Caminando hacia el trabajo esta mañana, oyendo música en aleatorio, me sale “Con su blanca palidez” (A Whiter Shade of Pale) de Procol Harum. Un temazo que te cautiva, te transporta a otro mundo… y acaba en un triste fade out apresurado que me ha dejado un sabor de boca malísimo. Y es que las buenas piezas musicales te transportan, te sacan de la realidad para llevarte a un mundo interior por un tiempo limitado. Cuando acaban han de devolverte a la realidad de la manera menos dolorosa posible. No sólo la música, también la ficción, cuentos, novelas, monólogos, etc. tiene ese potencial evasivo y también tiene que terminar preparando un aterrizaje suave para el viajero.
En el caso de los “fade out” (ir bajando el volumen sin que la canción termine realmente) lo que se hace es renunciar a construir un final de verdad y cortar sin más, con la disminución de volumen como única señal de cierre. Por contra, los finales típicos de la música clásica son perfectamente resolutivos, terminan donde la tonalidad manda, en el tiempo que corresponde, a veces hasta rematando “chim pum” (y hasta volviendo a rematar “chim pum, chim pum, chim puuuuuum”). No sólo en la clásica, pero ahí hay ejemplos de finales bien pomposos y exagerados, que no dejan lugar a dudas, no defraudan. En el jazz no es raro acabar con un acorde disonante. Queda claro que es el final, pero deja un poco colgado, como con ganas de más resolución, igual que las películas en las que no queda claro si los personajes se acaban casando o no.
La música es un juego de generación de expectativas que a veces se cumplen y a veces no (eso lo aprendí de Almudena M. Castro en sus maravillosas charlas). En las canciones más sencillitas como temas infantiles, se cumplen casi siempre, hay pocas sorpresas, mientras que en las músicas más “avanzadas” se esfuerzan por liberarse de notas, armonías y estructuras y la sorpresa es permanente. Claro que la proporción adecuada de satisfacción y frustración de expectativas depende del individuo y su cultura musical. En cualquier caso, parece que en este marco hay finales de tres tipos: los que terminan generando una expectativa que se cumple (chim pum), las que generan una expectativa que se defrauda (disonante) y las que no generan ninguna expectativa y simplemente se apagan.
En el caso de la narrativa tengo mucho menos clara la tipología de finales. El mismo hecho de decidir que una historia termina en un punto concreto ya tiene mucho mensaje, como nos hace notar brutalmente Dina Goldstein imaginando una continuación de la vida de Blancanieves con el príncipe azul que, obviamente, no era tan maravilloso. Lo que es seguro es que, al igual que la música, un texto que te ha transportado ha de terminar devolviéndote a la realidad con la mayor naturalidad posible; y una posibilidad, muy utilizada por los monologuistas, es volver al punto de partida, ese en el que terminé de escuchar Con Su Blanca Palidez a la que entraba al despacho a comenzar mi jornada laboral.
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