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martes, 17 de junio de 2025

No se puede obligar a disfrutar

 El Consejo Social de la UPNA tiene una serie de “clubes” en los que se fomentan encuentros sectoriales de la universidad con la sociedad. Uno de ellos es el Club Cultural que tuvo una reunión hace unos días. Tomé unas notas de la conversación, no un acta con pretensión imparcial, unas notas centradas en mis intereses, que voy a intentar ordenar en lo que sigue. Eso sí, sin nombrar a nadie, en plan “Chatham House Rule”.

Tras una introducción en la que se comentó si hay una segmentación de la cultura por edades, estudiantes universitarios escogidos por su vinculación intensa con diferentes prácticas culturales se presentaron e introdujeron sus estrategias para atraer a hermanos y compañeros hacia el consumo cultural. Enseguida surgió el tema de la ausencia de artes en la educación reglada, y menos de aproximaciones realmente efectivas (que no supongan “pasar de Harry Potter a Pérez Galdós”).

A partir de ahí se me ocurren dos comentarios, el primero es que toda la discusión se complica cuando no disponemos de una definición operativa mínimamente consensuada de lo que entendemos por cultura y el segundo, que (en definiciones que me convencen) se participa de eventos culturales para disfrutar de ellos.

Esta cuestión del disfrute, que salió en la conversación, generó cierta polémica ya que a algunas personas les rechinaba un poco. Parece, para algunos, que hay que acceder a la cultura como una especie de deber moral. En mi opinión, para profundizar en esto hace falta la definición operativa de cultura (o aclarar términos, si preferimos decirlo así). Ya escribí sobre esto aquí, me convence la definición antropológica, el conjunto de prácticas de un grupo. En ese marco siempre hablaremos de cultura con apellido (cultura popular, joven, navarra, urbana, etc.) para especificar el conjunto de personas que comparten esas prácticas. Y cuando usamos la palabra sin apellido, nos referimos a la “alta cultura”, la prácticas antropológicas del adulto europeo de clase media alta, de tradición grecolatina (la música clásica, ópera, teatro, literatura, etc.).

Hay muchas personas que utilizan “cultura” a secas para referirse a lo que yo he llamado “alta cultura”. No les gusta la altura, dado que sugiere un clasismo del que pretenden huir, aunque, en mi opinión, está presente de forma inevitable. 

Cuando se dice que la cultura es algo más serio que entretenimiento, algo a lo que no hace justicia el concepto de “disfrute”, se está pensando en la “alta cultura”. Y como es la cultura canónica, la de las personas de bien, parece que hay un deber moral de atraer a ella a cuantas más personas mejor. 

Dice Mauro Entrialgo en su libro “Malismo” (una referencia de cultura no muy alta seguramente) refiriéndose a las “subculturas juveniles” de principios de este siglo” que “La impotencia ante un futuro desesperanzador se mitiga con diversión despendolada, intenso consumo cultural de características muy específicas, la asunción de una estética distintiva, …”. Este párrafo me ha llamado la atención lo del intenso consumo cultural específico. Ahí se está asumiendo una definición de cultura inclusiva, no limitada a la “alta cultura”. De hecho muchas de esas tribus urbanas se identifican especialmente por el tipo de música que escuchan, y lo hacen con intensidad, aunque ninguno de esos tipos es la ópera o la música barroca.

Este ejemplo entronca con otra cosa que se comentó en la reunión del Club como es la casi necesidad de asistir a eventos culturales en grupo, con amigos. Hay quien los relacionó con falta de madurez, pero si lo pensamos desde la definición antropológica, las prácticas culturales cohesionan el grupo, es inevitable disfrutarlas en cuadrilla. Y se disfruta más por la sensación de pertenencia al grupo, con independencia de la calidad del espectáculo.

La reunión se fue diluyendo sin llegar a conclusiones operativas. Las autoridades universitarias intentaron destilar información sobre la conveniencia de incluir asignaturas en la oferta académica y de qué tipo deberían ser. Seguro que optativas y probablemente con metodologías que “escondan” que se trata de asignaturas, mejor llamarles talleres o algo así. Un formato que intente evitar la contradicción entre una actividad obligatoria (como una asignatura que hay que aprobar) y algo de lo que hay que disfrutar (la cultura). Por que no se puede obligar a pasarlo bien.


Fotograma de La Naranja Mecánica que de alguna manera puede sugerir la violencia de obligar a disfrutar. En la película se obligaba violentamente a ver


domingo, 15 de junio de 2025

Doblete de atardecer y combo

 

Para celebrar el viernes 13 de junio, o más bien por casualidad, me coincidieron dos actuaciones. La primera fue un pase de "Atardecer", un espectáculo del que ya hay comentarios y vídeos en el blog. Costó bastante encontrar el hueco adecuado en el atril del Civican, pero al final quedó muy bonito. Carmen consigue generar un estado de trance (lo comentó el técnico de sonido y lo comparto plenamente) que es maravilloso.

