Me ha resultado muy sugerente el artículo que publica hoy Rafael Argullol en El País. En mi opinión da muchos argumentos interesantes que comparto, sin embargo los mezcla extrayendo una conclusión que yo creo que no se deduce de lo anterior.
Comienza con un repaso a la historia secular de la universidad muy bonito, del que deduce que el papel de referente intelectual de la universidad es consustancial a su nacimiento. Pero advierte que en los últimos lustros se ha replegado sobre si misma, perdiendo relevancia social.
Luego comenta la actual tendencia social al "antiintelectualismo". Tan es así que calificar un argumento como "demasiado académico" es suficiente como para descalificarlo... claro que eso ocurre en el terreno político, y por personajes como Rick Santorum, que no es un referente en lo que a cultura se refiere, precisamente.
Por último describe el sistema de meritoriaje universitario (basado en las publicaciones científicas) y le achaca a este proceso, la culpa de la pérdida de relevancia social de los intelectuales universitarios, tachándola de cómplice de la tendencia "antiintelectualista".
Coincido en la sensación de irrelevancia de la universidad en la vida social y cultural, pero no creo que la exigencia hacia el profesorado de que haga un poco de investigación científica tenga mucho que ver en ello. No comparto la descripción tan apocalíptica que hace Argullol del sistema de publicación de artículos científicos. Es verdad que tienen un lenguaje y una estructura concretos, que cada disciplina tiene sus tradiciones culturales en ello, pero no son algo tan complejo y secreto como pretende sugerir. No hay logias ni "mandarinatos", aunque solo sea porque hay multitud de posibles editores en todo el mundo. Los que se pierdan en ese proceso y lo vean como tan terriblemente complejo difícilmente tendrán cosas muy interesantes que contar.
El camino de las publicaciones, de los "papers", es el del conocimiento científico. Esos documentos son informes de un científico hacia la comunidad de la disciplina de que se trate; son revisados por pares y la colección de ellos constituye el estado del arte de la ciencia presente. No se puede hacer ciencia al margen de ese circuito.
Por otro lado, para alcanzar audiencias significativas hay que dirigirse a ellas, cosa que se hace por otros canales y con otros lenguajes. A grandes públicos se llega mediante revistas de divulgación, artículos de periódico, libros, radio y televisión o blogs. Y en esos medios hay que utilizar un lenguaje llano y seleccionar contenidos que resulten interesantes, relevantes para esas grandes audiencias.
Parece reclamar Argullol que el profesor universitario debería ser fundamentalmente comunicador de masas, y que para ello las exigencias como científico resultan demasiado pesadas. Yo no lo creo, considero que la esencia de la universidad está más en la creación de conocimiento, la actividad científica, que en la comunicación de masas. Por eso a un profesor se le deben exigir pruebas de su actividad como científico, que para eso paga generosamente la sociedad su sueldo. Otra cosa es que parece de sentido común que ese conocimiento científico que desarrolla se esfuerce por comunicarlo e introducirlo en el contexto social de forma interesante. Así es como se genera la intelectualidad universitaria y como tiene pleno sentido.
Un ejemplo que me viene muy al pelo. Un personaje público como Esperanza Aguirre protagoniza un determinado escándalo. Ante ello se pueden hacer multitud de comentarios periodísticos, de opinión, humorísticos, etc. Una aproximación más universitaria utiliza este hecho para mostrar un patrón general, e introducir resultados científicos relevantes para contextualizar y analizar el tema, como hace aquí Roger Senserrich (aunque actualmente no trabaje en una universidad).
En resumen, creo que el intelectual universitario no debe ser un "opinador ilustrado", sino un científico abierto a la sociedad. Y el artículo original reclamaba una intelectualidad que a mi me suena más a lo primero.
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