sábado, 16 de julio de 2011

Los límites de la realidad objetiva

A los pocos días de morir mi madre soñé que me llegaba un sms desde su móvil con el texto "tengo frío". Aunque lo pasé fatal, podemos decir que "no era más que un sueño", pero ejemplifica el estado de profundo dolor que te deja la muerte de un ser querido. Los primeros días la sensación de dolor es permanente, la pérdida, el hueco dejado está presente todo el tiempo. No es extraño que a ese conjunto de sensaciones se le otorgue carta de naturaleza física y se le de nombre: espíritu, fantasma, etc. A medida que pasa el tiempo y uno va acostumbrándose a la vida sin el fallecido, la presencia ya no es tan constante, el fantasma se va alejando. Finalmente desaparece. Cuando se elabora el duelo, se pasa el dolor agudo y se acepta la desaparición, no sin pena, pero ya con normalidad, los sentimientos que "cosificados" denominamos espíritu ya no están, se dice entonces que fantasma descansa en paz... cuando en realidad somos nosotros los que hemos alcanzado la paz respecto al suceso.

Es muy habitual tomar un conjunto de características, de manifestaciones o de percepciones y bautizarlas. Ponerle nombre facilita pensar en ello, de hecho en física se hace mucho: pensar en un cuanto de vibración de un modos normal de la vibración colectiva de los núcleos de un cristal es muchísimo más engorroso que pensar en un "fonón". Sin embargo entre el "fonón" y el "espíritu" hay una diferencia fundamental (al menos): el primero responde a un conjunto de manifestaciones objetivas (medibles y reproducibles), mientras que el segundo responde a percepciones subjetivas (sentimientos). Y mientras mantengamos esa frontera clara todo está bien.

Los sentimientos de dolor por la pérdida de un ser querido son tan intensos y generales que encontramos "espíritus", ritos funerarios o diálogos (mediados o nó) con el más allá en todas las culturas (incluso entre primates, elefantes o delfines). Pero no dejan de ser construcciones culturales derivadas de una experiencia psicológica compartida. Hay algunas personas que no perciben esa diferencia porque consideran que el fonón es también un constructo cultural, que es el consenso actual de un conjunto de personas (los científicos), pero que no es más que una de las múltiples explicaciones posibles de la realidad observable sin ningún carácter especial, sin esa pretendida "objetividad" que comentábamos antes (sobre esa postura postmoderna o relativista escribían hace poco en Amazings con dureza). Creo que esa postura no deja de ser una impostura intelectual, porque a la hora de la verdad, para hablar con otras personas, viajar lejos o curarse un dolor de muelas se confía en el teléfono, el avión y la aspirina, no en mediums, alfombras voladoras u otros "constructos" alternativos.

Bueno, en realidad del mismo modo que hay quien lo pone todo del lado subjetivo (los "relativistas"), también hay algunas personas que lo ponen todo del lado objetivo: no sólo consideran objetivos los fonones sino también a los espíritus. Y quien dice los espíritus dice las cosas más variopintas que pueblan el imaginario pseudocientífico: adivinaciones, quiromancias, extraterrestres, el poder de las pirámides y una larguísimo etcétera que con paciencia infinita se dedican a desmontar los "escépticos" más militantes (para muestra el magnífico botón que es Magonia).

Toda esta disquisición sobre los límites entre los constructos de base subjetiva (espíritus) y los de base objetiva (fonones) me ha venido a la cabeza a propósito de una noticia de hoy: un juzgado le ha concedido la invalidez a una persona basándose, entre otras cosas, en su "hipersensibilidad electromagnética". Ya se ha escrito bastante hoy sobre los absurdo del asunto (por ejemplo en: Magonia, Ciencia Explicada, Migui), yo quería acercarme desde este punto de vista: tanto jueces como especialmente la propia afectada le han dado carta de naturaleza objetiva a un conjunto de sensaciones (de malestar) que tienen, casi con total certeza, un origen subjetivo. No es nada extraño que el convencimiento llegue a producir daños físicos, incluso tan evidentes como los estigmas, aunque por este camino llegamos a la religión, y ya me está quedando suficientemente largo el texto.

La figura viene al caso porque el péndulo de Newton ayuda a explicar los modos de oscilación colectivos de un conjunto de bolas, en este caso, de los que un cuanto sería un fonón; claro que para que los efectos cuánticos se noten todo habría de ser bastante más pequeño.

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