Bluesky sigue sin ser X, así que me he permitido una opinión impopular: “El medio de transporte termodinámica y climáticamente mejor (menos peso de vehículo/ carga útil + eléctrico), el usado por los más humildes, el más perseguido reglamentariamente...” . La cosa ha tenido sus críticas, pero en un tono perfectamente razonable. Prefiero contestar en el blog, con más amplitud de argumentación.
El transporte es un problema social importantísimo: contribuye sustancialmente a la emergencia climática, su estructuración modela las ciudades, el urbanismo y la cohesión territorial. Y todo esto está dominado por el automóvil privado de motor de explosión durante un siglo, una “solución” que a fecha de hoy es totalmente insostenible.
Por otro lado, el coche es socialmente es incuestionable, tanto en lo personal como en lo económico. Personalmente los coches son símbolo de libertad, parte de nuestra forma de vida, un elemento identitario y de estatus. Económicamente contribuyen al PIB de forma muy significativa. En Navarra, la fábrica de coches de Landaben supone una inmensa fracción de la economía. Pensar en el final del reinado de los coches nos hace temblar.
La urgencia climática ha hecho que los poderes públicos (más cuanto más lejos del ciudadano, por eso sobre todo Europa) no puedan obviar el problema de los coches, la “solución” planteada es electrificarlos. Sin embargo la mayor parte de los problemas reales permanecen en este marco. Cuando se hace notar esto, a veces contestan que la solución de futuro es el “vehículo eléctrico, autónomo y compartido”.
Las personas que han estudiado con seriedad la cuestión del transporte coinciden en que la mejor solución desde los puntos de vista de eficiencia, sostenibilidad, cohesión social y territorial es el transporte público. Curiosamente una solución electrificable, autónoma (para el usuario) y compartida, pero sin las tonterías de las tecnologías extremas (IAs y demás). El principal problema del transporte público es “el último kilómetro”. Desde la estación al destino final (casa, el trabajo, la tienda, etc.) hay una distancia, variable dependiendo de la situación que puede convertirse en una barrera muy importante para muchas personas y situaciones.
Es en la solución del “problema del último kilómetro” donde vehículos eléctricos ultraligeros personales encuentran todo su sentido. Esos vehículos pueden ser “patinetes” o variantes con más ruedas, asiento, etc. En todo caso, el motor eléctrico es escalable, cosa que no pasa con el de explosión. Se pueden hacer vehículos eléctricos extremadamente ligeros que no eran posibles con la tecnología previa (lo más”ligero” era una Vespino).
El patinete apareció hace unos años de forma casual, no para resolver problemas de la humanidad, pero su valor intrínseco (barato, portátil, eficiente…) empezó a hacerle ganar terreno. Desde entonces hemos asistido a una progresiva criminalización de este medio de transporte. O al menos yo lo veo así. Como persona crítica con las teorías de la conspiración, me cuesta atribuir esa tendencia a una confabulación explícita de agentes, pero no cabe duda de que el desprestigio de este dispositivo les beneficia a los grandes poderes económicos que operan en la cuestión de la movilidad. Sea explícita o implícita, la confluencia de acciones en esa criminalización es clara.
Así como el coche eléctrico se ha cubierto de una pátina de respetabilidad social (se les reservan las mejores plazas de aparcamiento, se subvencionan, se les personan tasas, etc.) al patinete se le hace aparecer como causante de accidentes, utilizado por casidelincuentes o susceptible de generar explosiones (“razón” por la que no se permite subirlo a trenes de Renfe o al metro). Claro que esas cosas son verdad parcialmente. Han producido accidentes, los conduce algún delincuente y alguna ha explotado, pero ¿no pasa lo mismo con bicicletas o más aún con coches? Por supuesto que sí.
Si a esta imagen social distorsionada por la motonormatividad del lenguaje y de la cobertura mediática le añadimos el toque clasista de que quienes lo utilizan a diario, como una herramienta de trabajo, son repartidores, asistentas y demás trabajadores precarios, tenemos el cóctel perfecto. Y es contra eso contra lo que protesto siempre que tengo ocasión, aunque resulte una opinión impopular.
Que se les imponga una normativa sensata, equivalente a la de las bicicletas, que se les cedan (a bicis y microeléctricos) carriles que antes eran para coches, que se persiga a quienes hacen mal uso de cualquier medio de transporte... Obviamente no defiendo impunidades ni tratamientos especialmente ventajosos, me basta con que no se criminalice.
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