¿De verdad hay que ir a otra ciudad para un trámite común?
Para poder ir a México, necesito el pasaporte, y descubro que el que tenía está caducado. Seguramente debería haberlo pensado antes, pero el caso es que a 20 días del viaje no tengo un pasaporte válido. Al intentar la renovación en Pamplona la primera fecha disponible es en casi 10 semanas, muy posterior al viaje. En la web insisten en que no te presentes en la comisaría sin cita previa, y te animan a buscar en otras localidades. Tudela, Logroño, finalmente fue Zaragoza donde había comisaría con horas disponibles antes del viaje. El 4 mayo fue el día elegido.
Dos horas de ida, y dos de vuelta, la gasolina correspondiente, que además de costar muy cara, es CO2 enviado a la atmósfera, todo para un trámite duró menos de 10 minutos. Alguien me dijo que no había que hacer caso a la web y que presentándote en la comisaría sin cita al final acabas haciendo el trámite. No sé que me resulta más indignante, si que abusen de mi tiempo (y dinero) o de mi sentido de la responsabilidad. A mi no se me ocurre contravenir lo que está claramente escrito e intentar darle la vuelta en un cara a cara personal.
En esos mismos días oí en radio Pamplona un reportaje sobre una situación equivalente con la delegación de la seguridad social. Había que intentar la cita telefónica a las 12 de la noche, cuando se abren nuevos huecos y a las 12:01 ya están llenos. Gestiones sobre pensiones o renta básica colapsadas. La única persona con que se puede hablar a la entrada de las oficinas es un guardia de seguridad que impide todo contacto con los funcionarios. (También publicaba sobre el asunto Diario de Navarra )
¿Por qué asumimos con normalidad carencias de personal tan importantes? Lo podemos entender en entidades privadas, como los bancos, que están cortando la atención presencial, con el enorme desamparo que eso genera al otro lado de la brecha digital. Parece que la búsqueda de mayores beneficios justifica la deshumanización de la atención al cliente. Pero en el caso de la administración la cosa resulta incomprensible. No imagino a ningún político o alto funcionario frotándose las manos porque ahorra costes a cambio del maltrato al ciudadano. De hecho cuando se le pregunta a alguno, contesta con tristeza que no tiene suficiente capacidad para resolverlo. La tasa de reposición, la dificultad para convocar oposiciones, la complejidad administrativa (imposibilidad quizá) de hacer contratos temporales… Al final, parece que el gobierno no esté en manos de personas sino de una maraña de tecnicismos ante la que nadie se siente con suficiente capacidad.
Y así va pasando el tiempo, cada vez más acostumbrados a esa desatención humana que empezó hace décadas con las telefónicas, gasolineras y supermercados, y que encuentra en la complejidad burocrática la aliada perfecto para llevarlo también a la administración. Esa desatención humana tan gravosa para las personas discapacitadas (por la ancianidad o cualquier otra razón) y tan deshumanizadora en general. A saber dónde me tocará sacar el siguiente pasaporte (si lo hay).
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