Hay físicos que confunden el mapa con el territorio, sobre todo teóricos.
Hacedores de mapas, se alegran cuando la extrapolación predice lo que se encontrará en territorios aún inexplorados. Eso es algo excelente, sin duda, de hecho es lo que hace tan potente ese “modo de cartografiar” que es la ciencia. El problema empieza cuando se pretende que el territorio deba obedecer al mapa, como si en vez de mapa realmente fueran los planos que un hipotético dios utilizó para construir el territorio.
Descubierto el mapa, arrancado de la propia divinidad y descifrado con el arcano lenguaje de las matemáticas, creemos conocer la verdad y como debe ser el territorio. Esa visión heroica de la ciencia no es la mía, sino la de humildes cartógrafos que respetan el territorio como quiera que sea. Simplemente lo miden y crean representaciones. Nada más y nada menos.
El texto de arriba lo escribí a mitad de la lectura del libro, en un tren.
La frase “el mapa no es el territorio” tiene una larguísima historia. A mi se me quedó grabada (ya la usé otra vez en el blog), me parece muy clara y potente. Su aplicación a la realidad y las teorías me la produjo la lectura de “¿Qué es la realidad?” de Giorgio Agamben, un librito en el que el filósofo construye una hipótesis sobre la desaparición en 1938 del físico italiano Ettore Majorana. A mi esa explicación me parece delirante, y la argumentación llena de “errores” de interpretación de la mecánica cuántica suyos y de otras personas que cita (particularmente Simone Weil). El artículo de Majorana en el que se basa el argumento está incluido en la edición, y a mi no me parece que sustente la hipótesis del autor de ninguna forma. El misterio de la desaparición definitiva, voluntaria y comunicada, de alguien tan relevante es algo que ha inspirado muchas historias, incluida esta, que yo la veo más como ficción que como una propuesta seria. En todo caso he disfrutado mucho de la lectura de las dos cosas, el artículo y la reflexión de Agamben.

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