Quiero una alimentación segura, ecológica, natural y sostenible. ¿Y quién no? Pero cuando empiezas a buscar el cumplimiento de esas premisas las cosas no son tan fáciles. Quizá pienses que la dificultad está causada por lobbies y empresas que han secuestrado los valores ancestrales para poner en nuestros supermercados productos que maximizan su beneficio a costa de nuestra seguridad, el medio ambiente, la naturaleza y la sostenibilidad. Seguro que hay casos así, pero me temo que el problema es más esencial.
No existe el valor absoluto para esas cuatro características. No existe nada seguro al 100%, ni infinitamente sostenible, ni eternamente natural, ni que deje al medio inalterado. Si que hay cosas mejores que otras, no es que haya que renunciar a esos valores, pero habrá que estudiarlos con detenimiento porque el ideal no existe. Y lo que es peor, los gurús que pretenden conocer ese ideal muchas veces hacen más mal que bien.
En estas cosas pensaba ayer mientras fregaba la fuente de vidrio en que había asado unos pimientos y que estaba renegrida. Antes ponía papel de aluminio en el fondo y me ahorraba ese friegue, pero alguien me dijo que esa práctica era poco ecológica y sostenible porque gastaba mucho aluminio que acaba convertido en residuos y que había costado bastante energía producir. Pero mientras rascaba el fondo pensaba en la cantidad de agua y jabón que me estaba costando la limpieza, amén del estropajo y el esfuerzo, que los dejaremos fuera de la ecuación. También había gastado energía para hervir agua con la que ablandar el pegote. Cuando uso papel de aluminio genero residuos sólidos, cuando friego los genero líquidos; en un caso beneficio al fabricante de papel de aluminio y en el otro al de jabón. Ahora ya no tengo tan claro que mi anterior práctica fuera “antiecológica”. Lo que sé que aquella tenía un coste ecológico y la nueva tiene otro, y solo un cálculo detallado me podrá decir cual es mejor.
Toda actividad que reporte un beneficio humano consume algún recurso natural, alguna energía y produce residuos; y además su desarrollo acarrea algún riesgo. La composición de estos factores la podemos considerar el perjuicio asociado al beneficio inicial. Así el “perjuicio” está compuesto de daño ambiental (a su vez compuesto por consumo de materias primas y de energía y generación de residuos) y riesgos (de la actividad normal o de accidentes). Por tanto, a la hora de juzgar cualquier actividad nos hemos de basar en el balance de beneficios frente a perjuicios.
¿Que prefiero? Una cosa que me puedo plantear es no comer pimientos asados, en el otro lado hay alternativas como comprarlos embotados o en lata, asarlos con o sin papel de aluminio, y seguro que hay más. En cualquier caso es una opción individual de escaso impacto, por eso la he elegido como ejemplo, se razona mejor sobre problemas de juguete con los que se tiene poca vinculación emocional. Pero ese tipo de razonamiento es el que hay que aplicarle a las grandes cuestiones que generan controversia social: energía nuclear, transgénicos, vacunas, antenas, etc. Y lo malo es que en estos temas no comer pimientos no es una opción realista.
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