lunes, 7 de julio de 2025

Una tarde de fiestas

Después de comer con unos amigos nos fuimos al centro de la fiesta, a ver qué pasa la tarde de un 6 de julio en Pamplona. 

Es muy llamativa la sincronía. No había espectáculos, ni procesiones, ni conciertos ni nada, la fiesta la conforman los propios espectadores sin nada que espectar. Tantísimos que todo se vuelve muy difícil. Bebimos poco porque conseguir entrar en un bar a pedir una cerveza es una tarea costosa a la que no te animas hasta que realmente tienes sed.

Además de sincronía, homogeneidad, todos vestidos igual. Afinando la mirada no todas las prendas son de la misma calidad, claro, pero lo que captura la vista es la uniformidad del blanco con fajín y pañuelo rojos. Una gran masa indiferenciada como bancos de sardinas o estorninos que encuentran protección frente a depredadores en la dificultad de aislar un individuo particular al que atacar. Un uniforme que, como todos los uniformes, borra diferencias e identidades para bien y para mal.   

Cinco horas de pie, rodeados de la multitud blanquirroja y esquivando montones de basura en el suelo. En su mayoría plásticos de botellas y vasos, algún papel y algún resto de comida, pero sobre todo plásticos que contuvieron bebida en cantidades industriales. Las papeleras y contenedores estaban absolutamente desbordados, es imposible prever infraestructuras para contener la cantidad de residuos que deja semejante marabunta.

La extrañeza de un entorno tan inhabitual ya resulta divertida. Además, toda esa gente está esforzándose en pasarlo bien, en abrirse a lo que pueda pasar, con lo que hay muchas interacciones simpáticas con unos y otros. Especialmente mágico el rato en el txabisque de unos artesanos de la madera torneada con los que charlamos de muchas cosas y quedamos en organizar más. Una conversación, no necesariamente confrontación, entre artistas y artesanos, a pesar de lo reiterativo del tema, parecía apetecible.

El estruendo de los primeros fuegos artificiales "de autor" nos acompañó en la retirada hacia casa. Las explosiones contempladas desde los barrios, a cierta distancia de su lanzamiento, se ven primero y se oyen después, creando una extraña sensación de irrealidad. El día termina con esa sensación y un considerable cansancio en las piernas. Estas fiestas populares son para fuertes.  

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