La capacidad de diferir la recompensa, de esperar sin comerte el caramelo porque si lo haces te darán más, es un predictor de éxito en la vida. Desde los años 1960 se vienen haciendo experimentos a para ver si los niños se aguantan las ganas de comerse la gominola. Ahora estamos ante la versión inversa, la capacidad de anticipar el castigo. ¿te animas a un empaste hoy o prefieres perder la muela en un año? Es mucho más sórdido, y aunque lógicamente sea la misma cuestión, psicológicamente es muy distinta. La ensoñación de futuros dulces o amargos es radicalmente distinta.
Esa es la situación que enfrentamos todos con el calentamiento global y estos días se inflama en el mundo agrario. Las medidas ambientales contra las que se están levantando agricultores de toda Europa nacen del deseo de mitigar ese calentamiento que ya nos achicharra los veranos. Hay mucha gente que piensa que son insuficientes, muy insuficientes si queremos de verdad evitar una catástrofe climática. Pero esa catástrofe la vemos en el futuro, y las medidas que nos dificultan la vida (o nos empobrecen un poco) se aplican ahora.
Luego está el aprovechamiento por parte de partidos políticos de esa situación para apalancar su guerra cultural. A la sensación de tensión entre el mal inmediato y el horror diferido es fácil darle alivio pintando de malvados y enloquecidos a los que defienden las políticas ecologistas y climáticamente responsables. Unos flowerpower abrazaárboles que no saben lo que cuesta ganarse el pan. Es un relato tan sencillo como malvado y, lo que es peor, suicida. Estamos jodidos, porque casi todos los niños se comen la gominola.
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