Todos los años dos veces nos acordamos del nombre que le damos a cada momento del día, y ahora toca. Si los días tuvieran siempre la misma duración no tendríamos líos, nos habríamos acostumbrado a llamar de la misma forma al amanecer (por ejemplo “8 de la mañana”) y así siempre. El próximo 26 de septiembre (en Pamplona) amanecerá a las 8 de la mañana y anochecerá a las 20 (con menos de 1 minuto de error), ese sí que es un día bien diseñado. Pero manteniendo el mismo sistema horario el 22 de diciembre amanecerá a las 9:35 y el 21 de junio a las 6:29.
Que amanezca a las 9:30 se hace tardísimo. Hay que levantarse de noche, y no amanece hasta que llevas ya mucho rato en el cole (trabajo, etc.). Quizá podríamos cambiar la denominación de las horas y hacer que ese día amaneciera a las 8:30, algo más soportable. Eso sí, el precio a pagar por esa decisión es que el 21 de junio amanecería a las 5:29, bastante antes de que le suene el despertador a muchísima gente.
Hay una forma de conseguir que en junio amanezca un poco más tarde y en invierno un poco antes, consiste en cambiar la hora, usar un horario la parte del año que los días se alargan (el horario de invierno) y otro la mitad del año que acortan. Como nada es gratis, conseguir que esos amaneceres pillan algo mejor tiene la contrapartida de tener que cambiar de hora, rehacer el cuerpo de un día para otro a un horario diferente (vivir un “jet lag” de una hora), cambiar todos los relojes de la casa (y el del coche, que es de los más incómodos).
Ese cambio de hora es lo que actualmente está en vigor. Se decidió de forma armonizada en la Unión Europea hace unas décadas, poco después de la gran crisis del petróleo de los años 70, con el argumento principal de que de ese modo se ahorraba energía. Con el paso de los años, los cambios en los usos y fuentes energéticas hacen que ese ahorro sea mínimo, quizá nulo. Los ciudadanos, hartos de tener que cambiar relojes, han presionado y al final han sido consultados, votando muy mayoritariamente en contra del cambio de hora. Tampoco hay argumentos científicos sólidos, si el cambio tiene una repercusión negativa en la salud de las personas es también algo mínimo.
Hay que elegir, y se plantea una elección en que ninguna opción tiene “razones científicas” a su favor. Lo único científico es que toda las ventajas vienen acompañadas de inconvenientes, el sol hará lo mismo le llamemos como le llamemos. Si amanece antes, anochece antes y viceversa. Ningún sistema horario va a hacer los días de invierno de más de 9 horas ni los de verano de menos de 15. Yo personalmente prefiero evita el cambio (y quedarme con el horario de verano todo el año), pero nunca he vivido así desde que recuerdo. Igual al cabo de unos años me quejaría de eso también.
Hay quien lo lía todo y pretende que la cuadratura del círculo se consigue cambiando de huso horario. Me temo que eso tampoco, pero lo vemos próximamente, en otra entrada, con más datos.
Todo esto ya lo explicaba muy bien Pablo (@DonMostrenco) en Naukas hace unos años AQUI.
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