Este artículo se publicó el 17 de octubre de 2017 en Voz Pópuli (ver allí).
Hay muchos síntomas que pueden llevar a pensar que está rota la máquina de hacer ciencia, como comentaba en estas páginas Antonio Martínez Ron hace unas semanas. En mi opinión esos síntomas se corresponden con un momento de crisis en la ciencia como actividad profesional, una especie de adolescencia del sector que habrá que gestionar adecuadamente para evitar que caiga en malos hábitos y continúe con un desarrollo saludable. Intentaré justificar esta idea en los siguientes párrafos.
La ciencia como búsqueda de la verdad tiene milenios, como forma de pensamiento estructurado centenares de años, pero como actividad profesional institucionalizada data de los años 50 del siglo pasado. Gracias al proyecto Manhattan se ahorraron años de guerra, muchas vidas y muchísimo dinero, obtenidos como rendimiento de una inversión bajísima (relativamente) en conocimiento. Ese proyecto sirvió de modelo y los estados comenzaron a financiar a los científicos a través de proyectos de investigación. Universidades y centros de investigación alojaron a un gran número de personas dedicadas profesionalmente a la ciencia. En muy pocos años se había creado un sistema de ciencia profesional con diferentes organismos financiadores, evaluadores del resultado de los proyectos, empresas, etc.
La estructura de ese sistema de ciencia profesional es distinto en cada país, se desarrolla a distintas velocidades en distintos lugares, pero comparte de forma casi global dos características relevantes para lo que aquí nos ocupa: (i) las publicaciones científicas en forma de artículos juegan un papel clave en el funcionamiento del sistema y (ii) la financiación pública dedicada a los mismos ha crecido de forma significativa y sostenida desde su creación hasta la crisis económica de la pasada década.
La actividad de un científico profesional gira alrededor de la publicación científica, de los “papers”. Un proyecto comienza con una revisión bibliográfica, la búsqueda y lectura de lo publicado sobre el tema a investigar. Luego la investigación se desarrolla guiada por la literatura existente respecto a métodos experimentales, etc. Finalmente se concluye con la redacción y publicación de nuevos artículos en los que se comunican los resultados de la investigación. Estos artículos los publican editoriales (en su inmensa mayoría privadas) tras un proceso de revisión por pares en el que otros científicos del mismo campo de especialización analizan, corrigen y, en su caso, autorizan la publicación. También están en la base de la evaluación de los proyectos y de los propios científicos: cuantos más artículos y de mejor calidad se han publicado, se entiende que mejor es el proyecto (o el científico). Finalmente, los organismos financiadores actúan basándose en esas evaluaciones de calidad concediendo proyectos como continuación de otros exitosos, promocionando a científicos mejor evaluados frente a otros, etc.
Cuando el sistema anteriormente descrito está afinado (lo que ha ocurrido en la mayoría de las disciplinas durante décadas) los intereses de todos los actores están alineados, el mayor beneficio de cada uno coincide con el beneficio del sistema entero. Seguramente por eso ha funcionado tan bien tanto tiempo. Los investigadores quieren leer artículos relevantes para su trabajo; las editoriales quieren, por tanto, publicar trabajos interesantes; los revisores evitan errores y cuestiones de poco valor; los científicos, a la hora de publicar, comunican resultados correctos e interesantes para que pasen la revisión y sean publicados; los evaluadores disponen de un “proxi” de calidad (el número y calidad de los artículos) razonablemente objetivo y fiable; y los financiadores disponen de un mapa suficientemente fidedigno del sistema como para destinar los recursos adecuadamente (con la mezcla de criterios políticos y de rendimiento que en cada caso se hayan planteado). Como además los presupuestos destinados al sistema van creciendo, se van creando nuevos grupos de investigación y puestos de trabajo de científico profesional a un ritmo que hace que la mayoría de los jóvenes investigadores puedan desarrollar una carrera (de ahí que durante muchos años el paro entre personas con doctorado fuera muy cercano a cero http://www.agenciasinc.es/Noticias/La-tasa-de-paro-de-los-doctores-en-Espana-esta-por-debajo-del-5 ).
