Los países no existen. O al menos no existen de la misma forma que lo hace una piedra. Un país o un estado es un concepto compartido por muchas personas, en parte por tradición, a veces por imposición, pero no deja de ser algo que está en la mente de las personas. Si dejase de haber personas, dejaría de haber países instantáneamente. También dejarían de existir el dinero, las religiones o el arte. En el fondo, la mayor parte de las cosas que nos mueven a diario no son sino conceptos compartidos (1), no objetos reales. Bueno, suponiendo que tengas suficientes objetos reales como para no pasar hambre ni frío (lo que es cierto para la inmensa mayoría).
Una de estas creaciones conceptuales que ha resultado muy exitosa es la de “propiedad”. En el mundo animal la propiedad de algo, de una pieza recién cazada, por ejemplo, lo es en la medida en que pueda defenderla el propietario. Sin embargo, en los estados modernos tenemos complejísimos sistemas para asignar la propiedad de las cosas a personas, y para defender esa asignación de forma colectiva, con muchísima más fuerza de la que es capaz de ejercer el propietario aisladamente. Al menos es así con la propiedad de los objetos físicos, tanto inmuebles (terrenos y edificios) como muebles (comida, sillas o cuadros).
La propiedad “intelectual”, la de objetos no materiales es algo más sutil. Tenemos sistemas legales para asignarla y reconocerla, pero no tenemos una “policía intelectual” ante la que denunciar delitos en este terreno (quizá terreno no es la mejor palabra para algo tan etéreo, por cierto).
Abierta la caja de pandora de inventar realidades capaces de mover a las personas, de causar guerras, riquezas y alegrías, realidades inventadas que acaban alterando la realidad física, ¿Por qué parar? Podemos crear conceptos sobre conceptos. Como el dinero no existe, puedo alterar las reglas del invento inicial y fabricar uno nuevo, el crédito. Un invento que permitió un gran desarrollo de multitud de cosas. Puedo inventar el riesgo (por ejemplo de que alguien no pague su crédito) y asignarle un precio y crear mercados de riesgos. Las posibilidades son infinitas. Eso sí, para que sean efectivos han de ser conceptos asumidos por todos los individuos, los entiendan o no, los interioricen de forma natural o no (como los países del comienzo).
Como especie llevamos creando y recreando este tipo de conceptos colectivos probablemente desde que existe la mente simbólica (2), desde que tenemos lenguaje (¿qué son las palabras sino inventos consensuados con los que representar cosas?). Pero ha habido un largo proceso desde ese comienzo. Al principio eran cosas mucho más ligadas a la realidad, las colectividades no eran países o imperios, sino tribus que podías abarcar de un golpe de vista. Antes de crear el dinero se crearía la sensación de valor al ir cambiando unas cosas por otras. Creado el dinero como elemento de cambio sin valor intrínseco, se puede ir materializando en cosas cada vez más exóticas e inmateriales (valga el oxímoron), como es hoy día un apunte en un sistema informático activado por un trozo de plástico (con un chip) y un numerito en un teclado.
Y todo este proceso de abstracción llega al siglo XXI (de nuestra arbitraria forma de contar el tiempo) y se inventa una curiosa tecnología para encriptar de forma inalterable piezas de información encadenadas (aka Blockchain). Sin tardar, hay quien decide darle valor de dinero a determinadas cadenas de caracteres, y nacen las criptomonedas, de las que el “bitcoin” es la más famosa. Y no contentos con ello, aún más recientemente, los “tokens no fungibles” o NFTs (de las siglas en inglés) como certificados de autenticidad de ítems digitales (3).
Los bitcoins se han convertido en una moneda más, que cotiza en el mercado de las demás monedas y tiene un valor (obviamente arbitrario) acordado por la comunidad de personas que trafican con esos conceptos, con las monedas (currencies). De la misma forma que el oro tiene también valor de moneda y puede ser obtenido de la tierra (en las correspondientes minas), los bitcoins se pueden “minar” de determinados procesos digitales en los que no hay más aproximación que la fuerza bruta, probar y probar con distintas cadenas de caracteres hasta que aparece alguna que cumple la condición (obviamente arbitraria) que hace de esa cadena de caracteres un bitcoin. Eso sí, igual que las minas alteraron el paisaje (podríamos decir que lo destrozaron), la minería de bitcoins consume ingentes cantidades de energía (leía hoy que el consumo mundial de esa actividad ha alcanzado el de un país como Suecia).
Con los NFTs asistimos al nacimiento de un nuevo concepto que tendrá el recorrido que queramos los creyentes. Si hay suficientes conversos como para disponer de una comunidad suficiente y se puedan comprar y vender suficientemente, se quedarán entre nosotros. Podrá parecernos absurdo, paro también lo un mercado capaz de valorar de forma millonaria un plátano pegado a una pared y llevamos siglos conviviendo con él.
Mi relación personal con estos conceptos derivados del blockchain es ambigua. Por un lado creo que entiendo más o menos bien su historia, su tecnología, su relación con en mundo real. Pero por otro lado me producen una cierta incomodidad, incluso repugnancia. De alguna forma esa máxima tan de madre de “con las cosas de comer no se juega” resuena en el cráneo con inventos de estos que están entre nosotros más por juego, porque que se puede, que satisfaciendo una necesidad real. Juegos de ricos, como quien va al casino, pero con futuros del precio de la soja, de la libra esterlina, del bitcoin o de la obra del último artista de moda. Solo que son juegos menos inocentes que el casino, porque pueden crear escasez de soja o consumos eléctricos absurdos. Las creaciones históricas que han sobrevivido han demostrados su valor evolutivo. El dinero, los países o las religiones han pasado la prueba de la historia por más que uno quiera declararse comunista, ciudadano del mundo o ateo. Estas últimas aún están en fase de juego y a mi no me gusta ese juego
Notas:
(2) Aquí me viene a la cabeza el libro de Xurxo Mariño “La conquista del lenguaje”.
