En una temporada de estrés, con la agenda muy llena, un día comienza un ligero dolorcillo en alguna articulación del pie. Piensas, es algo ligero, no es nada, igual hice demasiado ejercicio ayer. Y sigues con la agenda. A los dos días duele un poco más. Vale, un poquito de gota, lo admito, pero es muy ligero, y ademas con las pastillas diarias seguro que no va a más. A los dos días no te puedes mover. El roce de la sábana en la articulación te despierta por la noche. Cada cambio de postura en la cama es una tarea titánica. Aun así piensas que con el antiinflamatorio no tendrás que cancelar casi nada de ese apretada agenda. Error de nuevo.
La cosa solo empieza a remitir cuando te rindes, cuando te declaras oficialmente enfermo y cancelas todo, por importante que pareciera. Inmovilidad total, la pierna en alto, tranquilidad y ausencia de compromisos. En muy poco tiempo la cosa mejora y deja de doler. Y cuando no duele no recuerdas como era el dolor, te recriminas ser un poco exagerado. Aún así sigues con un poco de cuidado unos días. Pero al cabo de un par de semanas ya estás en disposición de empezar a fraguar el siguiente envite.
Esos ataques que te dan en pleno momento de "gloria" laboral y te ponen en tu sitio son la versión proletaria del esclavo que le sujetaba la corona de laurel a los generales romanos en sus paseos triunfales. Esos que, junto con el símbolo de la gloria, le susurrabern al oído momento mori, recuerda que eres mortal, que no se te suba a la cabeza este éxito que celebramos.
Ahora, en cuanto publique esto, tengo que llamar para cancelar todo lo de mañana y pasado.
La figura es una ilustración de James Gillary, de 1799.
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