imaginario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario