martes, 31 de enero de 2023

(No) fichar los libros de casa

 Con esto de las inteligencias artificiales que hacen cada vez más cosas me preguntaba si no habría una que me ayudara a organizar los libros de casa. Igual que los gestores de referencias científicas te fichan un artículo si le pasas el pdf, podría generar una ficha a partir de una foto de la portada. No me extrañaría que ya existirá algo así.

Tener ordenada la biblioteca de casa, las novelas con las novelas, los ensayos, la divulgación científica, parece un deseo muy razonable. Pero en realidad no me queda claro que es lo que se gana. Lo que se pierde sí, tiempo, que es lo que cada vez resulta más escaso. Quizá en el tiempo de ordenar la biblioteca podría leer dos libros de los muchos que contiene. O escribir un capítulo de uno mío (hipotético).

El propio concepto de tener una biblioteca en casa es absurdo si lo piensas un poco. La nuestra, siendo modesta, ronda los 1000 libros. Se generó de la fusión de dos, cuando nos fuimos a vivir en pareja. La mía nació hacia los 12 años, cuando mi madre decidió que ya era mayor y compró unos muebles nuevos para lo que sería “mi cuarto”. Era un cuarto compartido con uno de mis hermanos, pero la mitad era “mío”. Las estanterías recién compradas estaban vacías, y mi madre me instó a que las rellenara con algunos libros que me gustasen de los que había en el salón. Y allí fueron a parar Nils Holgersson (que me había terminado a duras penas instado por mi padre), el billete de lotería de Graham Greene y algunas otras cosas para satisfacción del gafapasta wannabe que ya era entonces (y nunca he dejado de ser del todo). En casa de mis padres había una biblioteca que llenaba una pared del salón y la “mía” nación por gemación a partir de ella. Con ese origen, solo podía crecer y llenar una pared de nuestro salón de mayores.

Con la muerte de mis padres mis hermanos y yo hemos enfrentado la tarea de deshacer esa pared llena de libros (en realidad varias paredes). Manuales de motocicletas que hace años que no existen, enciclopedias con conocimientos congelados de los años 1970, novelas en ediciones penosas que se deshojan en cuanto los abres. También libros centenarios de las cosas más variadas, manuales de carreas científicas de los 40 o estupendas ediciones de Círculo de Lectores, ese Netflix de los libros al que estuvo suscrita mi madre sus últimos años. Tras muchas horas de manosear libros, renuncias a llevarnos algunos y renuncias a nuestro espacio en casa por llevarnos otros, aún quedan unos cientos sin destino previsto.

Todo esto es un viaje emocional con un valor práctico nulo. Ninguno de esos libros va a ser leído. Y la idea de que los libros sean sólo un fetiche me resulta repugnante. No que sean además un fetiche, eso es inevitable (al menos para mi generación), pero si no es algo añadido a su contenido se vuelven pura impostura, como esos libros falsos que adornan las estanterías de las tiendas de muebles.

Dice María que la pared llena de libros es, además de un “marcador de clase”, un elemento educativo; hijos y nietos tienen ahí una declaración expresa sobre el valor del conocimiento, una incitación a la lectura y a la transgresión, cualquiera puede hojear un libro “de mayores” (lo que quiera que eso signifique en cada momento) cuando quiera. Es verdad que hojear libros más o menos al azar es un placer que no ofrecen otros formatos más modernos y compactos de la literatura y el conocimiento. Pero es un placer caro en metros cuadrados y en esfuerzo de quitar el polvo.

No tengo conclusión para todo este viaje sobre mi relación de amor odio con las bibliotecas domésticas de la clase media alta de mi generación; solo una, que no voy a dedicarle un minuto a fichar esos libros para jugar a que es una biblioteca de verdad. Aunque haya inteligencias artificiales que lo hagan muy fácil.

