Los dueños de la casa que hemos tenido alquilada este año que ya termina, nos la dejaron amablemente con una suscripción a Newsweek incluida. El reportaje de portada de esta semana se titula "bienvenido al multiverso", y presenta el estado actual de la cosmología. Leerlo me ha dejado un mal rollo que, a pesar de que se que me meto en un jardín considerable, no puedo evitar comentar.
Tanto esfuerzo "escéptico" en explicar el método científico y resulta que el paradigma de los científicos más estupendos de todos parece salirse por la tangente. Copérnico, Kepler, Galileo, Newton o Einstein buscaban una explicación a las observaciones, mientras que ahora parece que se buscan observaciones para justificar la explicación. Es como la versión física del famoso dicho periodístico "que la realidad no te estropee un buen titular" que aquí sería "que la falta de datos no te estropee una buena teoría".
Sin duda que hay refinamientos epistemológicos mucho más allá de mi visión primitiva y visceral del asunto, pero no puedo evitar contemplar los otros universos del multiverso en el mismo plano que las cien mil vírgenes del que muere en guerra santa, el infierno de Pedro Botero, el Silmarilión, el Valhala o las ideas de Platón. Por cierto, en la misa zona quedan también las supercuerdas.
Extrapolar el conocimiento científico más allá de todo lo observable (incluso de lo que razonablemente se puede esperar que se pueda observar nunca) es un ejercicio de mitología. Una mitología especial porque tiene que tener una lógica interna, derivar de muy pocos primeros principios y una elaboración matemática sólida; pero no por ello menos mitológica. Siempre hay quien te pregunta ¿Y si algún día se pueden medir partículas que vengan de los otros universos? ¿Y si de las teorías de cuerdas se puede derivar una observación comprobable? Claro que también puede llegar un día en que baje Thor del Valhala o se aparezca el arcángel San Gabriel. Ese día tendremos que reconsiderar nuestras ideas y empezar de nuevo, pero mientras...
Entiendo que profesionalmente es un buen ejercicio; sirve para ejercitar la capacidad de elaborar teorías internamente coherentes, para explorar hipótesis, para refinar planteamientos experimentales, para revisar con distintos puntos de vista los datos existentes, etc.. En resumen, sirve para hacer avanzar el conocimiento científico. Me parece, por tanto, muy sensato que los científicos profesionales extrapolen los modelos y teorías y que los lleven hasta los límites de la imaginación y la capacidad de cálculo. Otra cosa muy distinta es dar rango de "verdad" a esos ejercicio intelectuales. La ciencia avanza así, con hipótesis derivadas de extrapolar el modelo existente: Neptuno o el neutrino se propusieron para que cuadraran datos y luego resultó que estaban ahí y su existencia se pudo comprobar por procedimientos alternativos a los que sugirieron su existencia. Otros constructos como el calórico o el éter luminífero no pasaron esa prueba. Pero si no existen ese tipo de pruebas estamos cambiando de juego, ya no es ciencia.
Hay actividades humanas que tuvieron momentos de esplendor y que, esencialmente, han concluido. Un par de ejemplos podrían ser la música clásica o el cómic. Que no es que hayan dejado de producirse, pero si que han pasado los grandes momentos de Asterix, Tinín o la Marvel por un lado y Grieg, Puccini o Rachmaninoff por otro. Hoy hay más música y más novelas ilustradas que nunca: el pop- rock y el cine han ocupado el lugar que antes tuvieron la música clásica y el cómic. Estos ejemplos los pone John Horgan en el libro en el que plantea la posibilidad de que haya un final de la ciencia. Un libro polémico y muy criticado (ver 1 o 2), que motivo una "réplica" por parte del sempiterno editor de Nature, John Madox, pero que no deja de ser fascinante.
Me da la impresión de que la física fundamental tuvo en Einstein, Schrodinger y compañía los últimos momentos de gloria universal. Ellos son los héroes de la Marvel con cuyas reediciones se llenan los cines (véase el reciente éxito de "Avengers"), mientras que los nuevos avances suenan al oído del profano como las últimas obras de la música clásica contemporánea.