Desde hace algunos años se celebra en Pamplona el festival de danza contemporánea "Danzad, danzad malditos". Siempre en verano, normalmente en distintas ubicaciones por las murallas de la ciudad. Este año, por las medidas de seguridad de la pandemia es un recinto cerrado con aforo limitado y demás, pero en la misma zona. Tres sábados consecutivos, a la caída de la tarde.
Ayer, sábado 14 de agosto pude ir y me resultó fascinante, la verdad. No es que la danza contemporánea sea algo a lo que haya sido aficionado, pero me voy acercando a raíz de la colaboración iniciada con Carmen Larraz en la que utilizamos la danza como elemento de divulgación científica. Por cierto, Carmen dirige el festival de este año.
En las manifestaciones culturales cuando no tienes unas claves mínimas para entender lo que está pasando es muy difícil engancharse. De joven, un poco por casualidad aprendí las reglas del rugbi y de la tauromaquia y disfrutaba mucho de esos espectáculos. El disfrute de los toros lo desaprendí convenientemente por sus evidentes implicaciones éticas, pero esa es otra historia.
El arte contemporáneo, y la danza en particular, son manifestaciones culturales especialmente difíciles. En principio resulta paradójico dado que la compartición de referentes temporales debería hacerla especialmente próxima. Pero la deriva del arte a lo largo del siglo XX se ha ido alejando tanto de la cotidianeidad, se ha hecho tan conceptual, que si no estas un poco entrenado en esos conceptos te pierdes completamente.
Aunque entré con miedo a no "entender" nada, la verdad es que lo disfruté muchísimo. Las cuatro piezas que conformaron el programa (junto con el parcur de introducción y cierre), cada una a su manera, me resultaron apasionantes. Las cuatro fotos de arriba corresponden a las piezas en el orden en que sucedieron, que no es el del programa. (de hecho no sé si solo hubo cambio de orden o si también cambó alguien).
Judith Sánchez (y el violonchelista) hicieron una pieza bellísima en la que la música y el movimiento estaban especialmente entrelazados. Al comenzar ella gritó "el deseo es un perro que se muerde la cola". Esa frase me sirvió de clave para imaginar una historia que superponer a la mera plasticidad de lo observado.
Rafael Ferreira pone escribe en el programa respecto de su Barbacoa "A B surdo, no soy sordo, ni hombre, ni mujer. Soy absurdo, los dos y ninguno de los dos. Soy solo un ser que tiene una barbacoa que quiere ser llamado por «él»." No lo había leído antes de ver la pieza, pero claramente lo resume. Travstido, ma non troppo, se movía sobre un texto, un poema leído por la vos de un asistente virtual (no sé si Alexa, Siri o uno inventado). Cómico, bello, sorprendente...
Alec Letcher también pone una frase sobre su pieza: "“Corps cru” es una historia del cuerpo en su estado primordial. ¿Qué dice el cuerpo cuando no dice nada?". La respuesta es que dice muchísimo. La capacidad de cambiar la forma del cuerpo tensando y relajando músculos sin apenas movimiento es algo espectacular. La relación entre ese cuerpo y un rostro que es una máscara (¡vuelta del revés a mitad de la pieza!) resulta fascinante.
Finalmente, la última pieza (¿Rue du Serendip?) escenifica de forma plástica una relación de pareja en la que hay una pelea por un libro. Una interpretación plástica de una relación, más allá de los momentos concretos que se presentan que resultaba muy agradable. Tanto el tema como los movimientos con que se desarrolla eran mucho más convencionales en esta pieza que en las tres anteriores, una suave transición hacia el final del espectáculo.
No sé si los artistas se verían reflejados en estos breves apuntes. Da igual, eso es parte del contrato tácito del arte contemporáneo: el artista hace lo que quiere y el espectador lo recibe como puede. A ver si el sábado que viene puedo volver a ir.
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