Más tarde teníamos la actuación de final del curso del "combo de adultos" de la escuela de música del valle de Aranguren. Como estamos mayores (claramente), lo de salir en los conciertos colectivos, para tocar dos temas entre medias de los combos de txikis se hace raro, para nosotros y para ellos. Así que desde este curso hemos organizado esto de salirse de ese plan y alquilar una sala multiusos (casi siempre cumpleaños infantiles) que hay en el pueblo y organizar allí un conciertillo para familia y amigos. Muy entretenido, la verdad


Aunque acaba uno un poco cansado al final, resulta muy divertido ;-)


 Aunque había dejado de poner estas cosas por aquí, intento reafirmarme en lo de que esto sea una libreta sin pretensiones.

 

miércoles, 11 de junio de 2025

Sobre la integridad científica (en Mérida)

 En las jornadas doctorales del G9 me invitaron a hablar de una de esas cosas que me gustan, parte de "los males de la ciencia" que es el modelo "no trivial" de integridad científica.

Al final no hubo forma de conseguir un viaje razonable a Mérida (cualquier opción superaba las 25 horas de tren entre ida y vuelta incluyendo esperas de transbordo) así que la charla fue por videoconferencia.

Dejo aquí las dispositivas utilizadas:

 

domingo, 8 de junio de 2025

Objetivos y vientos favorables


  Hace unos cuantos años, antes de la implantación del espacio europeo de enseñanza superior (AKA plan Bolonia) formé parte de un comité de calidad (de la universidad) que había de evaluar la titulación de ingeniería industrial. Cuando enviamos el informe a la instancia nacional que lo solicitaba (no recuerdo cual) nos devolvieron unos comentarios. Lo que más nos criticaban es que no habíamos comenzado el trabajo especificando qué es un ingeniero industrial, que se espera de una persona con esa titulación. El comentario me sorprendió muchísimo. Por un lado es verdad que, como decía Séneca, no hay viento favorable para el que no sabe dónde va. Pero por otro lado es tan evidente lo que es un ingeniero industrial que parecía un esfuerzo vano esforzarse en definirlo. No es evidente, me lo parecía a mi porque ya estaban ahí antes de que yo naciera y a lo largo de mi vida siempre han estado. Eso genera una imagen experiencial, que es algo que dista mucho de una racionalización de lo que son, o mejor aún, de lo que deberían ser. 

Me ha venido esa historia a la cabeza a propósito de decisiones que parece que soplan contra la dirección que parecería conveniente. Esta semana se ha aprobado un reglamento europeo (que tiene que pasar aún por el parlamento) que permite a las compañías aéreas cobrar por equipaje de mano y rebaja las indemnizaciones por retrasos. 

¿Cuál es el objetivo de esta medida? Aquí sí hay quien sabe a donde va y este viento le es favorable: las compañías aéreas. En cambio para sus usuarios esa política es desfavorable. Parece un ejemplo claro de conflicto de intereses, el de las compañías frente al de sus usuarios, Las autoridades deberían establecer un equilibrio que consideren justo. Aunque para muchos parece claro que esa justicia se ha desplazado del lado del lobby poderoso frente a la desorganización del difuso conjunto de “usuarios”. El ejemplo que vale para ilustrar muchos otros con conflictos análogos: la regulación de precios de alquileres, la reducción de la jornada laboral, etc. La cuestión que realmente me interesa es analizar es la misma que en el caso de los ingenieros, cuales son los objetivos últimos que se intentan conseguir con esas normativas. ¿Qué pretenden las personas que se dedican a regular con sus regulaciones?

Vivimos en un marco neoliberal que forma parte del ambiente, como mi idea irreflexiva de lo que es un ingeniero. En ese ambiente es obvio que la actividad encaminada a que las personas disfruten su vida se estructura en un marco económico y que esa economía tiene unas reglas (casi científicas) según las cuales cuanto menos intervención regulatoria mejor (dado que las leyes internas del mercado actúan para encontrar óptimos). Esas leyes del mercado se basan en que cada agente económico busca maximizar su beneficio, cosa que, según ese marco de pensamiento, ocurre de forma natural.

Ese marco de pensamiento se impuso de forma generalizada cunado un planteamiento alternativo colapsó. Esa alternativa consistía en que la actividad productiva debería ser cuidadosamente planificada para maximizar el beneficio colectivo de la sociedad a la que servía. Una idea tan racionalista y, en principio deseable, chocaba con los intereses de las personas individuales de dos formas: los que planificaban tenían poca cortapisa para beneficiarse a sí mismos en exceso y, los planificados, a menudo, no encontraban incentivos personales para esforzarse con su tarea.

Tampoco se trata aquí de hacer un repaso de la historia económica del siglo XX (y lo que va de este), estos dos párrafos pretenden dar una pincelada del ambiente ideológico en que se mueven las personas que hacen las regulaciones como las de las tarifas aéreas. Un ambiente ideológico en el que las compañías deben ganar dinero, es su objetivo, y el suyo coincide con el de todos. Eso sí, deben ganarlo de una forma “justa”, lo que se traduce en cosas como la libre competencia o la información veraz y transparente. Si el reglamento es el mismo para todas las compañías, y la información sobre sus tarifas es pública hay “justicia”. Y si las compañías han pedido que sus tarifas se puedan estructurar de esa manera ¿por qué no dejarles? El estado debe intervenir lo mínimo y sólo para evitar males. Aquí no parece haber ninguno. Asunto resuelto.

