viernes, 27 de enero de 2023

Religiosidad y pobreza

Cuando la esperanza de vida era de 30 años no es que la gente fuera vieja con 28, es que muchas personas morían jóvenes y la media queda en esos 30, aunque algunos llegaban a la misma vejez que hoy (Platón, por ejemplo, murió con 80 años). Aquellas personas convivían con la muerte, perdían hermanos, primos y amigos. Perdían personas viejas, claro, pero también muchísimos niños y jóvenes. En un mundo de personas conscientes de que pueden morir en cualquier momento, así como sus más allegados, es difícil planificar a largo plazo. Parece más conveniente disfrutar de cada día que esforzarse por la cosecha de dentro de medio año que a saber si disfrutaremos. Ahí la religión juega un papel clave. Una vida eterna después de la muerte y que se gana con el esfuerzo en esta vida es la creencia ideal para movernos a comportamientos “buenos”: unos comportamientos solidarios y en los que se trabaja por que está bien hacerlo, no tanto por un cálculo de beneficios. Creencias de ese tipo sin duda son adaptativas, las comunidades que las profesen funcionarán mucho mejor que las que se dediquen al “carpe diem” (la cigarra y la hormiga). A lo largo de siglos de vida miserable, con esperanza de vida baja, la evolución cultural ha seleccionado comunidades religiosas.

En este marco explicativo no es raro que, al mejorar las condiciones de vida, en las comunidades donde esto haya ocurrido, se haya ido perdiendo la religiosidad. En ausencia de presión selectiva por esos valores religiosos, la laicidad gana terreno.

Y todo este asunto me viene a la cabeza al hilo de un estudio reciente, que reseña J.I. Pérez en el Cuaderno de Cultura Científica, que evalúa la hipótesis de que “la pobreza causa más daño psicológico en los países menos religiosos que en los más religiosos, y que la asociación entre condiciones de penuria y bienestar –o malestar– es más intensa en los menos religiosos”. Efectivamente concluyen (aunque hacen falta más comprobaciones) que “Las religiones … tendrían un efecto neutralizador del malestar psicológico provocado por la pobreza y la desigualdad”

Esto me sugiere dos comentarios, uno antropológico (por decirlo de alguna forma) y otro político. Y es muy importante diferenciarlos. El primero es que la conclusión es muy razonable, casi obvia en el marco explicativo con que comenzábamos. Si ese sentimiento de trascendencia y vida después de la vida se selecciona precisamente para mantener una vida con propósito en condiciones de penuria lo normal es que lo siga haciendo.

Desde un punto de vista de mis preferencias personales, mis valores y, por tanto, mis opciones políticas, el camino correcto es el de eliminar las causas reales del sufrimiento, no el de proporcionar herramientas psicológicas para soportarlo (sean estas religiones o psicoterapias).

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