Me han terminado de alarmar las cajas de autopago en los supermercados y, ya la gota que colma el vaso, el taxi “autónomo” (sin conductor) que ya circula con clientes reales en San Francisco.
La especialización, la división del trabajo que tan efectiva resultó en la revolución industrial parece que se revierte cuando la economía pasa de la producción industrial a los servicios. El trabajador de los servicios, (y también el consumidor, ha de volver a la polivalencia, el hombre orquesta (persona orquesta mejor, pero aún no suena natural).
Esta reversión tiene cosas magníficas. La división del trabajo generaba trabajos realmente asquerosos, pasarse la visa mecanografiando textos de otros, vaciando papeleras o poniendo gasolina no parece que ayudara a la realización de las personas. Eliminar los peores trabajos es un logro, sin duda. A cambio, en los que no se eliminan se evita el monocultivo laboral, añadiendo más tareas, y aunque sean ingratas algunas, no se llega a empobrecer la calidad del empleo (o no demasiado).
Lo que no veo claro es que la organización social derivada de todos los cambios posibles vaya en la dirección que nos parece mayoritariamente correcta sin reflexión, por la mera acción de “la mano invisible” del mercado.
Me criticaban esta desconfianza en tuiter diciendo que mejor los coches de caballos, que requerían más empleo. Ciertamente visto desde hoy no es buena idea volver a aquello, pero lo que se generó a cambio sin reflexión tampoco nos gusta. El coche de gasolina se acabó haciendo dueño del espacio público, polucionador infame de los centros urbanos y causa de una enorme mortalidad. Estamos aún en plena lucha para echar a los coches de los centros de las ciudades, y promocionando la conducción segura en carretera.
Las visiones de una movilidad con coches autónomos más seguros y eficientes que los conducidos por humanos me parecen un punto utópicas. Me suena a racionalización de un objeto que nos parece interesante a priori. No lo puedo evitar cuando veo la gestión que se está haciendo del medio de transporte más eficiente que existe, el tren. Cada vez más caro, artificialmente incómodo (no lo digo solo yo) va evitando las poblaciones menores y reforzando un modelo territorial en el que solo las grandes ciudades disponen de servicios razonables.
Ver el vídeo de un cliente montar en un taxi autónomo me ha disparado esa catarata de ideas que, tirando del hilo, se resumen en que el mercado laboral (lleno de paro y precariedad) no va bien, y la movilidad tampoco. El taxi autónomo en sí mismo no va a mejorar ni empeorar ninguna de las dos cosas, dependerá de cómo se desarrollo y gestione, las restricciones que se le impongan o los impuestos que pague. El demonio está en los detalles. Detalles políticos, por cierto, y ahí si que mi pesimismo es grande.
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