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martes, 13 de septiembre de 2016

¿Qué hago mal como científico?

Esta sutil pregunta me hizo hace unas semanas un estudiante que había pasado un tiempo con nosotros en el laboratorio y con el que había quedado patente un cierto descontento. No es una pregunta sencilla dado que en el día a día se mezclan cuestiones personales, habilidad manual en el laboratorio, hábitos de trabajo y muchas cosas más. La sensación que produce el colaborador es integral, si no te paras a pensar cuesta separar contribuciones. Y me preguntaba por la más esencial: “como científico”.

“Científico” tiene diversas acepciones y referido a una persona al menos dos: científico como actitud vital y científico como profesión. El estudiante en cuestión había funcionado muy correctamente como profesional, atendiendo todas las instrucciones recibidas y trabajando con seriedad. Era la actitud vital en lo que habíamos chocado. Dedicaba mucho tiempo a verificaciones formales de lo que estaba ya claro y evitaba plantear las grandes cuestiones, las difíciles. Era capaz de dedicar innumerables horas a trabajos rutinarios, aunque fuesen irrelevantes, mientras evitaba la pregunta que esos datos sugerían a gritos.

Sería estupendo que la ciencia constituyese un auténtico sector económico bien desarrollado (creo que solo empieza a esbozarse a duras penas). Ante un buen catálogo de profesiones relacionadas con la ciencia este estudiante haría un gran papel como técnico de laboratorio, o en quizá algún puesto administrativo de gestión de proyectos. Lástima que a fecha de hoy la carrera de científico sea lo más parecido al hombre orquesta que se pueda imaginar.

Así que para científico le faltaba atención al susurro de los datos… la verdad es que no es probable que quedara satisfecho con mi explicación.

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