Aunque la anterior descripción presenta una visión simplista (incluso podríamos decir que edulcorada) de la situación real, se pude considerar el modelo ideal que los diferentes actores tenían en la cabeza y cuya consecución se ha ido buscando introduciendo reforma tras reforma suavemente. Pronto se vio que evaluar considerando sólo el número de artículos generaba una inflación de los mismos, disminuyendo su calidad, lo que llevó a introducir la medida de calidad a través del impacto de los trabajos, el número de veces que eran citados tras su publicación (y el valor medio de esas citas de cada revista, el famoso “factor de impacto”. En España se introdujeron los “sexenios de investigación” como incentivo para incorporar a este sistema de ciencia profesional a profesores universitarios que se habían formado en un sistema previo y cuyo estatus funcionarial ayudaba al cambio. Igual que con estos dos ejemplos, se podría continuar analizando medidas de política científica como correcciones para ajustar el sistema real al ideal antes esbozado (algunas vividas de forma traumática, como la incorporación al mismo de disciplinas cuya tradición era muy diferente de la publicación de artículos y de la presión por producirlos).
Así llegamos a los últimos años en los que el sistema de ciencia profesional está sufriendo unas presiones muy importantes que no sería raro que lo llevaran a modificaciones muy importantes. En mi opinión, la causa última de esas presiones se encuentra en dos factores que se realimentan mutuamente: (i) la reducción de presupuestos, por primera vez en 70 años y (ii) la generalización de internet.
Cómo internet cambió drásticamente la industria de la música es algo bien conocido. La música se digitalizó, se liberó de los soportes físicos (discos, CDs, etc.) y comenzó a circular entre personas con aplicaciones de intercambio (Emule, Napster y similares) y acabó con las empresas tradicionales de comercialización y producción de discos. No así con la creación, distribución y consumo de música que han encontrado otros cauces. Por el contrario, la industria de los artículos científicos, las editoriales, no ha sufrido esta transformación. Se ha beneficiado de la reducción de costes que supone la edición electrónica, pero lejos de disminuir los precios, estos han subido. Uniendo este hecho a la reducción de presupuestos disponibles se entiende que universidades prestigiosas, incluso países enteros hayan tenido serios problemas para mantener el acceso de sus científicos a las publicaciones científicas. Teniendo en cuenta que el equivalente científico a Napster (Sci-hub) es utilizado ya por millones de investigadores, la presión sobre el sistema de publicación es difícilmente sostenible a medio plazo.
Por otro lado, también debido a la reducción de presupuestos, la competición entre científicos por unos recursos cada vez más escasos (sea como financiación para proyectos o plazas de promoción) ha generado una enrome inflación en los parámetros de evaluación (número y citas de los artículos) que se traduce en una enorme presión por publicar. Es lo que se ha dado en llamar “publish or perish” (publicar o perecer). Para sobrevivir en el sistema hay que publicar muchos artículos con factores de impacto muy altos, muchos, muchos.
El que los artículos sean el indicador de calidad de los científicos que utiliza el sistema es la principal causa de que no haya quebrado aún el sistema de publicación. Hay que seguir publicando en esas revistas “o perecer”, aunque esto suponga pagar por publicar, reduciendo aún más el presupuesto disponible para la propia investigación.
La presión del “publica o perece” sobre el sistema entero está haciendo que los científicos, en su labor de revisores, sean más laxos. Con ello trabajan menos en un aspecto poco productivo de su actividad y además, al disminuir los estándares, se verán beneficiados pudiendo publicar trabajos más flojos. Esto está dando lugar a una disminución de la calidad global de la ciencia que se publica, lo que se puede observar en el aumento de retracciones y, sobre todo, en la llamada “crisis de reproducibilidad”, el que mucho de lo publicado sea en realidad irreproducible.
En resumen, el sistema ideal expuesto al principio en el que el éxito de todos los agentes estaba alineado ha comenzado a desajustarse, ya no es cierto que todo reme en la misma dirección. El sistema de ciencia profesional ha crecido haciéndose mayor cada vez y, probablemente, ha llegado a su tamaño máximo, ya que no nos previsibles grandes aumentos de los presupuestos estatales destinados a este fin, ni que ese papel vaya a ser sustituido por un sector privado que haga de mecenas. Como un infante que ha llegado a la adolescencia y ya no crece más en altura pero ha de continuar su desarrollo en otras dimensiones, el sistema de ciencia está sufriendo una crisis de crecimiento muy importante. Esperemos que este adolescente sea capaz de superar esa peligrosa etapa vital sin caer en comportamientos inadecuados y que siga resultando tan útil a la sociedad como lo ha sido en estas 7 décadas de infancia.
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