Incluso sin salirnos del marco de la ortodoxia neoliberal esto se puede ver de otra forma. Las personas individuales no podemos hacer un máster para cada actividad que queremos hacer, la complejidad de los trámites, su inaccesibilidad cognitiva, juega en nuestra contra. Si eliges un viaje por la publicidad de un precio pero luego hay un conjunto de costes no publicitados (aunque no sean secretos) la elección no fue informada. Complicarle los procesos al consumidor hace que deje de ser un “agente económico” canónico, sin información suficiente no se toman decisiones racionales. Esas prácticas tunean el propio marco del neoliberalismo en favor de las compañías. Lo mismo vale para otras muchas prácticas entre las que destacan los “precios dinámicos” (de los sistemas de VTCs o de venta on line de entradas), algo que imposibilita, por definición, conocer precios con antelación y poder planificar tu actividad como agente económico racional.

Pero más interesante aún es salirse del marco neoliberal para mirar estos procesos con otra perspectiva, la del beneficio colectivo. Para mí la pregunta legítima sería ¿Cómo conseguimos que las personas, de forma igualitaria, disfrutemos al máximo de viajar y en el proceso se respete al máximo el medio ambiente? 

Claro, que igual no nos gustan las respuestas, ni a unos, ni a otros. Respuestas coherentes con la pregunta supondrían cosas como prohibir vuelos cortos (hay alternativas menos contaminantes), dificultar el uso del avión en general (quizá con precios altos, pero no sólo), evitar márgenes comerciales excesivos (quizá cualquier margen, dado que no contribuyen al proceso, al disfrute del viaje, solo “extraen” de su gestión). Y por supuesto una buena accesibilidad cognitiva en todo el proceso: horarios, tarifas y todos los detalles estables, públicos y fáciles de entender.

Y si no vamos cambiando de marco, nos va a quedar una sociedad desgarrada en un planeta achicharrado que no les va a gustar ni a los que van ganando estas batallitas regularorias.

lunes, 2 de junio de 2025

Gente experta en los medios de comunicación

A propósito de un bluit en el que se comentaba que la presencia en medios de académicos de universidades privadas es bastante mayor que de públicas comenzábamos una conversación interesante que merece un resumen.

En las universidades y centros de investigación hay muchas personas expertas que pueden ilustrar noticias magníficamente. Ingenieros eléctricos que expliquen apagones, sociólogos que maticen encuestas, astrónomos que comenten descubrimientos de exoplanetas y así sobre cientos de temas. Para que eso ocurra los periodistas han de contactar con las expertas correspondientes y estas han de responder en un registro adecuado. Ni lo uno ni lo otro funcionan todo lo bien que nos gustaría.

Hay pocos directorios de expertos y los que hay no son muy exhaustivos. Al final las periodistas suelen tirar de personas que ya conocen, de su “agenda” personal. Se puede llamar al gabinete de comunicación de un centro, de una universidad por ejemplo, y pedir que te localicen alguien que comente un premio nobel recién otorgado. Muchos de esos gabinetes de comunicación de centros públicos funcionan también por su conocimiento personal, y saben que muchas personas expertas rechazan hablar con medios de forma general. En centros privados, en cambio, son más conscientes del valor reputacional de que su nombre aparezca en medios como referencia experta, da igual el tema. Eso hace que “animen” a su personal a atender a los medios, algo que en el entorno público no se acepta bien en general.

Por otro lado, hay multitud de experiencias desagradables del lado de las personas expertas, su rechazo a los medios en muchos casos es inducido, no se trata de un elitismo a priori. Especialmente los programas de televisión maltratan a sus invitados citándolos y luego no atendiéndolos, dejándoles un tiempo insuficiente para explicarse, recortando la explicación, o colocándolos en situaciones de debate asimétrico en las que les fuerzan a quedar mal. También en medios escritos te dicen que te pasarán tus declaraciones para revisar que se han transcrito bien y no lo hacen, se sacan titulares fuera de contexto, etc. Vamos, que colaborar con medios no es un camino de rosas para los académicos.

¿Conclusión? Del lado de los medios, molaría que trataran mejor al personal académico (y ya puestos a todos en general). Del lado de científicos y estudiosos, hay que gestionar la cosa. Yo creo que hay que esforzarse por aparecer lo máximo posible, todo el espacio que no esté siendo ocupado por expertos se llena de pseudoexpertos, lo que es mucho peor para una sociedad bien informada. Hasta cuando el tema te toca de refilón, seguramente un académico dará mejor información que un “todólogo”. Pero ese máximo no quiere decir aceptar cualquier cosa. No se deben “blanquear” debates torcidos, programas que son directamente pseucientíficos (y no quiero señalar a ningún “misterio lover” en concreto) y ese tipo de situaciones. ¿Dónde está el límite? Eso ya es una cuestión personal.