Toman posesión nuevas alcaldesas y alcaldes. Les escucho ilusionadas declaraciones por la radio mientras cocino. Se llenan la boca con la palabra "cambio" y cuando les piden detalles concretan que habrá participación e inclusividad, se evitarán nepotismos... De alguna forma están diciendo que los anteriores tenían unas formas autoritarias, sectarias y oscuras que los nuevos pretenden cambiar.
Sería interesante buscar las declaraciones de los que ahora salen cuando entraban nuevos e ilusionados. Apostaría a que su proyecto era el mismo. Los políticos y los pañales hay que cambiarlos cada poco tiempo, por las mismas razones (dicho popular atribuído a Mark Twain y a Bernard Shaw). El ejercicio del poder es más duro de lo que parece. Y a medida que uno lo va sufriendo se siente más inclinado a otorgarse pequeñas licencias, "con la semana tan terrible que llevo de trabajo ¿no me voy a poder ir al restaurante X?". El ejercicio de la oposición, no siempre todo lo limpio que a uno le gustaría también desgasta; estar día tras día escuchando de otros una versión de tu actividad tan torticera y malvada hace que no les cojas ojeriza. Y así, al poco de comenzar legislatura ya te otorgas pequeñas licencias discutibles y juicios a priori sobre tus adversarios. Un pedo en el pañal.
Ahora solo hay que esperar que pasen los días, las sesiones y las iniciativas políticas. Esas licencias irán creciendo, al menos, hasta el borde mismo de la legalidad. La animadversión se habrá vuelto sectarismo, los rivales enemigos y, ya se sabe, al enemigo ni agua. Ya tenemos el pañal en su punto para ser cambiado antes de que empiece a oler.
Todas las personas que empiezan hoy su mandato piensan que eso les ocurrirá a otros, pero que su integridad moral está muy por encima de esas mezquindades. Es verdad que no todas son iguales, pero los males del ejercicio del poder les afectarán a todas, es un sesgo cognitivo (1). Y algunos, los que lo resistan peor, irán un pasito más allá de lo legal y serán los corruptos que nos escandalizarán en el futuro.
Ojalá esta vez sean muy pocos y la experiencia de los últimos años relentice el proceso, pero me temo que evitar la corrupción de los gestores de lo público no requiere tanto de personas superespeciales (que no existen) como de sistemas bien diseñados: procedimientos transparentes, rotaciones forzosas, controles independientes, etc. Un conjunto de medidas bien estudiadas y que equilibren el control y la trazabilidad con la eficacia y la flexibilidad del gobierno. Una aproximación más científica a los sistemas de gobierno que devuelva la ideología a su sitio (elegir qué es lo que se quiere hacer) y la saque del mito de que "los míos gestionan mejor".
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(1) No he leído expresamente que el deslizamiento progresivo hacia la corrupción sea formalmente un sesgo cognitivo, pero es lo que se deduce (yendo un paso más allá) de lo que comenta Dan Ariely en sus estudios sobre la honestidad. Ver, por ejemplo, el vídeo que siempre recomiendo.
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