Yo fui al instituto en la época en que había yonkis que iban en chandal (y acababan muriendo consumidos), finales de los 70, primero 80 del siglo pasado. Tampoco me gustaba ir en chandal, pero más por ir como sí quería, reafirmando mi identidad adolescente, que por diferenciarme de otras ¿identidades?
En todo caso eso no fue un problema para mi asignatura de gimnasia ya que nosotros llevábamos el chandal en una bolsa y nos cambiábamos para hacer deporte y volvíamos a la ropa de calle al acabar. Aunque eso generaba otras situaciones potencialmente incómodas dada la innecesaria exposición de intimidad de los vestuarios abiertos, al menos no nos obligaba a vivir en chandal.
Un atuendo adecuado a la actividad que se va a realizar me parece un valor, algo que está bien transmitir en la escuela. En inglés ,ese idioma tan económico, tienen las palabras “overdressed” y “underdressed” para describir inadecuaciones. Quizá les cueste especialmente acertar y por eso en sus colegios son tan habituales los uniformes que resuelven los problemas por el argumento de autoridad.
Un atuendo adecuado a cada actividad, salvo que tengas demasiada prisa y cambiarse se convierta en un lujo. Así, las prisas en la organización escolar obligaron a elegir. Si hay deporte, en chandal todo el día, y si no, puedes venir como quieras. Y ya que algunos días vas en chandal ¿por qué no todos? Y ahí arranca una nueva línea de moda hoy claramente incorporada en el mainstream y que ha producido maravillas como el famoso “arreglá pero informal” de ir a por el pan en chandal y con tacones.
La prisa imbuida en la organización escolar se hace patente en multitud de pequeños problemas que, sumados, quizá merecen la pena una pensada más en serio. Me vienen a la cabeza algunos ejemplos que recuerdo y que encuentran explicación conjunta en la prisa (o el “ahorro de recursos” que viene a ser lo mismo).
Durante algún tiempo el transporte escolar que llevaba a mis hijos al instituto les dejaba casi media hora antes de tiempo en el centro, así podía hacer otro servicio antes de la hora. Pero en el centro nadie abría la puerta hasta la hora. El “sistema” les obligaba a estar media hora en la calle (media hora que habían tenido que madrugar para nada). Por supuesto en el recreo no podían salir a la calle por que es peligroso y, ya con la custodia oficialmente asumida, no se puede permitir lo que antes del amanecer ocurre “solo”. Esa media hora alargaba aún más la mañana infinita que produce la “jornada continua”, otra derivación de la prisa. Así nos ahorramos comedores, comidas, cuidadores, recreos y tiempos “muertos”.
En el año que estuvimos de sabático en EEUU fuimos un día al centro, al “carrer day”, esa tradición americana (la hemos visto en películas) de un día en que padres y madres van a la escuela a contar su profesión convirtiéndose en potenciales referentes para la chavalada. Como parte de la experiencia nos animaron a comer allí, y me sorprendió que profesores, alumnos y, ese día, padres, comíamos en el mismo sitio. Un comedor común, con mesas separadas pero común. Parece algo irrelevante, pero es que se educa con el ejemplo. Y ver ahí a tus profes, que comen las mismas cosas, la manera en que se desenvuelven y demás, es enormemente educativo. Esa sola presencia evita comportamientos fuertemente disruptivos que eran lo habitual en el comedor patrio en el que, sin profes cerca, unas cuidadoras mal pagadas y sin formación intentaban organizar a golpe de pito a un alumnado (literalmente) desmadrado.
Cuando se quiere optimizar el presupuesto y se paga poco por muchas horas de aula con grupos grandes es comprensible que no queden ganas de ejercer el magisterio fuera del aula. Se entiende la postura “sindical” de reclamar comer en casa y no tener que educar fuera del aula. Como cualquier interacción de profes y alumnos es inevitablemente educativa, la solución es que no se vean más, que no haya recreos, comedores ni vestuarios. Y los que sean inexcusables que los atiendan otras personas que, además, seguro que le resultan más baratas al pagador.
En ese ambiente de urgencia académica, de aula en aula, sin espacios informales y alargado hasta el extremo hay quien se sorprende de que el alumnado no disfrute, atienda y se interese por la enseñanza que se le propone. Se sorprenden de que busquen refugio en el móvil, ese potente dispositivo multifunción con el que conviven el resto de la jornada.
En resumen, ajustar demasiado el presupuesto acelera procesos que necesitan su tiempo, introduce una tensión que le hace incómoda la vida a todos los componentes de lo que debería ser una comunidad educativa y hace que se atrincheren en sus rincones y se perciban unos a otros como enemigos. La tiranía de las decisiones pequeñas, tener que salvar el semestre, a veces el día, nos impide ver el problema sistémico que, en escala de décadas, no va a mejor.
Slow education, una reivindicación más que añadir a la slow science, slow food… vivir más despacio a fin de cuentas. Que eso pueda requerir un cambio de modelo económico, un nuevo “contrato social” quizá, lo dejamos para otro día.
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La imagen es generada por DallE2 mini ("estudiantes en chandal"), los buscadores con ese prompt solo dan anuncios, ya no son buscadores...
En 1982 (dictadura militar en Argentina) tuvimos no un 'career day' en sí sino varias sesiones con profesionales en nuestra escuela pública de un pueblo de 30.000pp. Gracias, por cierto, a nuestra profesora de "Formación Cívica" y jueza de paz, que también se dedicó a explicarnos la constitución, derechos fundamentales y sistema electoral, que no estaban vigentes.
ResponderEliminarA veces se puede, aunque no haya ni presupuesto...ni democracia.