Desde pequeños estamos acostumbrados a que el tiempo está muy pautado: semanas de 7 días, meses de 30 o 31 y años de 12 meses. Son períodos importantes, porque marcan cuando llegarán los momentos de libertad provisional: fines de semana y las vacaciones.
Esa estructura de organización del tiempo, sin embargo, ni es la única posible, ni ha sido así siempre. La construcción del calendario tal y como lo utilizamos hoy ha sido un proceso histórico complejo y lleno de anécdotas.
Hay tres movimientos astronómicos que percibimos claramente: la sucesión de días y noches, la sucesión de las estaciones y la de las fases de la luna. Esas periodicidades corresponden al giro de la tierra sobre si misma, a su desplazamiento alrededor del sol, y al giro de la luna alrededor de la tierra. A cada vuelta (cada período) de esos movimientos le llamamos día, año y mes (lunar) respectivamente. Por otro lado, no ha habido suerte y esos movimientos son independientes entre si, con lo que no se corresponden un número exacto de veces. Por ejemplo, el número de días en un año es de 165,242189074.
A corto plazo todo lo medimos en días, pero a largo... Mientras los seres humanos eran más bien nómadas y ganaderos el mes lunar era el período dominante, mientras que la agricultura necesita de una organización anual, dado que el clima del que dependen las cosechas sigue ese período. Los egipcios establecieron el año, el calendario solar como fundamental (en detrimento del mes). El siguiente paso fue establecer el número de días y alguna estructura entre ellos, que al ser tantos, ir contando de uno a 365 es poco eficaz. Los grandes hitos en este proceso los marcaron Julio Cesar y el Papa Gregorio XIII, dando lugar a los calendarios juliano y gregoriano respectivamente. Por tener una idea, el juliano se estableció en el 46 a.C. y el gregoriano en 1582. La principal diferencia es el cálculo de los años bisiestos para ajustar el número de días en un año sin que se produzcan desfases excesivos.
Pero además de las grandes calendarios con nombre, se fueron instaurando reformas poco a poco, unas que triunfaron y otras que nunca llegaron a cuajar realmente. La estructura en 12 meses y sus nombres proceden de los romanos, de su calendario clásico, anterior al establecimiento del calendario juliano. Algunos nombres de meses se pusieron en honor a sus dioses (junio por juno o marzo por marte) y otros por su número de orden, como septiembre (el séptimo) u octubre (el octavo). Claro que entonces empezaban a contar en marzo, por eso septiembre era el séptimo, y no el noveno como ahora.
La evolución del calendario se guía por la concordancia entre días y años, pero el punto de comienzo continua siendo totalmente arbitrario. Diferentes países fueron cambiando desde el inicio de marzo de la tradición clásica al comienzo de enero. En España se generaliza en el siglo XVII, mientras que en Inglaterra no se decretó hasta 1752.
Tras la revolución rusa, Lenin decretó un calendario que rompiera con tradiciones pasadas y que ayudara a estructurar el trabajo de otra forma. La modificación no cuajó y se acabó derivando en el calendario gregoriano 11 años después. Ninguna de las modificaciones afectaba al momento de comienzo del año. El único esfuerzo por hacer que el comienzo del año tuviera alguna relación con la naturaleza fue el del calendario revolucionario francés, que lo hacía coincidir con el equinocio de otoño. Ese esfuerzo racionalista de los ilustrados revolucionarios no triunfó.
Por tanto la respuesta es que el año comienza hoy por una colección de carambolas históricas sin relación con eventos naturales.
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Fuentes: Wikipedia (juliano, gregoriano, revolucionario soviético, republicano francés), astrónomos.org y Rafael Bachiller en El Mundo (artículo del mismo día sobre el mismo tema, del que he sabido cuando lo tenía casi acabado)
ACTUALIZACIÓN: Mi falta de originalidad es total, ver estas dos estupendas entradas sobre el mismo tema: Microsiervos y Eduardo Mosquira´s blog.
ACTUALIZACIÓN: Mi falta de originalidad es total, ver estas dos estupendas entradas sobre el mismo tema: Microsiervos y Eduardo Mosquira´s blog.
Pues yo relacionaba el auge de los calendarios lunares con el hecho de que surgieron en regiones cercanas al trópico y con poca variación estacional, por lo que el ciclo solar pierde importancia (excepto para Egipto, que dependía de las crecidas del Nilo que sí tenían cadencia vinculada al ciclo solar).
ResponderEliminarDe ahí que la cultura islámica sea férreamente lunar y la judía también, aunque a veces introducen un décimotercer mes.
También por eso los romanos tenían mucho lío. De alguna manera habían heredado un calendario tipo lunar, pero sus "biorritmos" eran claramente solares al estar en una zona subtropical. Hasta que llegó Julio y mandó parar ;-)
Pues es muy posible que tengas raz'on, es un detalle importante ese de la latitud.
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