Esta mañana he tenido una conversación con un colega (del departamento de Sociología) sobre el fraude, el científico y los demás. Los dos coincidíamos en que para entender este tema de una manera operativa hay que huir de la concepción habitual, demasiado simplista y, sobre todo, falsa del fenómeno y sustituirla por una más realista. Volviendo al despacho se me ha ocurrido una versión gráfica de ambos modelos, usando la clásica metáfora de la manzana podrida.
Y es que se tiende a pensar que las personas somos, en general, honestos, como manzanas sanas, y que hay unas pocoas manzanas muy podridas en el cajón. Si asumimos este modelo, la actuación obvia es detectar esas manzanas podridas y sacarlas del cajón; una aproximación policial, detéctese al fraudulento y a la carcel.
Sabemos, sin embargo, que la realidad no es así en general (1), sino que más bien tenemos un cesto de manzanas recién cogidas del árbol (por segiur con la metáfora), unas más grandes, otras más pequeñas, todas magulladas en algún sitio o picadas por un pájaro. Todas las personas tienen puntos débiles y casi ninguna un alma negra. En est emodelo la actuación es menos obvia y, sin duda, más sistémica. Hay que evitar que crezcan las zonas pochas d elas manzanas, para eso hay que no apilar demasiadas, mantenerlas ventiladas, cambiarlas de posición de vez en cuando... Hay que hacer una política de personal basada en el bienestar... sin renunicar a retirar las que, a pesar de todo, no eviten su podredumbre masiva. Pero son las medidas orientadas a la gestión del bienestar las que darán auténticos frutos, no la aproximación policial. Esa solo sirve para la satisfacción moral de algunos y un porquito de efecto disuasorio.
(1) Dan Ariely, Por qué mentimos. Editorial Ariel, 2012 (incluso hay un resumen en vídeo)
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