viernes, 27 de enero de 2023

Religiosidad y pobreza

Cuando la esperanza de vida era de 30 años no es que la gente fuera vieja con 28, es que muchas personas morían jóvenes y la media queda en esos 30, aunque algunos llegaban a la misma vejez que hoy (Platón, por ejemplo, murió con 80 años). Aquellas personas convivían con la muerte, perdían hermanos, primos y amigos. Perdían personas viejas, claro, pero también muchísimos niños y jóvenes. En un mundo de personas conscientes de que pueden morir en cualquier momento, así como sus más allegados, es difícil planificar a largo plazo. Parece más conveniente disfrutar de cada día que esforzarse por la cosecha de dentro de medio año que a saber si disfrutaremos. Ahí la religión juega un papel clave. Una vida eterna después de la muerte y que se gana con el esfuerzo en esta vida es la creencia ideal para movernos a comportamientos “buenos”: unos comportamientos solidarios y en los que se trabaja por que está bien hacerlo, no tanto por un cálculo de beneficios. Creencias de ese tipo sin duda son adaptativas, las comunidades que las profesen funcionarán mucho mejor que las que se dediquen al “carpe diem” (la cigarra y la hormiga). A lo largo de siglos de vida miserable, con esperanza de vida baja, la evolución cultural ha seleccionado comunidades religiosas.

En este marco explicativo no es raro que, al mejorar las condiciones de vida, en las comunidades donde esto haya ocurrido, se haya ido perdiendo la religiosidad. En ausencia de presión selectiva por esos valores religiosos, la laicidad gana terreno.

Y todo este asunto me viene a la cabeza al hilo de un estudio reciente, que reseña J.I. Pérez en el Cuaderno de Cultura Científica, que evalúa la hipótesis de que “la pobreza causa más daño psicológico en los países menos religiosos que en los más religiosos, y que la asociación entre condiciones de penuria y bienestar –o malestar– es más intensa en los menos religiosos”. Efectivamente concluyen (aunque hacen falta más comprobaciones) que “Las religiones … tendrían un efecto neutralizador del malestar psicológico provocado por la pobreza y la desigualdad”

Esto me sugiere dos comentarios, uno antropológico (por decirlo de alguna forma) y otro político. Y es muy importante diferenciarlos. El primero es que la conclusión es muy razonable, casi obvia en el marco explicativo con que comenzábamos. Si ese sentimiento de trascendencia y vida después de la vida se selecciona precisamente para mantener una vida con propósito en condiciones de penuria lo normal es que lo siga haciendo.

Desde un punto de vista de mis preferencias personales, mis valores y, por tanto, mis opciones políticas, el camino correcto es el de eliminar las causas reales del sufrimiento, no el de proporcionar herramientas psicológicas para soportarlo (sean estas religiones o psicoterapias).

lunes, 23 de enero de 2023

¿Ahora tenemos que hacer divulgación?

En Deusto Tec decidieron hacer una jornada ("research day") de puesta en común de distintos grupos de investigación, algo que les ayudara a conocerse y fomentar la colaboración. Una iniciativa estupenda que en mi universidad no hemos conseguido poner en marcha nunca. Bueno, el caso es que me invitaron a dar una charla en ese acto que sirviera de motivación hacia la divulgación. Como la grabaron, dejo aquí abajo el vídeo.

Le agradezco mucho a Diego Casado todos sus desvelos para que mi viaje, estancia y participación fuera agradable (totalmente conseguido) y al director del centro, Iñaki Vázquez, por confiar en que esa charla podía ser una buena idea 

 

 

sábado, 21 de enero de 2023

Proyecto de transferencia para la industria agroalimentaria

 

Llevo varios años colaborando con la empresa Smart Confort (que usa las marcas comerciales Avir y Nawatia). La idea que explotan es la calefacción basada en infrarrojo de onda larga, el que se emite a temperaturas relativamente bajas (de 150 a 300C) en vez del de onda corta habitual en terrazas (emitido a más de 800C). Como en todo desarrollo industrial, cuando te pones a analizar detalles, hay muchísimo conocimiento que ir incorporando, y en eso llevamos unos años, diseñando productos y procedimientos propios que mejoren los existentes en el mercado en distintos parámetros.

Hace poco concluyó un proyecto orientado a que pasen menos frío trabajadores de empresas agroalimentarias que han de estar en entornos refrigerados para la preservación del producto. Con motivo del final del proyecto nos publican una entrevista en la revista del ramo "NavarraDirecto.com". Para ilustrarlo, y aprovechando que había nevado, se le ocurrió a Aída Loperena el teatrillo de sentarnos en la calle al calor de uno de sus emisores de infrarrojos. Para que se pudiera comprobar el efecto había que superponer una imagen de infrarrojos a la real. Pasamos un rato entretenido haciendo las fotos (que luego se montaron con un poquito de posprocesado).