(3) Sobre esto escribía hoy Wicho muchos detalles… y expresaba su escepticismo
El mercado de futuros no es un juego de ricos. Tienen una función de suma importancia en nuestra sociedad (asegurar un precio fijo hoy para una operación a realizar posteriormente).
ResponderEliminarConocer el precio al que se va a poder vender la soja antes de plantarla, el precio al que se va a poder vender el petroleo antes de extraerlo, etc. no es una tontería. Asegurar un precio de venta a futuro es necesario para poder estimar si tiene sentido realizar ciertas tareas. Carecer del mercado de futuros sería como ir a trabajar todo el mes sin tener la menor idea de lo que vas a cobrar.
Que se pueda hacer un uso especulativo con los contratos de futuros no significa que sean malos (¿es mala la radiación o es malo el uso que algunos pueden llegar a hacer de ella?). Además, a pesar de su mala fama, la especulación cumple también una importante función, pero ese ya es otro tema..
Sin duda esos mercados existen desde hace tiempo, es probable que tengan más efectos beneficiosos que perjudiciales, como dices. Yo no lo sé, por eso no hago juicios de valor con pretensiones, me limito a manifestar mi disgusto. "Me dan mala espina", eso es todo.
ResponderEliminarEn cuanto a la especulación... en fin. También la rulata o los paraisos fiscales tienen una imporante función. Pero es verdad que ese es otro tema.
Es una tragedia que despreciemos todo lo que tiene que ver con el dinero y que sea consderado como algo sucio cuando, lo queramos o no, es uno de los elementos centrales de nuestras vidas. Al fin y al cabo, la gran mayoría vamos a dedicar más tiempo a trabajar (para obtener dinero) que a cualquier otra cosa salvo quizás a dormir.
ResponderEliminarPodrá haber algunos afortunados que tengan un trabajo que les encante y que lo harían incluso gratis (si tuviesen sus necesidades cubiertas, claro está), pero creo que estaremos de acuerdo en que desgraciadamente ese no va a ser el destino de la mayoría.
Una vez que se comprende esto, a no ser que disfrutemos de algún privilegio que nos permita vivir sin tener que preocuparnos por el dinero, no parece muy sensato ignorar o rechazar todo lo que tenga que ver con la economía. Hazerlo nos pone en desventaja.
Si somos capaces de superar los prejuicios hacia el mundo del dinero, además de jugar al juego de la vida más preparados con la ventaja que aporta el conocimiento, podemos encontrarnos con un mundo mucho más interesante de lo que pudiese parecer a priori: sistemas complejos, comportamientos emergentes, teoria de juegos, puntos de equilibrio.. O incluso podemos disfrutar de descubrir aspectos historicos curiosos como que al parecer la deuda y crédito son previos al propio dinero: https://alterglobalizacion.wordpress.com/2015/11/02/el-origen-del-dinero-la-dedua-y-el-mito-del-trueque-aprendiendo-con-graeber/
Es bastante habitual que sintamos rechazo por lo desconocido, pero tampoco es extraño que cuando se entiende algo se aprecie más. Hay quienes incluso terminan encontrando bellas las matemáticas. Por ello ahí va mi pequeño granito de arena para intentar ver con mejores ojos la especulación:
Partiré de definir especular como el intento de sacar provecho económico a partir de un conocimiento parcial o insuficiente.
Enseguida uno puede darse cuenta que la especulación esta en casi todas partes y que para renunciar a ella necesitariamos un dios u oraculo que nos dirija:
- Especula un agricultor que decide cultivar pistachos en vez de manzanas porque cree que podrá obtener mayores beneficios.
- También especula quien compra una casa en vez de alquilarla porque considera que a largo plazo le resultará más rentable
- Especula un joven cuando decide estudiar porque estima que en el futuro podrá acceder a un trabajo mejor
- Y también se esta especulando cuando se invierte en ciencia pensando que eso redundará en beneficios para la sociedad
La especulación es un mecanismo mediante el cual se integran las expectativas de los individuos dirigiendo hacia dónde se invierte el tiempo de las personas y de capital económico para optimizar el resultado. Generalmente se alcanza un máximo relativo, no absoluto, ya que no es trivial encontrar el máximo absoluto de un sistema complejo, dinámico, no lineal, etc. Pero tampoco está nada mal. Además los intentos que ha habido por hacerlo de otro han resultado claramente peores.
¿Y las especulación con cripto divisas? Es que encima consume mucha energía!
Así es, pero también gastamos mucha energia porque nos gusta estar en manga corta en invierno, no sudar en verano o porque simplemente nos apetece irnos de vacaciones a Australia. Las decisiones de la gente son las que al final determinan si el gasto compensa.
Si el bitcoin terminase imponiendose al USD, al EUR o al oro el precio actual sería baratísimo. Si por contra cae en el olvido no valdrá nada. La especulación en cripto divisas que estamos pudiendo presenciar no es más que el proceso de exploración de un nuevo candidato a moneda (o tal vez sólo deposito de valor). Si las cripto monedas aportan alguna ventaja valiosa cabe esperar que se queden, mientras que si por contra no lo hacen es de esperar que terminen desapareciendo.
¿Es inmoral que haya gente cambiando USD por criptomonedas porque las considera más valiosas? Pues no veo grandes diferencias entre especular comprando cripto monedas, especular en el mercado inmobiliario optando por comprar en vez de alquilar, o cualquier otra situación similar.