Siempre ha habido espacios de para disfrutar de lo desconocido con la imaginación y la mitología; un disfrute que no pretende respuestas definitivas sino ámbitos sugerentes que le den juego a nuestra tendencia narrativa y nos ayuden a socializar y conocernos a nosotros mismos. Herboristerías, echadores de cartas o “jugar” a la ouija. Del mismo modo, siempre estuvo claro que en otros sitio se buscaba enfrentar lo desconocido con intención de encontrar soluciones “verdaderas” (válidas para el máximo posible de personas y situaciones). Cada ámbito tiene su interés, las alfombras voladoras son bonitas, milenarias, sugerentes, mientras que los aviones son mucho más impersonales y feos. Si uno busca inspiración elegirá la alfombra, pero si quiere ir a otro continente elegirá el avión. No hay dudas ni confusiones; tampoco tiene por que haber conflictos, intereses humanos distintos encuentran satisfacción de distintos modos, lo poético y lo funcional no compiten.
Cuando pretendemos borrar esa diferencia es cuando, en mi opinión, las cosas se sacan de quicio. Dedicar recursos científicos, personal formado y equipamiento profesional a investigar si se llegó a la luna o no u organizar batidas oceanográficas en busca del monstruo del lago Ness es, cunado menos, dilapidar recursos valiosos. Pero más preocupante me resulta que esos esfuerzos implícitamente lanzan el mensaje de que no hay dos esferas diferentes, de que lo científico y lo poético están en el mismo plano y han de competir. Obviamente esa competición la tiene perdida la ciencia antes de empezar. Que no se encuentre el monstruo del lago no va a disuadir de su existencia, aún más misteriosa y mágica que antes. Y esa derrota ayudará a perder confianza en esas personas tan serias con los radares y tampoco les creerán cuando les recomienden vacunarse .
Hemos dejado de hablar de los “hechos alternativos” que se pusieron de moda al comienzo del mandato de Trump. Quizá esa idea tan simple, poderosa (¡y perniciosa!) ha calado tan rápido que ya no es objeto de discusión. En ese marco, toda experiencia subjetiva es igual de valiosa (es una “verdad”) y por tanto una observación personal inexplicada es un misterio que merece ser estudiado científicamente. Ahí entra la NASA y abre un programa de estudio de OVNIS (aunque les cambie de nombre). No hay un método científico, pero si hay métodos anticientíficos. Centrar los estudios en lo anecdótico en vez de buscar regularidades y no aceptar el desconocimiento (temporal al menos y quizá definitivo) son elementos claramente anticientíficos.
En resumen, un organismo históricamente prestigioso desde el punto de vista científico ha puesto en marcha un programa con tintes anticientífico, que da pábulo a los “hechos alternativos”. Se me escapan elementos sociológicos y políticos, desde luego. Quizá sea “bueno” en algún sentido esforzarse en mostrar ausencia de secretos y cosas así. Pero mucho me temo que esto va a ser un paso más en el desprestigio del pensamiento científico que tan de manifiesto dejaron los bajos índices de vacunación contra el covid19 en EEUU.
A propósito de esto que escribe hoy @aberron.