Este verano he leído seguidos el Microbiota (de Ignacio López Goñi) y Un geólogo en apuros (de Nahum Méndez) y no he podido evitar imaginarme a los componentes de la microbiota analizando su entorno “geológico”, el entorno que les da soporte y sobre el que viven y evolucionan. Para nosotros el entorno geológico está quieto, tanto que costó una barbaridad que se aceptara la tectónica de placas. Nuestra escala de tiempo vital es pequeñísima en comparación con la del suelo sobre el que vivimos y evolucionamos. Sin embargo, si miramos con perspectiva geológica (poniéndole imaginación al conocimiento acumulado) somos como hormigas caminando por troncos a la deriva… o como las bacterias que nos colonizan. Porque la escala de tiempo vital de los microorganismos es muy pequeña en comparación con la nuestra. Lo que ha comenzado a estudiarse (con curiosísimos resultados), es como la gran población de seres que conforman la microbiota evoluciona y alcanza diferentes equilibrios poblacionales en función de que les alteremos el entorno en el que viven, nosotros. Para esos microbios nuestros cambios de dieta, hábitos de vida y demás, les supondrán cambios ambientales análogos a los que experimentamos a escala humana tras grandes erupciones volcánicas u otros cataclismos geológicos.
Si empezamos a mirar imaginando otras escalas de tiempo paisajes aparentemente apacibles ya no lo son tanto. Un tronco de árbol viejo, asentado al borde del camino, presenta manchas coloreadas sobre su corteza. Resultan ser líquenes, concretamente Xanthoria y Parmelia (como acertadamente me hizo notar Marisa Castiñeira) y seguramente están colonizando el tronco en una suerte de competición, como si fueran dos ejércitos ocupando un territorio. Si viéramos la evolución de las poblaciones de ambos líquenes a cámara (muy) rápida ya no parecería una escena apacible, sino algo parecido al mapa de un conflicto bélico.
Un paisaje en el que una pradera termina en el lindero de un bosque es también el escenario de una dura batalla. Cuenta Aldo Leopold que las plantas herbáceas de la pradera y los árboles del bosque se van robando territorio las unas a las otras en escala de siglos. Es muy difícil que crezca un árbol solitario en medio de la pradera, se lo comerán los animales recién germinado, solo al pie de otros árboles van creciendo los nuevos, extendiendo la zona boscosa hasta que un incendio la hace retroceder, devolviéndole el terreno a las hierbas.
Para estudiar un fenómeno es necesario acotar el alcance del estudio, hay que decidir que porción del mundo, que tiempo, que variables y que precisiones conforman el “sistema” que vamos a analizar. Es imposible estudiarlo todo a la vez, claro. Para poder avanzar en la mecánica cuántica hay que suponer que el movimiento de los electrones y el de los núcleos atómicos no se afectan entre sí. Los electrones son tan rápidos que “ven” quietos a los núcleos. Para los núcleos los electrones son tan rápidos que los “perciben” como una nube de carga eléctrica negativa. Esa forma de interpretar los movimientos electrónicos y nucleares de denomina aproximación de Born- Oppenheimer, y aunque funciona muy bien, como su propio nombre indica, es una aproximación. Otras disciplinas que no son la mecánica cuántica operan de la misma manera, con aproximaciones en las que se desacoplan fenómenos. En algunas ocasiones puede ocurrir que esas aproximaciones no sean explícitas o que no funcionen tan bien.
El entorno natural que nos resulta tan armonioso, apacible y equilibrado, lo percibimos así porque lo observamos en una escala temporal en la que los conflictos y cambios aparecen congelados. Vivimos una especie de sesgo de propiocronismo (palabra que me acabo de inventar) que, como todos los sesgos, no nos da una imagen fiel de lo que sabemos que ocurre, sino una adecuada para que vivamos; y obviamente vivimos en nuestra escala temporal, no en la de los microbios ni en la de los continentes. El propiocronismo no es problemático a diario, pero si hay que considerarlo seriamente a la hora de plantear estudios científicos… o causas ecologistas.
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