Ya hemos acabado la primera semana de colegios, del "elementary" y del "middle". La primera sensación, como tantas veces en este país, es que acabas de cruzar el cristal del televisor y te has metido en una película. Y es que todas las escuelas son físicamente muy parecidas, y en las películas las recogen a la perfección: los pasillos llenos de taquillas, las puertas de las aulas con un cristalito, los "principal", etc. Por no hablar de los emblemáticos autobuses amarillos. Pasada la fascinación estética, la cosa no difiere tanto de la que vivíamos allí: cada profesor con sus manías, un cero por hacer un ejercicio perfecto pero a boli en vez de a lápiz, los libros de texto forraditos y bien dispuestos; ni siquiera se percibe una diferencia de medios significativa.
Lo que más me ha llamado la atención de la semana es la profusión en el uso del "contrato". Yo creo que he firmado más de 15 papeles. Uno sobre las normas de seguridad del laboratorio de ciencias, hasta que no está firmado por el niño y los padres no entran; otro por cada asignatura dándote por enterado del programa previsto syllabus, otro con las normas de conducta y código de vestuario, en el que te dar por enterado y aceptas el régimen sancionador previsto. Y seguro que olvido alguno. Prácticamente todas las cosas que firmas son obviedades de sentido común, y supongo que cuando lo haces rutinariamente un año tras otro ni siquiera leerás lo que firmas, pero con la novedad lo he leído todo y me ha gustado ver cómo te hacen sentir parte, son normas y códigos para los estudiantes, pero se espera de las familias una participación activa en ello, y te lo hacen saber explícitamente y te exigen la firma.
En un país en el que para entrar ya has de firmar que no vas a matar al presidente, no es tan raro que sigas firmando, hasta que vas a animar a tu hijo a no quitarse las gafas de protección del laboratorio de ciencias.
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