Cuando estudiaba la carrera iba a la facultad en el tren de cercanías. Un trayecto diario de Nuevos Ministerios a Cantoblanco y vuelta. Había temporadas que los trenes funcionaban especialmente mal, llegaban muy tarde, iban llenísimos. Una mañana en que estábamos allí esperando decenas de personas, se retrasó el tren y cuando llegó estaba ya lleno, no había forma de entrar todos. Mientras nos apretábamos para que entrasen a presión las últimas personas sonó el silbato de que iba a arrancar. Alguien se enfadó y tiró el freno de emergencia. El personal en el entorno de esta persona empezó a aplaudir el gesto y a manifestar su indignación con el servicio. El ambiente de cachondeo y de protesta se fue extendiendo por el tren.
Al cabo de unos pocos minutos llegó un revisor por el andén a preguntar qué pasaba. El freno quedó suelto, pero en algún otro punto del tren otra persona accionó el de allí. Total, que en un ambiente de cachondeo importante, y ante la sensación de que esa mañana ya habíamos perdido las clases, el tren quedó bloqueado y las protestas empezaron a ser cada vez más fuertes. Entonces solo había una vía por sentido en la estación, así que el tren parado, bloqueando el túnel, suponía un perjuicio importante.
Pasados unos 40 minutos decidí marcharme a casa. Al salir vi que había algunos policías hablando con algunos estudiantes. Luego supe que eran miembros de un sindicato estudiantil y que se habían “apropiado” de la protesta y estaban “negociando” mejoras en el servicio. Al día siguiente el periódico recogía la noticia del suceso. En la noticia la protesta había sido organizada por el sindicato de estudiantes, declaraciones de algunos de sus representantes explicaban las reivindicaciones pretendidas.
Si no hubiera estado presente en el origen real de la protesta nunca habría imaginado que la noticia era falsa. De hecho, he intentado pensar muchas veces cómo se podría haber contado la historia real sin encontrar una forma verosímil. Los relatos necesitan protagonistas y las acciones necesitan motivos claros. En esta historia un cabreo genérico enciende una acción de protagonismo distribuido sin objetivos definidos.
Estos días estamos viendo manifestaciones violentas en diversas ciudades españolas y europeas. Gente que sale a romper cristales y quemar contendores sin saber muy bien contra qué protestan ni qué les une más allá de un cabreo genérico con la incómoda vida en que nos ha puesto la pandemia. Seguro que al final hay relatos canónicos con sus protagonistas, sus instigadores y sus motivaciones, pero de momento predomina la sorpresa. ¡Qué extraños son los movimientos colectivos espontáneos!
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