Acabamos de tener una reunión del Consejo de mi Departamento. Con casi 100 miembros, ha durado 15 minutos. Yendo hacia la reunión recordaba con un compañero los que teníamos hace 25 años, donde éramos escasamente 20 personas y discutíamos enardecidamente durante horas. En el informe del director nos ha contado que el anteproyecto de estatutos está revisándose para incluir a los Departamentos, dado que su primera redacción quedaba abierta a su desaparición.
¿Y si no hay Departamentos cómo voy a saber quienes son mis amigos y quien mis enemigos?
Si hay algo fundamental en las estructuras universitarias (supongo que también de otras organizaciones) es proporcionar ámbitos para el desarrollo del tribalismo. Ese mecanismo de funcionamiento mental tan humano (llámese sesgo cognitivo, heurístico o como se quiera) que consiste en dividir el mundo en dos grupos, los míos y los otros.
Es casi imposible comenzar a ver un partido de cualquier deporte, sin conocer los equipos que juegan, y tomar partido por uno de ellos. Hay experimentos que, aunque controvertidos, muestran como ese tribalismo, aún creado artificialmente, puede llevar rápidamente incluso a la violencia (me refiero a Zimbardo y su prisión de Standford). La situación más absurda en la que me he visto desarrollando el tribalismo fue intentando aparcar en un atasco en Madrid. “Nosotros” éramos los de una calle y “los otros” los de la perpendicular. Nosotros intentábamos pasar el cruce honestamente mientras los otros buscaban triquiñuelas. Al cabo de un rato habías dado la vuelta a la manzana y habías cambiado de bando con total naturalidad.
Ahora me doy cuenta de que cuando me incorporé a la universidad, lo que además me suponía un cambio de ciudad, desarrollé esa sensación de pertenencia con el grupo de personas con el que me tocó casualmente reunirme a menudo, el “área de conocimiento” en primer lugar y el departamento en segundo. Muchos años después me pidieron ser director de departamento y lo rechacé porque no me sentía suficientemente tribalizado, iba a ser incapaz de “defender” los intereses de ese casual grupo de personas frente a otros, otros departamentos o estructuras.
La defensa de los departamentos universitarios, con los cambios que ha habido de leyes orgánicas, y con ello de repartos de competencias entre estructuras y con todo lo derivado de la digitalización, es puramente sentimental. Pero ya sabemos que los sentimientos son los auténticos decisores, la razón viene después a “vestir el expediente”. Por último, que quede claro que no defiendo su desaparición. No sé si conviene su existencia, es algo que debería reflexionarse despacio y colectivamente.

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