Estos días se multiplican las noticias sobre serias iniciativas para prohibir por ley que los jóvenes utilicen teléfonos móviles en determinadas edades y lugares: prohibido hasta los 16 años y fuera de escuelas e institutos. Me parece, no solo una mala idea, sino algo contraproducente.
Es verdad que los teléfonos móviles tienen muchos usos negativos y peligros derivados de ellos. El acceso al porno a edades inadecuadas, el ciberbulling y especialmente el control de la pareja, la insoportable tentación de distraerse cuando se requiere atención, por poner algunos ejemplos. Pero también tienen unos usos maravillosos como la disponibilidad de cualquier información en la palma de la mano, un diccionario, una enciclopedia, una brújula, un mapa o un medio para pedir auxilio en caso de emergencia.
Un uso inteligente, que le saque el mayor partido a lo positivo y minimice los riesgos, sería fundamental para enfrentarse a estos dispositivos, parece obvio, pero no es fácil conseguir esos patrones de uso. Esos microordenadores conectados a internet (que llamamos teléfonos por razones históricas) llevan muy poco tiempo entre nosotros, todavía no ha habido tiempo para generar una cultura a su alrededor.
Del teléfono propiamente dicho sí se han generado unos buenos usos bastante generalizados. Hace dos décadas los teléfonos sonaban en cualquier restaurante, cine o teatro y además se atendían muchas llamadas. Hoy ya es anecdótico el sonido de una llamada (y casi exclusivo de personas bastante mayores). En parte porque la mensajería ha sustituido a la llamada, es verdad, pero también porque hemos aprendido a poner el teléfono en silencia y a buscar momentos y lugares adecuados para hablar (salvo en los trenes, por alguna extraña razón).
Esa carne de prohibición, los jóvenes menores de 16 en la escuela, usan el móvil como ven hacerlo a sus mayores: en cualquier momento y de cualquier forma para cualquier cosa. No han recibido educación ni formal ni mucho menos ejemplar sobre los usos adecuados de esa nueva tecnología. Por otro lado, las autoridades no han acertado a controlar los sitios web de juego o de pornografía, por ejemplo. No me parece razonable intentar resolver con una legislación prohibitiva sobre jóvenes los problemas que generamos sus mayores. Aparte de que ese tipo de “puertas al campo” raras veces funcionan, es que es injusto.
Cuando escucho los argumentarios favorables a la prohibición me sorprende la identificación de la herramienta con su uso, como si quisiéramos prohibir los lápices porque se pueden escribir insultos con ellos y hasta clavárselos a otras personas. También me parece muy cínico pedir que el peso de la ley caiga sobre el eslabón más débil en vez de atacar los verdaderos problemas. Los malos usos se hacen a través de sitios web concretos (de juego o de pornografía, por ejemplo) ¿por qué no se prohíben esos sitios? O al menos que se regulen.
Como le leía a un amigo en una red social hace un par de días, no deja de ser fascinante que tengamos un movimiento de personas reclamando que la ley le prohíba a sus hijas e hijos usar los dispositivos que ellos les han comprado y no son capaces de enseñarles a utilizar.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo y muy bien explicado.
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